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Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

sábado, 24 de enero de 2015

24 de enero. Reflexión del Prof. Dr. Pedro Langa Aguilar, OSA

EN ARMONÍA CON EL HOMBRE Y LA NATURALEZA


Sábado, 24 de enero del 2015.- « Señor, dame de esa agua » (Juan 4, 15). - Los cristianos deberían confiar en que el intercambio de experiencias con los demás, también con otras tradiciones religiosas, puede cambiarnos y ayudarnos a bucear en las profundidades del pozo. Llegarnos hasta los que son extraños con ánimo de beber de su pozo, abre nuestro espíritu sediento de belleza y de bondad a las «maravillas de Dios » que tantas veces admiramos y pocas, en cambio, compartimos. En el desierto de Sin, el Pueblo de Dios no tenía agua, razón por la que los israelitas se amotinaron contra Moisés y contra Aarón en la fuente de Meribá. Dios mandó a estos que sacaran agua de la roca para el pueblo. Moisés «alzó la mano y golpeó la peña con su vara dos veces. El agua brotó en abundancia, y bebió la comunidad y su ganado» (Números 20, 11). Este golpe de providencialismo prueba, en cierto modo, que, frecuentemente a través de los otros, Dios viene a nuestro encuentro, esto es, al socorro de nuestras necesidades. 

Mientras clamamos al Señor en medio de la necesidad y le suplicamos como la Samaritana: « Señor, dame de esa agua », quizás ya él haya respondido, o lo esté haciendo, con la benevolente y próvida actitud de quien pone en las manos del vecino lo que uno andaba buscando. De ahí que tengamos que dirigirnos también al vecino y decirle: «dame de beber». ¿Acaso no incluye Jesús el dar de beber al sediento entre las obras de misericordia corporales? Estas y las espirituales no son sino acciones caritativas con las que ayudar al prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (cf. Is 58, 6-7). Cristo, Rey Mesías, hace que los elegidos de su Reino pasen al de su Padre. Los hombres en el discurso de Jesús son juzgados según sus obras de misericordia –descritas a la manera bíblica- y no según sus acciones excepcionales. Entre tales obras, figura precisamente esta: «Tuve sed y me disteis de beber» (Mt 25, 35). Aunque sólo fuere un vaso de agua clara: el de convivencia en armonía.

A veces lo que uno necesita ya está en la buena voluntad de las personas del entorno. Del pueblo guaraní de Brasil aprendemos que en su lengua no existe un término equivalente a «religión» como algo separado de la vida. Y que el cristianismo al principio se llamaba «el camino» (Hechos 9, 2). «El camino», o «nuestro modo bueno de ser» es el modo que Dios tiene para traer armonía a nuestra vida. Nunca sabremos valorar debidamente cómo ni hasta cuánto haya podido enriquecer nuestra experiencia de Dios el encuentro con otros cristianos. Ni tampoco cuánto podría iluminarse nuestro mundo interior aprendiendo de las otras tradiciones religiosas en el diario trato con la nuestra. Quiera el Dios de vida, que cuida de la creación y nos llama a la justicia y a la paz, que nuestra seguridad no venga de las armas, sino del respeto; que nuestra fuerza no sea producto de violencia, sino de amor; y que nuestra riqueza, en fin, no sea la del dinero, sino la del compartir. Que nunca paute nuestro camino la ambición, sino la justicia. Y que nuestra victoria no sea de la venganza, sino del perdón. Que nuestra unidad, en resumen, no la imponga el poder, sino el humilde testimonio de la divina voluntad. Las palabras doxológicas de san Pablo son el mejor exhorto conclusivo: «Y el Dios de la paciencia y del consuelo que dan las Escrituras os conceda tener los unos para con los otros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo » (Romanos 15, 5s).

Los guaraníes son un pueblo guerrero que vive en armonía con la selva y el río Paraná. “De ella –dicen-- nos alimentamos, nos curamos el cuerpo y el espíritu”. 



Pedro Langa Aguilar



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