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domingo, 3 de abril de 2016

ENTREVISTA CON EL P. PEDRO LANGA AGUILAR, OSA

Reproducimos la entrevista realizada a nuestro buen amigo y colaborador de este blog, el profesor Dr. Pedro Langa, OSA, en el número 98 de la revista "Pastoral Ecuménica", por su director José Luis Díez Moreno


ENTREVISTA CON EL P. PEDRO LANGA AGUILAR, OSA 

«EN ECUMENISMO HAY QUE BAJAR A LA ARENA: CONOCER LA REALIDAD, PROMOVER CULTURA ECUMÉNICA Y FOROS INTERCONFESIONALES, PERDER EL MIEDO Y APOSTAR DE UNA VEZ POR LA UNIDAD DE LA IGLESIA». 

Dr. Pedro Langa Aguilar, OSA
Teólogo y Ecumenista
EL P. Pedro Langa Aguilar, muy conocido de los lectores de esta revista por los continuos e interesantísimos artículos en ella publicados, es un agustino hecho de oración, teología, cercanía a los Santos Padres, conocimiento y experiencia viva del ecumenismo, tesón en el laborar diario... Tras muchos años de profesor en Facultades de Teología de Roma y de España y con un montón de obras en su haber, entre las que destacan «Cardenal Newman y convertidos de los siglos XVIII y XIX» (2009) y «Voces de sabiduría patrística» (2011), se ha entregado en estos últimos años a la investigación y síntesis de lo que pudiéramos llamar el ecumenismo del siglo XX a través de algunos de los ecumenistas más insignes. El resultado es «Apóstoles de la unidad» (2015), una obra cuyo simple título indica de qué va el contenido. Al pedirle una entrevista para Pastoral Ecuménica con motivo de tal publicación, salta a los teletipos el encuentro del papa Francisco y del patriarca ruso Kirill en el aeropuerto internacional José Martí, de la Habana, el 12 de febrero del corriente 2016. Bien merece la pena, por tanto, que empecemos por este dato de extraordinario interés periodístico. 

ENTREVISTA

José Luis Díez (JLD) – Dado el encuentro en La Habana del papa Francisco y del patriarca Kirill de Moscú, considero imprescindible hablar primero de esta extraordinaria noticia ecuménica. Acariciaron la idea el beato Pablo VI e incluso Juan Pablo I. La deseó ardientemente san Juan Pablo II, y Benedicto XVI la tenía en la lista de posibilidades excepcionales. El papa Francisco y el patriarca Kirill son ahora quienes acaban de llevarla a efecto en un lugar convenido. ¿Cuáles podrán ser sus consecuencias positivas teniendo en cuenta el momento actual de la Ortodoxia y de la Iglesia ortodoxa rusa? 

