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Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

lunes, 31 de julio de 2017

¿CÓMO DEBE SER EL DIÁLOGO ECUMÉNICO?


Cómo debe ser el diálogo ecuménico

José Ramón Villar

Todos los cristianos deben ser protagonistas, en primer lugar con la oración

Unica es la Iglesia fundada por Cristo, pero son muchas las comuniones cristianas que se presentan a los hombres como la herencia de Jesucristo. Así describe el Decreto Unitatis Redintegratio, en su primer capítulo, el núcleo del "problema ecuménico". Esa división cristiana contradice la voluntad de Cristo; es un escándalo para el mundo y un serio obstáculo para la evangelización. De ahí que el Espíritu Santo no cese de impulsar el "movimiento ecuménico". La Iglesia, además, considera una "divina vocación y gracia" el deseo de restablecer la unidad que surge entre los cristianos; y no sólo individualmente, sino también en cuanto reunidos en asambleas o iglesias. Pero, ¿cómo ser fiel a esta vocación ecuménica? ¿Qué criterios ha señalado la Iglesia?

Los "principios católicos" del Ecumenismo se centran en varios aspectos: la unidad y unicidad de la Iglesia, la valoración teológica de los demás comunidades cristianas, y la comprensión del Ecumenismo a la luz de esos presupuestos.

Unidad y unicidad de la Iglesia

La unidad es la finalidad de la encarnación, el objeto de la oración de Jesús y del mandato de la caridad; la unidad es también el efecto de la Eucaristía, así como de la venida del Espíritu Santo, por medio del cual Jesús congregó al pueblo de la Nueva Alianza (la Iglesia) en la unidad de la fe, de la esperanza y de la caridad (cf. Unitatis Redintegratio 2).

Dios mismo ha dado a la Iglesia principios invisibles de unidad (el Espíritu Santo)y también principios visibles (la confesión de la misma fe, la celebración de los "sacramentos de la fe", y el ministerio apostólico).

El Colegio de los Doce es el depositario de la misión apostólica; de entre los Apóstoles, Jesús destacó a Pedro. A él confió un ministerio particular. Cristo quiere que, por medio de los Apóstoles y de sus sucesores, operando el Espíritu Santo, se perfeccione la comunión de su pueblo en la unidad: en la confesión de una sola fe, en la celebración común del culto divino y en la concordia fraterna de la familia de Dios (cf. Unitatis Redintegratio 2).

Estas afirmaciones se mueven en el marco de la "eclesiología de comunión", es decir, consideran la Iglesia como un todo orgánico de lazos espirituales (fe, esperanza, caridad), y de vínculos visibles (profesión de fe, economía sacramental, ministerio pastoral), cuya realización culmina en el Misterio eucarístico, signo y causa de la unidad de la Iglesia. La Iglesia está allí donde están los Apóstoles, la Eucaristía, el Espíritu.

Santidad y verdad fuera de la Iglesia

Pero a pesar de lo fuertes que son estos principios de unidad, la flaqueza humana ha contrariado el designio divino, "a veces no sin culpa de ambas partes" (Unitatis Redintegratio 3). Sin embargo, la Iglesia una no se ha disgregado en fragmentos varios: "durante los dos mil años de su historia, ha permanecido en la unidad con todos los bienes de los que Dios quiere dotar a su Iglesia, y esto a pesar de las crisis con frecuencia graves que la han sacudido, las faltas de fidelidad de algunos de sus ministros y los errores que cotidianamente cometen sus miembros" (Juan Pablo II, Encíclica Ut unum sint, 1). Es éste un principio decisivo: la Iglesia de Jesucristo "establecida y organizada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él, si bien fuera de su estructura se encuentren muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica" (Constitución dogmática Lumen gentium, 8).

Comunión imperfecta

Tenemos aquí la célebre expresión "subsistit in", con la que el Concilio ha querido dar cuenta de la verdadera realidad cristiana que existe fuera del marco visible de la Iglesia Católica Romana, a la vez que afirma ser ella la presencia plena de la Iglesia de Jesucristo en la tierra. Esos "elementos de santidad y verdad" se hallan presentes "fuera del recinto visible de la Iglesia Católica" (Unitatis Redintegratio 3), y permiten hablar de verdadera comunión entre los cristianos, aunque imperfecta.

