Todos juntos
Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

lunes, 24 de agosto de 2015

NUEVO DELEGADO DE ECUMENISMO DE LA DIÓCESIS DE MÁLAGA

Rafael Vázquez Jimenez, 
ha sido nombrado 
Delegado Diocesano de Ecumenismo y Diálogo Interreligioso en Málaga

Desde la Fundación Lux Mundi - Centro Ecuménico nos pasan la siguiente información:

Rafael Vázquez Jimenez
Es para nosotros un placer informar que recientemente fue nombrado Don Rafael Vázquez Jimenez, como Delegado Diocesano de Ecumenismo en Málaga

Don Rafael actualmente es párroco de la Iglesia de san José en Fuengirola, profesor en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas San Pablo (Málaga) y ha demostrado una gran vocación y dedicación al ecumenismo, no solo en su trabajo sino en su colaboración y cercanía al centro Lux Mundi. Le felicitamos y nos ponemos a su disposición para continuar la labor que el P. Rodrigo Ruiz Serrano llevó a cabo por muchos años.

Agradecemos también al P Rodrigo, quien continúa siendo Director de la Fundación Lux Mundi, desde donde continuaremos apoyando, difundiendo y promoviendo el ecumenismo en la Diocesis y estrechando los vínculos de unión con otras Iglesias Cristianas.

Estamos seguros que el ecumenismo en Málaga ha sido bendecido con este nombramiento y que todos los que formamos parte de este movimiento seguiremos colaborando con Don Rafael con la misma dedicación y entrega.


Reproducimos una entrevista que realizó Encarni Llamas Fortes a Rafaél Vázquez, con motivo de apertura del curso para los centros formativos diocesanos de Málaga en 2013, publicada en www.diocesismalaga.es

Rafael Vázquez: «Cuando hay deseos de dialogar y de buscar la Verdad, siempre hay caminos» 

«El ecumenismo me ha enseñado a buscar la Verdad, a salir de nuestros castillos infranqueables», así de contundente se muestra Rafael Vázquez (Marbella, 1978), sacerdote diocesano, doctor en Teología Dogmática, que dictará la lección inaugural de apertura del curso para los centros formativos diocesanos el próximo viernes, 4 de octubre, a las 18.30 horas, en el Seminario Diocesano. El tema elegido es el ecumenismo, sobre el que también profundizó en su tesis doctoral. Este joven sacerdote está convencido de que «el gran camino para el diálogo es Jesucristo»

–Se ha especializado en ecumenismo, diálogo entre las distintas confesiones cristianas. ¿Ha encontrado de verdad caminos de diálogo?

–Cuando hay deseos de dialogar y de buscar la Verdad, siempre hay caminos. El mundo del ecumenismo me ha enseñado a buscar la Verdad, a salir de nuestros castillos infranqueables, a ponerme en el lugar del otro para tratar de entender sus razones, a superar prejuicios, y a descubrir que toda falta de entendimiento lleva la marca del error y el pecado. El gran camino para el diálogo es Jesucristo, y el rostro que de Él nos muestran la Sagrada Escritura y la Tradición viva de la Iglesia. El ecumenismo requiere de una conversión auténtica a Él, con toda nuestra mente, con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma. Y, así, el resto de dificultades y cerrazones se irán disipando poco a poco.

–Será el tema también de su lección inaugural, ¿cómo la va a enfocar en este Año de la fe?

–El tema estará centrado en la cuestión ecuménica, concretamente en la visión que las distintas confesiones cristianas tienen de la Iglesia. A lo largo del camino ecuménico se han afrontado muchos temas, en los que se han llegado a considerables acuerdos: la justificación, la tradición, los sacramentos, etc. El movimiento ecuménico estudia actualmente la posibilidad de alcanzar una visión común de la realidad de la Iglesia. Creo que enfocar la lección inaugural desde la cuestión ecuménica podrá suscitar en los alumnos de nuestros centros teológicos el deseo de responder a la invitación de Jesús: “Que todos sean uno”.