Pedro Langa (PL) – La importancia del encuentro al que esta primera pregunta se refiere salta a la vista. Intentos los hubo en el pasado, es verdad, pero todos, uno tras otro, fueron quedando aparcados. Y es ahora justamente, en medio del creciente protagonismo de Bartolomé I con sus habituales visitas al Papa, y de la situación un tanto convulsa de Europa con el terrorismo y la inmigración, así como de las movidas eclesiales de las mismas Iglesias ortodoxas autocéfalas, cuando irrumpe en la escena el patriarca ruso Kirill dando este quiebro. A mí me parece que la exclusiva periodística debe por eso contar, si quiere ser objetiva, con los preparativos. Y estos datan por lo menos de varios años hace. Lo cual induce a suponer que algunas causas de peso de reciente génesis han debido de primar en la decisión de verse cara a cara. Cronológicas y geográficas, por supuesto, pero también de orden religioso, ecuménico y social. Cronológicas, al ser justamente unos meses antes del futuro Santo y Gran Sínodo pan-ortodoxo en Creta. El patriarca Kirill es, mira tú por dónde, el único de los ortodoxos que todavía no se había encontrado con el papa Francisco: su liderazgo en Creta, pues, corría peligro de no ser antes taponada esta fuga de agua. Geográficas, para cumplir con el requisito previo de no ser ni Moscú ni Roma, ni siquiera Bari o Chipre u otros lugares de fuerte tradición católica y ortodoxa, sino La Habana, en el alto de un viaje, a pie de aeropuerto, como significando que lo pasado se queda atrás, debe quedarse atrás, porque han llegado tiempos de una nueva era ecuménica entre ambas Iglesias. Y luego también las otras causas añadidas. Yo creo que ha tenido que pesar lo suyo el conflicto en Oriente Medio con un yihadismo desatado y loco arrasándolo todo y amenazando con el exterminio total de cristianos, como acertadamente ha denunciado el metropolita Hilarión, número 2 del Patriarcado ruso: terrible amenaza esta que podía ser conjurada poniéndose de acuerdo las dos Iglesias signatarias en el aeropuerto de Cuba. Y, en fin, ha tenido que ser decisivo también el problema de Ucrania, donde tienen intereses encontrados tanto la Iglesia ortodoxa rusa como la Iglesia católica. La una, con el autodenominado Patriarcado de Kiev, y con numerosos fieles ortodoxos rusos que recelan de la cercanía con Putin. Y la otra, Roma, por la Iglesia greco-católica ucraniana, a la que, según mis noticias, parece que el encuentro no ha sentado nada bien, particularmente los números 25 y 26 de la Declaración Conjunta. Esto así, a bote pronto. Examinar a fondo dicha declaración, firmada ante las cámaras de televisión de medio mundo, y sobre todo el alcance del evento, de suyo histórico, excedería con mucho el espacio de esta entrevista.

Obra de ribetes armoniosos al servicio de la unidad. 

JLD – Tan arduo trabajo - y vengo así de lleno a su libro - obedece, sin duda, a una correcta motivación y concreta finalidad. ¿Por qué y para qué esta obra? 

PL – Apóstoles de la unidad responde a los muchos años que llevo metido en el ecumenismo, fuente inagotable de noticias referidas a la vida de la Iglesia. En cuanto a la finalidad, diré que no ha sido sino el intento de dibujar el horizonte eclesial mediante focalizaciones ecuménicas muy señaladas, y, al propio tiempo, atractivas, ya, si se quiere, de tipo doctrinal, ya también de corte sobre todo experiencial. De su porqué diré que llegó empujado por la propia fuerza de un ecumenismo entendido como vocación, o sea en cuanto forma definida de entender el Evangelio a través de la oración sacerdotal de Jesús en la última Cena. El para qué, finalmente, creo que está claro: obedece a mi legítimo deseo de erigirme, para cuantos me quieran leer, en comunicador entusiasta y escritor objetivo de las inagotables riquezas que encierra nuestra santa Madre la Iglesia, profusa y profundamente vividas por un coro polifónico de insignes ecumenistas. 

JLD – De entre los ecumenistas, cuya lista es larga, ha elegido usted 33 personalidades ecuménicas. ¿Cuál ha sido su criterio para esta selección? Sabemos de su predilección por el beato John Henry Newman, por el cardenal Johannes Willebrands y por don Julián García Hernando… ¿Por qué el resto de los nombres? 

PL – Más de uno y más de dos entrevistadores me han hecho ya esta pregunta, a la que siempre respondo que el número 33 no encierra ningún significado especial —la edad de Jesucristo, pongo por caso, o qué sé yo: tantas otras motivaciones que la fantasía es muy libre de cazar al vuelo y establecer luego como determinantes—. No. Lo mío fue más simple que todo eso: yo partí, al elaborar la lista, de razones de marketing. El libro, según los editores, no debía rebasar en la colección Monumenta de la Editorial San Pablo, las 500 páginas. Así que determiné acudir a la consabida metodología del investigador y procedí en consecuencia: cada autor debía contar con no más de 10 páginas; tampoco menos. Y guardar la uniformidad, es decir: todos, el mismo número de páginas y de apartados donde dejar canalizada la exposición. El resto lo hizo la aritmética. Tenían que salir entre 30 o 35 autores. Otro criterio al que me atuve tiene que ver con el obituario: la lista debía contener figuras ya en la otra vida. Tenían de igual modo que comparecer en ella mujeres: incluí a la beata María Gabriela Sagheddu (o de la Unidad ); la beata Madre Teresa de Calcuta, para el próximo septiembre ya santa; la venerable Chiara Lubich, fundadora de los focolares; y la protestante sor Minke de Vries, priora tantos años en la comunidad ecuménica de Grandchamp. Quería con ello significar que en el ecumenismo hay mujeres admirables, de un temple ecuménico extraordinario, merecedoras de piedra blanca. Por supuesto que me hubiera gustado abundar más en los nombres de su pregunta, pero el libro debía ser no una semblanza de dos o tres singularizados, sino una obra de ribetes armoniosos y bien compuestos, todos al servicio de una misma causa: la unidad. 