¿Cuáles son estos bienes de santidad y de verdad? El Decreto enumera algunos: "La Iglesia se reconoce unida por muchas razones con quienes, estando bautizados, se honran con el nombre de cristianos, pero no profesan la fe en su totalidad o no guardan la unidad de comunión bajo el sucesor de Pedro. Pues hay muchos que honran la Sagrada Escritura como norma de fe y de vida, muestran un sincero celo religioso, creen con amor en Dios Padre todopoderoso y en Cristo, Hijo de Dios Salvador; están sellados con el bautismo, por el que se unen a Cristo, y además aceptan o reciben otros sacramentos en sus propias Iglesias o comunidades eclesiásticas. Muchos de entre ellos poseen el episcopado, celebran la sagrada Eucaristía y fomentan la piedad hacia la Virgen, Madre de Dios". Juan Pablo II subrayará la afirmación de Unitatis Redintegratio 15 que, en relación con las Iglesias ortodoxas, dice que "por la celebración de la Eucaristía del Señor en cada una de esas Iglesias, se edifica y crece la Iglesia de Dios" (Ut unum sint, 12).

Situación de los hermanos separados

Partiendo de estos principios, Unitatis Redintegratio, 3 se fija, primero, en los cristianos que ahora nacen en esas Iglesias y comunidades. 
Éstos: 
  1. no tienen culpa de la separación pasada; 
  2. la fe y el bautismo les incorpora a Cristo y, por tanto, a la Iglesia, aunque esta comunión no sea plena por razones diversas; 
  3. son auténticos cristianos, amados por la Iglesia y reconocidos como hermanos.
Los bienes de santidad y verdad en ellos existentes son ya verdaderos elementos de comunión, aunque imperfecta. Provienen de Cristo, a Él conducen y pertenecen por derecho a la única Iglesia. Lumen gentium n. 15 añade a esto "la comunión de oraciones y otros beneficios espirituales, e incluso cierta verdadera unión en el Espíritu Santo, ya que Él ejerce en ellos su virtud santificadora con los dones y gracias". Estos bienes, cuando son vividos genuinamente, despliegan su dinamismo interior hacia la unidad plena

Valor salvífico

Los bienes de salvación alcanzan a los cristianos precisamente en cuanto miembros de sus Iglesias y comunidades respectivas. Son esas Iglesias y comunidades cristianas como tales las que, aun padeciendo deficiencias según el sentir católico, "de ninguna manera están desprovistas de sentido y valor en el misterio de la salvación. Porque el Espíritu de Cristo no rehusa servirse de ellas como medios de salvación, cuya virtud deriva de la misma plenitud de gracia y de verdad que fue confiada a la Iglesia católica" (n. 3). El fundamento de este valor salvífico no se halla en estas comunidades "en cuanto separadas", sino en cuanto son copartícipes de la única y misma economía salvífica. La razón estriba –como decía la Relatio conciliar a estas palabras del Decreto– en "que los elementos de la única Iglesia de Jesucristo conservados en ellas pertenecen a la economía de la salvación". "La única Iglesia de Jesucristo, está presente y actúa en ellas, si bien de manera imperfecta…, sirviéndose de los elementos eclesiales en ellos conservados".

Refiriéndose a estos principios, dice por su parte el Papa: "Se trata de textos ecuménicos de máxima importancia. Fuera de la comunidad católica no existe el vacío eclesial. Muchos elementos de gran valor (eximia), que en la Iglesia católica son parte de la plenitud de los medios de salvación y de los dones de gracia que constituyen la Iglesia, se encuentran también en las otras Comunidades cristianas" (Ut unum sint, 13).

Lo que les falta

Esta valoración positiva no ignora lo que todavía separa:

"Los hermanos separados de nosotros, ya individualmente, ya sus Comunidades e Iglesias, no disfrutan de aquella unidad que Jesucristo quiso dar a todos aquellos que regeneró y convivificó para un solo cuerpo y una vida nueva(…). Porque únicamente por medio de la Iglesia católica de Cristo, que es el auxilio general de la salvación, puede alcanzarse la total plenitud de los medios de salvación. Creemos que el Señor encomendó todos los bienes de la Nueva Alianza a un único Colegio apostólico, al que Pedro preside, para constituir el único Cuerpo de Cristo en la tierra, al cual es necesario que se incorporen plenamente todos los que de algún modo pertenecen ya al Pueblo de Dios" (Unitatis Redintegratio 3).