–¿Qué podemos hacer los cristianos de la Diócesis en favor del diálogo interconfesional?

–Yo diría que el mejor programa ecuménico pasa por acoger la invitación que nos hacía el papa emérito Benedicto XVI al convocar el Año de la Fe: una conversión renovada y auténtica al Señor, único Salvador del mundo, que conducirá a una transformación profunda de pensamientos, afectos, mentalidad y comportamiento del hombre. Si no conocemos, profundizamos y vivimos nuestra fe con mayor hondura no se podrá nunca establecer un diálogo desde la sincera búsqueda de la Verdad. Nos falta conocer mejor nuestra fe para no crear un diálogo desde la ignorancia, para no confundir en lugar de aclarar. Creo que es necesario fomentar la dimensión ecuménica de la catequesis a todos los niveles y de nuestras celebraciones. Y el diálogo desde la Verdad ha de ir acompañado siempre del diálogo desde la Caridad: seguir potenciando el intercambio afectivo con miembros de otras confesiones cristianas y la oración en común. Y en estos tiempos de crisis, ofrecer soluciones conjuntas a las situaciones de necesidad. Que puedan decir de nosotros: “Mirad cómo se aman” y “mirad cómo nos aman”.

–¿Qué objetivos tiene, como profesor, en este nuevo curso que comienza?

–Después de haber impartido distintas materias (eclesiología, escatología, teología del laicado, ecumenismo, etc.), este año comienzo una nueva asignatura sobre el concilio Vaticano II. Quisiera que los alumnos se entusiasmaran con el Concilio, ofrecerles la llave para que puedan abrir las puertas del aula conciliar y disfrutar con sus documentos, que los acogieran con el intelecto y el corazón. Y así mostrarles el rostro de una Iglesia renovada y rejuvenecida que tiene capacidad para seguir afrontando los desafíos de nuestra sociedad actual encendiendo la antorcha de la fe allí donde ninguna otra luz puede iluminar.

–¿Cómo nació su vocación?

–En Marbella, donde nací, mis ojos se abrieron a la fe en el seno de una familia sencilla y trabajadora, y unos sacerdotes ejemplares que vivieron el Evangelio con austeridad y volcados hacia su gente. Mis padres decidieron llamarme Rafael en honor a mi abuelo materno, un hombre de la mar. Y, aunque de pequeño no me gustaba el nombre, poco a poco fui comprendiendo que las cosas no suceden porque sí. Rafael significa “medicina de Dios” y, después de nueve años como sacerdote, he podido comprender que este ministerio al que el Señor me llamó tiene mucho que ver con poner el aceite del consuelo y el vino de la esperanza del Buen Samaritano en las heridas de tantas personas que el Señor me ha hecho encontrar por los caminos del mundo. Mi formación personal, intelectual y espiritual se la debo al Seminario de Málaga, y a los lugares por donde Dios me ha ido llevando: la parroquia de san Cristóbal, en Ronda, los pueblos de Atajate y Benadalid, la ciudad de Roma y la Universidad Gregoriana, donde realicé la licenciatura y el doctorado, Corumbela, y en este último período, la parroquia de san José, en Fuengirola, y el Instituto de Ciencias Religiosas. En todos estos sitios he aprendido y disfrutado descubriendo cómo el Señor va haciendo historia de salvación con cada uno de nosotros.

–¿Qué destacaría de su paso por Roma?

–Roma ha hecho nacer en mí un deseo profundo por conocer cada día más la fe que profeso y trato de vivir. Al mismo tiempo, me descubrió mi ignorancia. Cada biblioteca en la que entré me dio una lección de humildad: “Eres experto en nada y tienes lagunas en todo. Te queda mucho por aprender”. Junto a este deseo por profundizar en la teología, Roma me ofreció la posibilidad de contemplar la Iglesia desde la riqueza de la diversidad que, lejos de separarnos, siempre nos une. A veces nuestros microcosmos parroquiales y diocesanos nos hacen perder la perspectiva de la universalidad, que nos abre a nuevas posibilidades y soluciones para responder a lo concreto de la realidad.- 


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