JLD – Se ha dicho que «Apóstoles de la Unidad» es «el Libro de aprender ecumenismo». ¿Es así? 

PL – No cometeré yo aquí la avilantez de sostener lo contrario, porque sería tanto como enmendarle a usted la plana, ya que es usted mismo quien primero lanzó la frase, luego recogida por otros eximios ecumenistas que la vienen repitiendo con evidente regusto. Pienso, en cualquier caso, que algo habrá de ello cuando usted, que tanto sabe de esta disciplina, según dejó demostrado en su libro «Historia del Ecumenismo en España» (2008), no se ha recatado de hacer tan elogiosa valoración, que yo, como es lógico, agradezco por lo que vale y representa. Puesto de todos modos en el brete de tener que pronunciarme al respecto, le diré que el de Apóstoles de la Unidad es autor con más de cuarenta años de vida ecuménica a las espaldas, cuyo propósito ha sido plasmar algo de lo mucho que durante estos lustros discentes y docentes atesoró, siempre a base de echarle ganas al tema y poniendo a la vez inteligencia y corazón. 

El ecumenismo un contrasentido si se permanece indiferente ante las divisiones de la Iglesia 

JLD – «Unitatis Redintegratio» nos enseña perfectamente qué es ecumenismo, pero seguimos diciendo y haciendo en este terreno cosas poco conformes con lo que el Concilio nos presenta. Considerando lo que ha descubierto usted en las formas ecuménicas de todas estas personas, ¿podría calificarnos brevemente qué es ecumenismo? 

PL – Vaya por delante que muchos de los autores en mi libro recogidos no llegaron a conocer ni el decreto Unitatis Redintegratio, ni, consiguientemente, su definición de ecumenismo, con la cual, por cierto, tanto tiene que ver el cardenal Congar, que es, según parece, su autor material. Es evidente, sin embargo, que todos, todos, cada cual a su manera, pero todos, vivieron a tope dicha definición. El ecumenismo, para ellos, fue primero una vocación, es decir, una llamada singular a trabajar en la viña del Señor a la que siempre acompañó, aparejada, una gracia específica del amor a Cristo y a su Iglesia unida. De ahí su trabajo, su alma, su aliento tendiendo siempre a recomponer la unidad tantas veces rota o maltratada de la santa Iglesia. Es precisamente en este punto donde a veces se acusan más las deficiencias de los ecumenistas que se contentan con la mera superficialidad y creen que el ecumenismo no pasa de ser un pluriverso solidario, siendo así que el conjunto de quienes se unen para rezar juntos debe reflejar lo congregacional del grupo allí reunido para implorar del Espíritu Santo la unidad de la Iglesia que Cristo quiso. Todo ecumenismo que carezca de esta dimensión oracional y trascendente acabará como el rosario de la aurora, y sus mentores, por muy afanosos que se pongan, acabarán siendo la carabina de Ambrosio. 

JLD – Decía el papa Benedicto XVI que el ecumenismo está hecho de «recta doctrina y santidad de vida». ¿Podría explicar para nuestros ecumenistas estas palabras del papa Ratzinger? 

PL – Recta doctrina y santidad de vida son dos alas para volar alto y cruzar de modo señorial los cielos azules del Espíritu, y Benedicto XVI, no es cosa de negarlo sin más, se vio ciertamente agraciado de tal carisma desde joven. El ecumenismo, dígase lo que se diga, quedará envuelto siempre por esa especie de aureola del misterio de la Iglesia. Esto quiere decir que debe afrontarse con fe, sí, pero también desde el corazón y la inteligencia. ¿Cómo darle al tema de los diálogos teológicos prescindiendo de la «recta doctrina»? ¿Y qué clase de rectitud cabe admitir en el modo de entender y practicar la doctrina sin santidad de vida? Estas preguntas me llevan de modo inevitable a los consabidos sintagmas del diálogo de la caridad y del diálogo teológico, dos puntos convergentes y complementarios del ecumenismo. 

