Todos juntos
Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

jueves, 22 de enero de 2015

22 de enero. Reflexión del Prof. Dr. Pedro Langa Aguilar, OSA

LOS DONES DE LOS OTROS, EXPRESIÓN DEL MISTERIO DE DIOS

Jueves, 22 de enero del 2015.- « No tienes con qué sacar el agua y el pozo es hondo » (Juan 4, 11). Los derroteros del diálogo entre Jesús y la Samaritana cobran una tonalidad de extrañeza y hasta de imprevisto agobio fisiológico para los interlocutores. Que para el judío sentado junto al brocal del pozo es sólo aparente, por supuesto, ya que es Dios. Pedir en nombre de Jesús, he ahí la clave de quien acude a orar. Nuestras oraciones todas van dirigidas, deben dirigirse al Padre en nombre de Jesucristo su Hijo. Se trata, pues, de pedir en nombre de quien no tuvo él mismo inconveniente alguno en pedir a la mujer samaritana que le diera agua para calmar su sed. No le importó que fuera samaritana. Tampoco a nosotros debe impedirnos elevar oraciones al cielo junto a otros que no piensan igual: si así no fuera, sería tanto como no poder practicar el ecumenismo. 

Jesús necesitaba ayuda. Después de larga caminata, hizo su aparición la fatiga. Extenuado y al calor del mediodía, surgió la súplica: «Dame de beber» (Juan 4,7). Desde la Cruz, gritará también en el momento solemne de su agonía: «Tengo sed» (Juan 19,28). Para complicar más las cosas, Jesús es un forastero; es él quien no está en su tierra y el pozo pertenece al pueblo de la mujer. Jesús tiene sed y, como señala la Samaritana, no tiene con qué sacar agua del pozo. Tiene sed, pide agua, necesita su ayuda, pues: ¡todos necesitamos ayuda! Piensan muchos cristianos que solo ellos tienen las respuestas y no precisan ayuda de los demás. Grave error de convivencia, sin duda. Ninguno de nosotros puede alcanzar la profundidad del pozo de lo divino aunque la fe nos exija profundizar cada vez más y más en él. No podemos acometer esto aisladamente. Necesitamos que nuestros hermanos nos echen una mano. A veces incluso las dos. Sólo entonces podremos adentrarnos en la profundidad del misterio de Dios.

Un dato común de nuestra fe, más allá de la Iglesia a la que pertenecemos, es que Dios constituye un misterio que trasciende nuestra comprensión. La búsqueda de la unidad de los cristianos nos hace reconocer que ninguna comunidad tiene todos los medios para alcanzar las profundas aguas de la divinidad. Necesitamos agua, necesitamos ayuda: ¡todos, por múltiples y diversa razones, necesitan ayuda! Cuanto más crezcamos en la unidad, compartamos nuestros cántaros y unamos los extremos de nuestras cuerdas, más ahondaremos en el pozo de la divinidad. Pentecostés enseña sobre todo la obligación de compartir, de ser útiles a los que nos rodean, de acogernos mutuamente para remediar juntos las necesidades que a diario irrumpen en la Ecúmene (cf. Hechos 2, 1-11). Hasta el salmista se hace entonces más persuasivo: Qué agradable es que los hermanos vivan juntos (cf. Salmo 133)

Dice san Agustín que todo hombre, «por rico que sea en la tierra, siempre es mendigo de Dios» (Sermón 56, 9). Sólo aceptando esta mendicidad, será el hombre como un niño a quien se le abre su Reino (cf. Mateo 18, 3); como el obrero que vive su ecumenismo a tope. Cumple, pues, hacer lo que Jesús hizo, esto es: tomar la iniciativa de adentrarse en tierra extranjera y volverse un forastero que cultiva el ansia de aprender de lo diferente. Todos en ecumenismo podemos ser apóstoles que ayudan a la Iglesia necesitada, la que sea. El diálogo entre Jesús y la Samaritana, en suma, puede ayudarnos a entender que Dios, fuente de agua viva, quiere que ahondemos nuestros cubos en sus divinas aguas, pues los dones de los otros son, a la postre, reflejo de su misterio insondable. Ello hará que nos sintamos y nos sentemos juntos cerca del pozo para beber del agua que congrega en unidad y paz. 

…podemos ser apóstoles que ayudan a la Iglesia necesitada… 


Pedro Langa Aguilar




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