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Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

miércoles, 25 de noviembre de 2015

¿EL FIN DEL METODISMO?

¿El fin del Metodismo?

Por Enric Ainsa

Dicen los especialistas que lo primero que hay que hacer para resolver un problema es aceptar que se tiene un problema. Pero después de hacer el paso de ir al terapeuta para resolverlo, viene un segundo momento cuando uno debe aceptar el diagnóstico que lo define como enfermo. La iglesia metodista hispanoamericana tiene un problema: la merma progresiva y aparentemente imparable de membresía. Por suerte, ella lo sabe: sabe que tiene un problema. Desde mi humilde posición, a menudo periférica, pero siempre fiel a los mandatos casaldaliganianos de denuncia profética y de acción transformadora, espero ser suficientemente cuidadoso como para ayudar a definir entre todos el diagnóstico.

El Metodismo latinoamericano goza de un alto grado de reconocimiento público e institucional, sobre todo por su testimonio a favor de los pobres y en defensa de los perseguidos, en diferentes ocasiones a lo largo de la historia sociopolítica de los países con tradición metodista. El Metodismo es considerado dentro de las grandes y respetables denominaciones del cristianismo protestante, tanto por parte de las administraciones públicas de los Estados como del resto de denominaciones cristianas históricas; esta afirmación, de forma relativa, también es válida para España. No obstante, la caída generalizada y sostenida de miembros está provocando una situación de crisis -no sólo carismática sino económica- que pone en peligro su continuidad estructural.

Bien podemos excusarnos en la secularización que viven nuestras sociedades, pero creo que esto es hacerse trampas al solitario: el mundo protestante, con los movimientos pentecostales, está en una época dorada de crecimiento indiscutible, tanto en Latinoamérica como el Estado español. El mundo católico, en posición dominante en el mundo hispanoamericano, también, como hacía tiempo que no disfrutaba. Y el mundo católico latinoamericano, además y a diferencia del pentecostalismo, lo hace desde una fe madura y popular que es fruto directo de la apuesta realizada a partir de la segunda mitad del siglo XX por la liberación de los pobres, aportando hoy en día muchas vocaciones ministeriales jóvenes y bien formadas (y con el hándicap del celibato), al servicio de las comunidades de base: en Brasil, en Argentina, en Guatemala, en El Salvador, en Colombia, en Nicaragua ... Es cierto que en España el nacional-catolicismo no es heredero de esta teología, al contrario, el lastre de la dictadura franquista ha dejado muchas heridas en el imaginario, y hoy en día tan sólo aporta al cuerpo ministerial perfiles o fundamentalistas o poco formados. En términos generales, el cristianismo ya sea en América Latina o en España, crece; y como termómetro indiscutible, también crecen los compromisos de personas dedicadas a los ministerios de servicio a la comunidad. En la iglesia metodista hispanoamericana, cada vez son menos los congregados, y casi nulos los que deciden entregarse en un compromiso de servicio ministerial.

Quiero hacer el diagnóstico a partir de tres puntos que considero centrales:

1.- Cristocentrismo.
Si la peculiaridad y la grandeza de nuestra fe está en un punto por encima del resto de religiones monoteístas, este punto es la Encarnación. Y este misterio no es explicable sin que lo acompañe el misterio trinitario: los cristianos no somos monoteístas; somos trinitarios. Y este misterio inunda y desborda cualquier reduccionismo biblista: el Metodismo ha perdido la excelencia de Cristo como centro homilético, como fundamento cúltico, como superación veterotestamentaria. Hay que volver al cristocentrismo en la vida diaria del Metodismo, en la predicación, en la casuística de todo lo que la comunidad acaba siendo: Wesley decía que cuanto él más hablaba de Cristo, más la gente respondía a la llamada. Y creo que, si no yerro en recoger con fidelidad el espíritu sacramentístico de Wesley, también -y mistéricamente- frecuentar la Santa Cena cristocentriza el culto.

2.- Espiritualidad.
Somos templos del Espíritu Santo y, por tanto, cada uno de nosotros somos la 'casa de Dios': en el silencio interior, se puede orar donde uno quiera y cuando uno quiera. Habría que añadir: cuando uno pueda. Porque la parte objetiva, externa, material de la espiritualidad es el silencio, el desierto, el recogimiento... y en nuestra sociedad del ruido y del bombardeo consumista esta parte queda cada vez más extirpada, robándonos el tiempo para orar. El Metodismo priva de espiritualidad cuando priva del entorno de oración en una sociedad que tiene el ser humano ensordecido, cuando sólo abre semanalmente el templo una tarde de estudio bíblico, una reunión de Alcohólicos Anónimos y el domingo para la celebración del culto. Diréis que quien quiere, puede orar en casa; y yo digo que no nos quejemos, pues, que la gente se quede en casa. La iglesia de la comunidad, el templo de la comunidad, es la 'casa del Pueblo de Dios', y su propietario la encuentra casi siempre cerrada. El Metodismo ha desterrado la 'puerta abierta' en las iglesias, de diario, a ratos por la mañana y ratos por la tarde, haciendo oraciones comunitarias, dando espacios y ambientes de oración personal, ofreciendo atención espiritual, como quien teme que aparte de los fieles acabe entrando y haciendo estorbo o dañando el mobiliario, un indigente, un drogadicto, un alcohólico... un escogido de Cristo. ¿Para qué queremos, pues, los templos? ¿Para hacerla nuestra casa diciendo que es 'casa de Dios'? ¿Para que las 'familias' de la comunidad tengan su madriguera para sentirse Iglesia? ¿Para dejar en herencia a los hijos y a los nietos un espacio metodista para que oren y puedan decir que "nuestra iglesia tiene más de 200 años de arraigo"? ¿Qué le falta a los templos metodistas? ¿Le falta gente que pueda atender las iglesias abiertas, o quizás le faltan vocaciones ministeriales? Un templo que no trabaja a diario la calle, el barrio, el pueblo que lo rodea, que no se abre a él, que no le permite pasar y orar, pedir, llorar... no es la 'casa del Pueblo de Dios'. Una comunidad que no trabaja la espiritualidad en el templo, que no reza unida, no queda unida ni da vocaciones ministeriales para dar continuidad al servicio evangélico.