JLD – Ser ecumenista es consagrar la vida a la búsqueda de la unión de las Iglesias. ¿Se puede vivir esto sin un apasionado amor a la Iglesia y sin una respuesta decidida a la vocación ecuménica? 

PL – No, claro que no. Es imposible buscar la unión de las Iglesias de espaldas al amor. Sin un amor acendrado, vivo, íntimo, cordial y filial a la Iglesia. Lo cual todo resulta, a su vez, un contrasentido si uno, ante las divisiones de la Iglesia, permanece indiferente. De haber procedido los ecumenistas de mi libro así es cosa cierta que hoy no llevarían en absoluto el nombre de apóstoles de la unidad. La servidumbre de la unidad pasa necesariamente por la vivencia granítica y sin fisuras de la caridad, la virtud por antonomasia también del ecumenismo. La caridad hace que todo lo tortuoso y difícil del ecumenismo acabe, tarde o temprano, recompuesto y fluyente por los cauces saludables de lo que desemboca en fraternidad y armonía. 

«Esperar contra toda esperanza: el ecumenismo es el futuro de la Iglesia».

JLD – Al referirse a don Julián, del cual ambos somos como discípulos, resalta usted en su libro el interés que él tenía por la revista «Pastoral Ecuménica». ¿Qué opina de sus obras «Misioneras de la Unidad» y «Centro Ecuménico» y de la actividad de ambas en la actualidad? 

PL – La sombra protectora, benéfica, de don Julián sigue siendo alargada. Quiero con ello decir que su figura continúa proyectando entre nosotros haces de luz consoladora a través del recuerdo y de la evocación de su reconocida bondad. De las tres instituciones mencionadas en la pregunta, creo que Pastoral Ecuménica es la que menos deterioro acusa, pese a las dificultades que una publicación de su género habrá de superar a menudo. Las otras dos guardan más estrecha relación, con lo cual el peligro de una puede ser asimismo el de la otra y viceversa. Quienes hemos conocido a las Misioneras de la Unidad conformando el numeroso, desinteresado y generoso grupo de mujeres que lo daban todo y se volcaban de lleno en preparar, organizar y acompañar a los grupos que acudían a las jornadas anuales del ecumenismo —hablo de los delegados diocesanos, de las semanas y congresos, de las conversaciones de aquel incipiente Comité Cristiano Interconfesional que luego se fue al traste, etc.— y ahora contemplamos sorprendidos a qué pobre nivel ha bajado todo eso, comprendemos cuán grande es el vacío que don Julián dejó con su partida. Y si el número de las Misioneras ha quedado reducido estos años a la mínima expresión, ya se podrá deducir qué comentarios se puede hacer del Centro Ecuménico, donde la asistencia a las clases, por ejemplo, se me antoja igualmente feble y descorazonadora. Pero la esperanza es lo último que se pierde. Así que habrá que seguir esperando contra toda esperanza en la súplica de don Julián, allá arriba, al buen Padre Dios, para que la obra que aquí en la tierra con tanto amor y entusiasmo fundó, lejos de venirse abajo, cobre pujanza y renovada juventud. Sigo pensando que el ecumenismo es el futuro de la Iglesia. ¿Por qué no va a influir ello en las Misioneras y el Centro? 

JLD – En su publicación destaca los signos ecuménicos realizados por algunos de esos «Apóstoles de la unidad». Es el caso, por ejemplo, de los signos ecuménicos de Pablo VI, del patriarca Atenágoras, de Melitón de Calcedonia… ¿Qué signos ecuménicos se aprecian ahora en las Iglesias? Y en España, donde el ecumenismo se tan escaso, ¿qué signos ecuménicos le parece que se notan en nuestros días? ¿Qué le parece el ritmo del ecumenismo y sus contenidos en España? 