Principios ecuménicos

Tenemos así los siguientes principios fundamentales para la comprensión católica del Ecumenismo: 
  • 1º La Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia católica romana (Lumen gentium 8)
  • 2º "Fuera de su recinto visible" (Unitatis Redintegratio 3), hay verdaderos bienes de santidad y verdad ("elementa seu bona Ecclesiae")
  • 3º Por estos bienes, las Iglesias y Comunidades son verdaderas mediaciones de salvación (es la única Iglesia de Cristo la que actúa por medio de esos "bienes" salvíficos)
  • 4º No obstante, les falta la plenitud de los medios de salvación, y no han alcanzado la unidad visible querida por Cristo, por lo que se hallan en comunión imperfecta o no plena con la Iglesia católica romana.
  • 5º Considerando los cristianos individualmente, el decreto da contenido positivo al sustantivo "cristiano": la fe y el bautismo comunes son ya elementos de comunión cristiana real aunque imperfecta.
Ecumenismo católico

El Ecumenismo afecta a todos los cristianos ad intra y ad extra de su propia Iglesia. No se trata de una tarea para especialistas, o un ámbito lejano de la existencia cotidiana. Así lo indica el Concilio: "este santo Sínodo exhorta a todos los católicos a que, reconociendo los signos de los tiempos, participen diligentemente en la labor ecuménica" (Unitatis Redintegratio 4/a). Y Juan Pablo II añade que estamos ante "un imperativo de la conciencia cristiana iluminada por la fe y guiada por la caridad" (Ut unum sint, 8).

Como implicaciones de este imperativo están "los esfuerzos para eliminar palabras, juicios y acciones que no respondan, según la justicia y la verdad, a la condición de los hermanos separados, y que, por lo mismo, hacen más difíciles las relaciones mutuas con ellos" (Unitatis Redintegratio 4/b). Juan Pablo II señala aquí que los cristianos no deben minusvalorar "el peso de las incomprensiones ancestrales que han heredado del pasado, de los malentendidos y prejuicios de los unos contra los otros. No pocas veces, además, la inercia, la indiferencia y un insuficiente conocimiento recíproco agravan estas situaciones" (Ut unum sint, 2).

Primero, rezar

Todos, pues, pueden y deben tener protagonismo, en primer lugar por medio de la oración, pidiendo al Señor por la unidad de los cristianos. Y también desterrando modos de actuar que dañan la causa de la unidad, incluso aunque parezcan quedar limitados a la vida interna de la propia comunidad cristiana. En este sentido, la vida de la Iglesia católica debe ser ya una puesta en práctica de un cierto –valga la expresión– ecumenismo "interior": "Conservando la unidad en lo necesario, todos en la Iglesia, según la función encomendada a cada uno, guarden la debida libertad, tanto en las varias formas de vida espiritual y de disciplina como en la diversidad de ritos litúrgicos e incluso en la elaboración teológica de la verdad revelada; pero practiquen en todo la caridad. Porque, con este modo de proceder, todos manifestarán cada vez más plenamente la auténtica catolicidad, al mismo tiempo que la apostolicidad de la Iglesia" (Unitatis Redintegratio 4/g).

El Concilio señala que, por medio de encuentros entre cristianos de diversas Iglesias o Comunidades y el diálogo entablado entre peritos bien preparados, en el que cada uno explica con mayor profundidad la doctrina de su Comunión y presenta con claridad sus características (cf. Unitatis Redintegratio 4/b), "todos adquieren un conocimiento más auténtico y un aprecio más justo de la doctrina y de la vida de cada Comunión; además, consiguen también las Comuniones una mayor colaboración en aquellas obligaciones que en pro del bien común exige toda conciencia cristiana, y, en cuanto es posible, se reúnen en la oración unánime. Finalmente todos examinan su fidelidad a la voluntad de Cristo sobre la Iglesia y, como es debido, emprenden animosamente la tarea de la renovación y de la reforma" (ibid.).

No son pocas las consecuencias de este diálogo: la búsqueda del entendimiento en las interpretaciones de la fe, superando los equívocos fraguados en la historia; la percepción exacta de las divergencias, y de si realmente afectan a la fe o a la legítima diversidad de su explicación; la confrontación fiel con la voluntad de Cristo para su Iglesia, etc. "El diálogo ecuménico, –dice Juan Pablo II– permite descubrimientos inesperados. Las polémicas y controversias intolerantes han transformado en afirmaciones incompatibles lo que de hecho era el resultado de dos intentos de escrutar la misma realidad, aunque desde dos perspectivas diversas. Es necesario hoy encontrar la fórmula que, expresando la realidad en su integridad, permita superar lecturas parciales y eliminar falsas interpretaciones" (Ut unum sint, 38).

