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viernes, 28 de agosto de 2015

SAN AGUSTÍN Y LA UNIDAD DE LA IGLESIA

En la festividad de San Agustín, publicamos este artículo de nuestro buen amigo y colaborador el Dr. Pedro Langa

SAN AGUSTÍN Y LA UNIDAD DE LA IGLESIA

“Fresco de Letrán (s. VI), representando a san Agustín con un libro en la mano, no sólo para expresar su producción literaria, que tanta influencia ejerció en la mentalidad y en el pensamiento cristianos, sino también para expresar su amor por los libros, por la lectura y el conocimiento de la gran cultura precedente” (Benedicto XVI, 20.2.08)

El 28 de agosto del 430 moría en Hipona (hoy Annaba: Argelia) san Agustín, padre y doctor de la Iglesia y posiblemente el teólogo que, hasta la fecha, haya insistido más en la unidad. Mayormente por el contencioso católico-donatista, donde puede uno dar con perlas como esta: “El mundo entero está seguro al emitir este juicio: securus iudicat orbis terrarum(C. Ep. Parm. 3, 4, 24; P. Langa: BAC 498, p. 363, n. 20), tan decisiva en el proceso de conversión del hoy beato cardenal John Henry Newman. Innumerables se antojan las frases que pregonan su ardiente amor a la madre Iglesia, de la que no cesó de proclamarse siervo suyo, hijo y pastor fidelísimo. 

Ahora que su amada tierra África sufre convulsa por el fenómeno yihadista, viene a la mente sin querer aquel brazo armado de la Iglesia cismática denominado circunceliones, temibles guerrilleros y turba descerebrada proclive al crimen suelto y la emboscada traidora. Pretendían acabar con la Católica de los años agustinianos. De yihadistas y circunceliones cabría decir tal para cual si no fuera porque las comparaciones son odiosas. Pero algo de verdad habrá cuando no pocas veces anida en semejante dicho el recurso a la comparanza para el discurso serio y la oratoria solemne. Cabe por de pronto hacerlo con el ferviente amor de san Agustín a la unidad eclesial, argumento de mucho fundamento en el ecumenismo. Sirvan de prueba tres razones no más, entre las muchas que podrían traerse. 

1) El amor a la verdad resulta en san Agustín casi obsesivo; es cuestión de estilo, compostura y actitud. Hoy en el ecumenismo importa convencerse de que la verdad no es monopolio de nadie. La frase al respecto valdría para semanas y congresos ecuménicos: “No sea la verdad ni mía ni tuya para que sea tuya y mía” (In ps.103, s. 2,11), modo implícito de reconocer que el ecumenismo se sustancia en compartir. Porque la verdad, como la caridad, ciertamente es difusiva, comunicable. Y el modo ideal de hacerlo es compartiéndola. La verdad según san Agustín es, además, conquista diaria, enriquecimiento perenne, vida y luz de los hombres. 

2) El Hiponense, por otra parte, amaba la armonía y el orden, y era monje obispo dado a vivir en unidad inclusive por quehacer temperamental. Unidad y catolicidad son en su deliciosa prosa conceptos que acuden a la pluma con grata querencia, de modo que el rico vocabulario que maneja sobre la reunión tiene de forma indeclinable, como seguro puerto de llegada, la unidad eclesial. En la carta a Maximino, precisa: “Cuantos nos conocen saben que ni tú eres obispo mío ni yo soy presbítero tuyo… Cuando te llamo hermano, no te pasará inadvertido que tenemos un precepto de llamar hermanos aun a aquellos que se niegan a ser hermanos nuestros; y eso tiene un gran valor para el debate que motiva esta carta” (Ep. 23,1). Demuestra también él la unidad de la Iglesia con el Espíritu Santo, su alma y su energía y quien la habita y es, a la postre, artífice de la paz, la caridad, y la concordia fraterna. 

3) Fue asimismo pródigo, en fin, hablando del escándalo de la división, “calamidad de la discordia” -decía él-, tema que el Vaticano II no soslayó en el decreto Unitatis redintegratio. Cualquier cisma, admítase o no, atenta contra Cristo y jamás podrá atribuírsele sentido cristiano. Separarse de la unidad de Cristo y permanecer en tal separación es, siendo así, un gran mal. La división de las Iglesias, por tanto, constituye también para el Obispo de Hipona un monumental escándalo “para el mundo y daña a la causa santísima de la predicación del Evangelio a todos los hombres” (UR, 1). Su razón de teólogo y doctor de la Iglesia es, al respecto, irrebatible: “No puede ser glorificado el Padre por el conocimiento de los hombres sin conocer también a aquel por quien es glorificado y por quien el Padre llega al conocimiento de los pueblos” (In Io.ev.tr.106, 3). En frases así, bien talladas como se ve y dignas del granito, san Agustín resulta en ocasiones contundente de puro claro: “No tienen el amor a Dios los que no aman la unidad de la Iglesia” (De b. 3, 16,21)

“Colocada la doctrina de la verdad en la cátedra de la unidad” (Ep. 105,16), pues, y con las Escrituras en común, ¿por qué no retener de igual modo juntos a Cristo y a la Iglesia? La victoria es siempre de la verdad, nunca de los hombres (Serm. 296). De ahí que el ecumenismo no tenga ni vencedores ni vencidos, solo un mensaje sencillo, armonioso y claro: “honrar, amar y predicar a la Iglesia santa nuestra madre” (Serm. 214,11). Sea san Agustín en esta fiesta de su muerte, durante el asedio a Hipona por los vándalos, por tanto, firme valedor de los ecumenistas, de aquellos que, al practicar la unidad en la verdad, saben anteponer la Iglesia a los partidismos, el amor de Dios a las conveniencias y el querer de Cristo a los caprichos de quienes prefieren jugar a la baja. Por eso mismo la unidad eclesial no puede ser entendida, según nuestro genial Neoplatónico, sin el amor unitario de la Trinidad adorable, raíz del ecumenismo con mayor número de quilates que quepa imaginarse. 

Consuela saber que algunos círculos religiosos altamente cualificados de Argelia, país con el 98% de confesión musulmana, saben reconocer en san Agustín al más célebre representante de la Iglesia católica y de la literatura religiosa de lengua latina (15); al arquitecto d’un parthénon littéraire (10); al ilustre númida, en fin, hoy ciudadano de la humanidad entera, le plus grand maître après les Apôtres de l’Église catholique (11), según el presidente musulmán de Argelia, Abdelaziz Buteflika (Augustinus afer, Actes du colloque international Alger-Annaba, 1-7 avril 2001. Éd. Un. Fribourg 2003, 2 vols: vol. 1). También los ecumenistas, por eso, pueden hacer suyo en esta fiesta y repetirlo para sí: Augustinus semper noster!

Benedicto XVI durante la celebración de las Vísperas en la Basílica de San Pedro in Ciel d’Oro, ante el mausoleo que guarda las reliquias de san Agustín, Pavía, 22 de abril de 2007
Prof. Dr. Pedro Langa Aguilar, OSA 
Teólogo y ecumenista.
28 de agosto de 2015





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