PL – El ecumenismo en España, desdichadamente, sigue escalando cotas bajas. Y no creo que durante los años de postconcilio las haya tenido muy altas, pese a que durante algunos decenios atrás fueron al menos razonablemente aceptables. Luego vino un tiempo de auténtico secarral en la llanura ecuménica española. Pasaba lo que Congar refiere de sus tiempos difíciles: el mejor ecumenismo que se podía hacer era no hablar de ecumenismo. En general acusa todo ello un cuadro todavía claroscuro, por no decir negro, si se compara con países como Francia, Italia, Suiza, Bélgica, Alemania, etc. El trato dispensado a los líderes de otras Iglesias en algunas capitales de España cuando los funerales del 11 M, por ejemplo, fue de vergüenza y de todo lo que se quiera menos de caridad. La noche de nuestro encuentro con el cardenal Kasper en el Centro Ecuménico, donde don Julián me pidió hacer la presentación a su Eminencia de los líderes de otras Iglesias y Confesiones allí presentes —fue en 2004, bien lo recuerdo—, permitió a nuestro presidente entonces del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos comprobar in persona el grado de resentimiento e indignación en alguna de las preguntas que se le hacían. Me tocó luego, en la cena posterior, íntima, aclararle un poco la causa de lo que le habían querido exteriorizar con sus intervenciones. Fue cuando él me dijo que todo lo que encierra de empobrecedor y deleznable el anti–ecumenismo, lo tiene de positivo, enriquecedor, saludable y eclesial el ecumenismo. Los nuevos aires del papa Francisco, que tanto empieza a parecerse en esto y otras iniciativas a san Juan XXIII, parecen presagiar tiempos mejores, de bonanza y cambio en tal sentido. No cabe la menor duda de que algunas mitras españolas empiezan a ser consecuentes con dicha línea en sus diócesis, aunque lo hecho hasta la fecha tampoco sea la alegría de la huerta. 

JLD – ¿Es, acaso, tan mínimo el ecumenismo en nuestra nación que venga a ser como un «resto de Israel»? 

PL – Jugando con la palabra «resto», le diré que el ecumenismo en nuestro país tiene mucho que ver con ella. Pero no debido a la carga bíblica que contiene en la pregunta, sino a operaciones de aritmética, ya que no faltan personas que se las dan de ecumenistas y, lamentablemente, plantean esta santa causa de la unidad de tal suerte que, en su quehacer, se caracteriza más por «restar» que por «sumar». Y ello cuando no se encuentra uno por ahí, todavía, con personas espiritualmente «sonadas» para las que el ecumenismo se reduce a «dividir». 

Hay que bajar a la arena y conocer la realidad 

JLD – Teología y ecumenismo son inseparables. ¿Cree que en España se hace suficiente teología del ecumenismo? ¿Se pueden señalar las diversas causas de esta falta de elaboración teológica del ecumenismo? 

PL – En España sería conveniente que se empezase por enseñar esta disciplina en todos los seminarios y centros de teología, que alguno que yo conozco anda todavía por ahí como sonámbulo al respecto. Luego, se tendrá que dar el paso siguiente, a saber: impartir ecuménicamente las asignaturas del cuadro teológico. ¿Causas de esta falta de elaboración teológica del ecumenismo?, pregunta usted. Las dos primeras, fundamentales, están ya señaladas en mi respuesta. Creo que se está echando en falta una propedéutica que ponga claridad donde todavía sigue reinando confusión: no es de recibo que a estas alturas de la película sigan dándose casos de gente, incluso seminaristas que confunden ecumenismo con diálogo interreligioso, o nuevos movimientos eclesiales con sectas, que sería todavía peor. El ecumenismo, amigo mío, es un movimiento genuinamente eclesial, que se ocupa de tener bien asimilado a Jesucristo y su Iglesia, que aspira y propugna y persigue recomponer una unidad eclesial rota, que se deja la piel por trabajar de sol a sol y lograr una Iglesia unida, como Jesús la quiso cuando la fundó. Pocas entrañas de amor a la Iglesia puede haber en quien contempla indiferente estos problemas. 