No a un falso irenismo

La Iglesia siempre ha considerado que la integridad en la exposición de la doctrina católica es una condición para el diálogo respetuoso y sincero: "Es de todo punto necesario que se exponga claramente la doctrina. Nada es tan ajeno al ecumenismo como ese falso irenismo, que daña a la pureza de la doctrina católica y oscurece su genuino y definido sentido" (Unitatis Redintegratio 11). Pero, a la vez, el modo de exponer la doctrina ("que debe distinguirse con sumo cuidado del depósito mismo de la fe", Unitatis Redintegratio 6) no debe provocar dificultades innecesarias: "La manera y el sistema de exponer la fe católica no debe convertirse, en modo alguno, en obstáculo para el diálogo con los hermanos (…); la fe católica hay que exponerla con mayor profundidad y con mayor exactitud, con una forma y un lenguaje que la haga realmente comprensible a los hermanos separados" (Unitatis Redintegratio 11).

Se señala también una "jerarquía de verdades" en la articulación de la fe cristiana: "en el diálogo ecuménico, los teólogos católicos, afianzados en la doctrina de la Iglesia, al investigar con los hermanos separados sobre los divinos misterios, deben proceder con amor a la verdad, con caridad y con humildad. Al comparar las doctrinas, recuerden que existe un orden o ‘jerarquía" en las verdades de la doctrina católica, ya que es diverso el enlace (nexus) de tales verdades con el fundamento de la fe cristiana" (Unitatis Redintegratio, 11; Ut unum sint, 37). El Concilio reconoce que las rupturas de la unidad también afectan –ciertamente de otra manera- a la Iglesia católica: "las divisiones de los cristianos impiden que la Iglesia realice la plenitud de catolicidad que le es propia en aquellos hijos que, incorporados a ella ciertamente por el bautismo, están, sin embargo, separados de su plena comunión. Incluso le resulta bastante más difícil a la misma Iglesia expresar la plenitud de la catolicidad bajo todos los aspectos en la realidad de la vida" (Unitatis Redintegratio 4). Si "catolicidad" es la potencialidad de la fe cristiana de asumir la diversidad legítima, entonces las rupturas impiden la "expresión histórica" de esa capacidad.

En este sentido, la Iglesia Católica ha de ofrecer todo aquello que, en consonancia con el Evangelio y la disposición del Señor, pertenece a su "catolicidad".En fin, merece la pena mencionar algo que a veces no ha sido bien entendido, aunque el Concilio se expresó con precisión. Se trata del "trabajo de preparación y reconciliación de todos aquellos que desean la plena comunión católica"; una tarea legítima, que hay que distinguir de la actividad ecuménica, sin oponerlas.

Se mueven en órdenes diversos. El Ecumenismo se orienta a la relación entre las Comunidades como tales, y busca la perfecta unión visible e institucional. Su naturaleza y objeto son, pues, distintos de la tarea de preparación a la plena incorporación individual en la Iglesia católica, que también responde al designio divino, y es obra del Espíritu Santo.

Quién dirige el ecumenismo

Corresponde en primer lugar a todo el Colegio de los Obispos y a la Sede Apostólica fomentar y dirigir entre los católicos el movimiento ecuménico, cuyo fin es reintegrar en la unidad a todos los cristianos, unidad que la Iglesia, por voluntad de Cristo, está obligada a promover (c.755 - 1).

Fruto del empeño del Papa en el proceso ecuménico, en marzo de 1993 se publicó el Directorio para la Aplicación de los Principios y de las Normas sobre el Ecumenismo.

Antes y después del Concilio

Antes del Concilio Vaticano II, la Iglesia buscaba el restablecimiento de la unidad cristiana exclusivamente como "un regreso de nuestros hermanos separados a la verdadera Iglesia de Cristo (Pio XII, en Mortalium animos). El Concilio Vaticano II llevó a cabo un cambio radical: en lugar del antiguo concepto del ecumenismo de "regreso", hoy domina el de un itinerario común, que orienta a los cristianos hacia la meta de la comunión eclesial, entendida como una unidad en la diversidad reconciliada.





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