3.- Obra social.
El tercer punto que considero esencial para entender la situación del Metodismo hispanoamericano de hoy en día es una consecuencia inevitable que se deriva de los dos puntos anteriores: un Pueblo que no tiene como base de adoración la humanidad y el dolor del Dios encarnado (cristocentrismo), y un pueblo que no vive el misterio de la Redención como corredención y coparticipación nuestra en la obra salvífica de Dios a través de la caridad y la evangelización al prójimo (espiritualidad), no puede percibir la necesidad existencial y definitoria de hacer obra social o diaconía. Hacer obra social no es sólo gestionar colegios o centros de atención especial para personas de la propia comunidad o para gente que los pueda pagar; hacer diaconía no es en esencia hacer gestiones solidarias de recogida de bienes para que luego otros sean los que se ensucien de barro haciendo la atención directa a los necesitados. Hacer obra social cristiana tampoco es gestionar fondos económicos provenientes de las iglesias metodistas estadounidenses, inglesas o alemanas, como tampoco de los fondos de cooperación de Ayuntamientos o de Gobiernos. La 'gestión' de la obra social la puede hacer una ONG, la Administración pública o cualquier equipo de voluntariado. Pero la obra social cristiana en esencia, la diaconía, sólo la puede hacer una comunidad tan humanista que sea cristocéntrica, que vea en la liberación del pobre en todas sus dimensiones la corredención a la que estamos llamados. (Quien aún no acepte que la Iglesia de Cristo es la preferencial por los pobres, es que aún lee las Bienaventuranzas muy románticamente).
Quizás por la falta de esta conexión imperativa entre diaconía y cristología, los movimientos pentecostales se muestran carentes de obra social: porque para ellos Cristo no es Dios sino su hijo. Me parece que debería ser obvia para todo metodista la base wesleyana de la diaconía... Justamente -por la falta evidente de obra socialno sólo me alejo y sospecho de un evangelismo de megafonía, sino que también veo entristecido cómo apacigua el latido de la iglesia metodista hispanoamericana.

¿Qué herramienta de utilidad de Dios para el mundo es hoy la iglesia metodista 'del sur'? Faltan santos en la iglesia metodista: faltan personas dedicadas, apartadas por Dios al ministerio del servicio, para hacer evangelización. Faltan héroes en sus estructuras, que sean capaces de denuncia profética y de acción transformadora. Faltan respuestas metodistas radicales al dolor y la pobreza humanos, tanto materiales como espirituales. Quizá faltan personas y respuestas porque desde sus instituciones eclesiales se ahoga el Espíritu Santo. El miedo es lo contrario de la fe. El miedo a perder es conservadurismo, pero también es alevosía (el miedo de Pedro, el miedo de Judas ...). Un Metodismo preocupado por las cosas de Dios debe desligarse de las estructuras de poder y de lobbys, de las relaciones laborales por interés, de las dependencias económicas que lo secuestran, sin temor a perder los patrimonios material y político que cree debe mantener... ni emplear su estatus de reconocimiento interreligioso para obviar su crisis. Negar el diagnóstico puede hacer decir que el Metodismo es el Remanente...

Hay que dar la vuelta al título de este escrito. El fin del Metodismo no debe ser una pregunta sobre su final sino sobre su objetivo final, es decir, sobre su fin último. ¿Cuál es el fin del Metodismo? ¿Está dispuesto el Metodismo a arriesgarlo todo por el Reino? O hará como el rico que se marchó entristecido? El Metodismo no debe limitarse a aspirar a que los hijos vuelvan a las iglesias para llenarlas. Volviendo a sus orígenes, el Metodismo puede hacer una catarsis quemándose en el fuego de la Caridad, que son las llamas del Espíritu, y volver a ser Universal. Para ello hay que renovar el espíritu en oración, los debates en grupos de trabajo, los compromisos en comunidad eclesial, los riesgos en la confianza en Dios. Así podremos decir que Dios hace con el Metodismo lo que Él quiere hacer.





















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