JLD – Cuando entre nosotros se habla de ecumenismo suele hacerse a menudo con referencia al generado en la Iglesia o por el Papa. ¿Por qué hay tan pocos que explican directamente el ecumenismo actual en nuestra nación? ¿Se quiere huir, tal vez, de presentar la cruda realidad? 

PL – Pudiera ser que por creerse algunos el ombligo del mundo y que los demás deben llegarse hasta su puerta a pedirles consejo, cuando a veces resulta que quien así actúa no pasa de ser un quasi quidam. La imagen del fariseo y el publicano que suben al templo a orar acaba siendo en este campo ecuménico estremecedora. Evidentemente que existe el ecumenismo de las instituciones, el que discurre al más alto nivel jerárquico. Está bien, qué duda cabe. Y bien haremos informándonos de cómo actúa el Papa, o un patriarca, sea católico u ortodoxo, del Oriente Medio, o alguna señalada personalidad del Consejo Ecuménico de las Iglesias, etc. Pero hay también, y puede que sobre todo, un ecumenismo de a pie, el vivido por los fieles, el que demanda empuje, aclaraciones, estímulo de párrocos y pastores, y ese —¡ay!—, se queda con frecuencia raquítico por dirigentes que siguen entendiendo tal movimiento como un peligro para la fe y, en consecuencia, mejor será no meneallo «para no contaminarse». En el fondo, como se ve, comportamientos así adolecen de las más elementales reglas de la convivencia. 

JLD – Nos parece que para enseñar ecumenismo se necesita saber mucho ecumenismo y más todavía para dirigir grupos o instituciones ecuménicas. Hay que hacerlo con una probada vocación a este ministerio, no llegados a él sin especial preparación. ¿Estamos en lo cierto? 

PL – El ecumenismo, antes que ciencia, es vida. Yo no quiero quitar importancia al libro, al aprendizaje, porque dichos libros, cuando están debidamente escritos, son, al fin y al cabo, páginas que recogen vida de unidad plasmada en letra escrita. Y la letra escrita no tiene la culpa de que a veces haya lectores atolondrados que pasan por ella superficialmente. Pero, como antes decía, si la doctrina es fundamental, lo es mucho más, si cabe, la experiencia. Entre el ecumenismo intelectual y el experiencial caben espacios intermedios con tal riqueza de matices, que los colores del arco iris se quedan cortos para la definición. Cuando del ecumenismo experiencial hablamos, queremos dar a entender un movimiento que toca lo primero el corazón, que sabe ver en el ortodoxo, protestante, anglicano de al lado a un hijo de Dios; más todavía: a un cristiano y, en consecuencia, como san Agustín les decía a los donatistas, somos hermanos. Cuando el problema, pues, empieza a resolverse porque decide el ecumenista arrancar del corazón, uno acaba por pedir también que se arbitren soluciones intelectuales, cosa que a la inversa no siempre sucede. Para enseñar ecumenismo hace falta saber mucho ecumenismo, es verdad. Pero en dicho saber no hemos de limitarnos a la dimensión intelectual. Hablo sobre todo del saber cordial, del que propicia el don de sabiduría.

JLD – Algunos recordamos la indiferencia y casi persecución de las actividades ecuménicas en años pasados por parte de altas jerarquías y creemos que los actuales responsables de la Comisión Episcipal de Relaciones Interconfesionales (CERI) parecen alejados del interés y el conocimiento debidos para ejercer su misión tal como la exigen las actuales circunstancias ecuménicas en España. ¿Qué repercusión tiene esto? 

PL – Eso habría que preguntárselo a los actuales responsables de la CERI, como usted dice. A ver si se contentan con largar un mensaje muy puesto y tallado y relamido cuando se acerca la Semana de la Unidad, con motivo también de acontecimientos de cierto relieve ecuménico internacional, o se preocupan, sobre todo, de salir de sus despachos, dejar sus escritorios con los ordenadores y bajar a la arena, pulsar el estado de ánimo de los fieles, no ya únicamente de los profesores de ecumenismo, sino sobremanera de los párrocos, de los catequistas, inclusive de los pastores y profesores de otras Iglesias que no son la católica; que se preocupen de promover cultura ecuménica y abrir foros donde se puedan pronunciar conferencias de carácter inter-confesional; de soltarse de una vez el miedo y apostar por la unidad de la Iglesia. ¿No existe acaso un grupo de consultores para la causa ecuménica? ¿Se reúnen alguna vez al año? Pregunte, pregunte usted, y dígame luego las respuestas. Está claro que la repercusión es grande, porque si el motor falla, ya me contará usted para qué sirve que el vehículo tenga bueno el chasis.

Una ocasión de gracia para todas las Iglesias ortodoxas. 

JLD – ¿Qué puede decir del Santo y Gran Sínodo a celebrar por la Ortodoxia en el próximo Pentecostés? ¿Servirá para superar los distanciamientos entre unas y otras Iglesias ortodoxas y contribuirá a la mayor unión con los demás cristianos? 

PL – Esta es una pregunta que podría formularse a la gente de a pie. ¿Qué saben o entienden los fieles católicos de una parroquia madrileña, pongamos por caso, acerca del Santo y Gran Sínodo pan-ortodoxo a celebrarse en Creta por los calurosos días de junio del 2016? Conocer las respuestas sería divertido. Un Sínodo, desde luego, nunca debe provocar distanciamientos, altercados, descalificaciones. Pienso que el Santo y Gran Sínodo pan-ortodoxo empieza siendo una ocasión de gracia para todas las Iglesias ortodoxas autocéfalas. Es un acontecimiento que ha sido preparado desde hace mucho tiempo. Tirando de biblioteca no estará de más recordar que dichas Iglesias ortodoxas ya lo intentaron con sus citas del monte Athos (1936) y entonces sus intentos fueron vanos. Luego vino Atenágoras I con las famosas conferencias panortodoxas, algunas contemporáneas de nuestro Concilio Vaticano II, pero tampoco fue capaz de acordar a todo ese complicado mundo de la Ortodoxia. Parece que Bartolomé I se va a salir con la suya este año en Creta. Pero ya veremos en qué para todo, y hasta qué punto las Iglesias ortodoxas autocéfalas van a ser capaces de salvaguardar su diversidad sin detrimento de la unidad… y al revés. A los católicos nos debe importar en la medida que dichas Iglesias mantienen buenas relaciones con nosotros, y hasta funciona la famosa Comisión Mixta Internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en conjunto. Sería punto menos que un fracaso que se llegase a la clausura de dicha cumbre sin entusiasmar al personal ni ponerse al día en tantos y tantos problemas de la sociedad actual. Los comentaristas de afilada pluma no dejarían pasar la ocasión sin recurrir al consabido refrán para este viaje no hacían falta alforjas. 

JLD – Nos hallamos ya prácticamente en el centenario de las Tesis de Martín Lutero, ¿Qué contenido ecuménico para las Iglesias podrá comportar esta celebración? Lutero y España tuvieron cierta relación histórica por medio de Carlos V. ¿Tendrá alguna repercusión ecuménica en estos momentos?

PL – La figura de Lutero lleva ya un tiempo irradiando un perfil más acorde y consecuente con biografías objetivas y desapasionadas. Quedan lejos ya los desenfoques de Heinrich Denifle, del mismo Hartmann Grisar, y de tantos autores con más carga polémica que rigor científico. Incluso va quedando atrás el ponderado estudio histórico de Ricardo García Villoslada. Ecumenistas de la talla de Congar se han acercado al Reformador agustino para salir al público con biografías más temperadas y, a fin de cuantas, conformes con la verdadera imagen del personaje. El mismo cardenal Willebrands vino a este progreso biográfico en sus declaraciones sobre Lutero durante la V Asamblea plenaria de la Alianza Luterana Mundial en Evian (1970), cuando afirmó que «en los últimos años ha surgido entre los estudiosos católicos una visión más exacta científicamente de la figura y la teología de Martín Lutero», palabras, por cierto, que provocaron indignación en altas esferas de la Curia Romana. A Willebrands, pese a todo, no le dolieron prensas en definir a Lutero como «una personalidad profundamente religiosa y que había buscado sinceramente y con abnegación el mensaje del Evangelio». Quiero recordar en este sentido la Biografía de Martín Lutero que Rafael Lazcano publicó en 2009, y de la que yo mismo hice una recensión para Pastoral Ecuménica, donde reconocía que la obra, «sobre ser provechosa para historiadores, teólogos, escrituristas y maestros de espíritu, resulta asimismo de extraordinaria validez para el ecumenismo en general y, en concreto, para el católico-protestante» (PE 26/78 (2009) 115-116). En cuanto a las efemérides a las que usted alude, bueno será recordar que el papa Francisco visitó el 15 de noviembre de 2015 la iglesia luterana de Roma, y que el 31 de octubre de 2016 se propone viajar a Lund (Suecia) para conmemorar el 500 aniversario de la Reforma iniciada por Martín Lutero. El acto se celebrará, según el comunicado de la Santa Sede, en previsión de los 500 años de la Reforma que cae en 2017. Habrá que preguntar, pues, a las Iglesias protestantes presentes en España qué actos conmemorativos de tan importante efeméride piensan organizar y con qué alcance ecuménico discurrir. 

JLD – Ha finalizado la Semana de Oración por la Unidad y en la mayoría de las diócesis se han realizado actos especiales y muchos de ellos interconfesionales. En una comunicación del EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO se decía después de anotar estas celebraciones: «¿Y ahora qué?». Desde su conocimiento también de la pastoral ecuménica, ¿podría indicar algo para ecumenistas y delegados diocesanos de ecumenismo? 

PL – Mis amigos del EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO están dando un ejemplo magnífico de cómo actuar durante todo el año en esta apasionante aventura del ecumenismo. Su Blog, que tan acertada y desinteresadamente cultivan y propagan, es prueba inequívoca de por dónde deben ir hoy las cosas en estos tiempos de globalización y de creciente difusión virtual a través de los medios informáticos. Desde luego que no vale con limitarse a los actos del Octavario. Pentecostés suele ser referencia de septenario para los ecumenistas del Hemisferio Sur. Y los centros ecuménicos, por su parte, no cesan de organizar jornadas, vigilias y encuentros de oración mensuales. Cabe suponer que, a medida que los fieles se vayan sensibilizando con esta hermosa vocación de la unidad, así también irán cobrando mayor conciencia de la importancia que estos actos de oración revisten. La tesis del Monasterio invisible, del P. Paul Couturier, a la que tanto se adhería don Julián con aquellas cartas que él solía escribir a los conventos de vida contemplativa, puede que esté reclamando mayor dedicación y empuje del llamado ecumenismo espiritual. En ninguno de mis Apóstoles de la unidad dejó de primar este sublime ecumenismo. Por ahí habrá que empezar. Y por ahí, sin duda, concluir. 

Pedro Langa con los miembros del EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO en enero 2015

*** 

Para finalizar esta entrevista, debo dar las gracias, e invito a que los lectores hagan otro tanto, al agustino Pedro Langa por sus respuestas claras, sinceras, precisas y llenas de sabiduría teológica, ecuménica y pastoral. Más de cuarenta años lleva sumergido en el compromiso por la unidad cristiana y en ellos ha profundizado en su teología, en su espiritualidad y en enseñar qué es ecumenismo desde su vocación por la búsqueda de la unión de las Iglesias, como profesor universitario, conferenciante y escritor. Desde hace tiempo me honro con su amistad y, sobre todo, gozo de su magisterio ecuménico y consejos. Creo que a través de esta valiosísima entrevista los lectores pueden llegar a saber muy bien cuál es, a día de hoy, la situación real del movimiento ecuménico en la Iglesia y concretamente en España. Su lectura debe conducir a distintos grupos ecuménicos a no olvidar que en el momento presente el P. Pedro Langa probablemente sea el mejor ecumenista de la Iglesia en España, y a saber que continúa firme como gran investigador y teólogo de esta materia, muy especialmente, si se quiere, en el estudio y conocimiento de las realidades actuales de las Iglesias ortodoxas. En mi nombre y en el de Pastoral Ecuménica, gracias por la contribución que, una vez más, hace al servicio de la unidad cristiana. 

José Luis Díez Moreno 
Director de Pastoral Ecuménica







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