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Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

martes, 1 de julio de 2014

PEREGRINACIÓN DE PABLO VI A TIERRA SANTA

PEREGRINACIÓN DE PABLO VI A TIERRA SANTA

Un artículo de Pedro Langa.

1. Cincuentenario de un viaje puramente espiritual


Pablo VI viajó a Tierra Santa en enero de 1964[1]: fueron casi tres días repletos de actos oficiales, encuentros, visitas, celebraciones, discursos[2]. Anunciado con improvisadas palabras al cierre de la segunda sesión del Concilio (4-XII-1963), el viaje resultó ser el primero que, después de veinte siglos, acercaba al sucesor de Pedro a la tierra de Jesús y de los Apóstoles. Totalmente inesperado y sorpresivo, pues. Entusiastas y muy positivas las reacciones[3]. Histórico desde múltiples puntos de vista[4]. Singular, dado su carácter puramente religioso. De ahí lo de peregrinación[5].
Se cuidó mucho Pablo VI de precisarlo ante el rey Hussein en el aeropuerto de Amán: «Nuestra visita tiene un carácter espiritual. Es el de una humilde peregrinación a los lugares santificados por el nacimiento, la vida, la pasión y muerte de Jesucristo, y por su gloriosa resurrección y ascensión»[6]. Otro tanto manifesto en el saludo a las autoridades israelíes: «No estamos guiados por ninguna consideración que no sea de orden puramente espiritual. Venimos como peregrinos; a venerar los Santos Lugares; para rezar. Desde esta Tierra única en el mundo […] nuestra humilde súplica se eleva hacia Dios por todos los hombres, creyentes y no creyentes. Incluimos con mucho gusto a los hijos del «pueblo de la Alianza» cuyo papel en la historia religiosa de la humanidad no podemos olvidar»[7].
También cuando cruzó el umbral de la Ciudad Santa: «Hoy se realiza lo que fue objeto de los deseos de muchos hombres en la época de los Patriarcas y de los Profetas, de muchos peregrinos que vinieron a lo largo de veinte siglos a visitar el Sepulcro de Cristo. Hoy podemos exclamar con el autor sagrado: «Y ahora ponemos los pies en tus puertas, ¡oh Jerusalén!» (Salmo 122, 2), y añadir con él con toda verdad: «He aquí el día que Dios ha hecho: día de contento y de alegría» (Salmo 117, 24)»[8]. Y de vuelta en Roma, agradeciendo el recibimiento en Ciampino del presidente Segni y autoridades: «Hemos querido que nuestro viaje a Tierra Santa tome la significación de un reencuentro particular, ferviente y ardiente con Cristo, que ha proclamado altamente ante la faz del mundo la realidad sublime y la universalidad de la redención que el Divino Salvador continúa realizando por medio de su Iglesia»[9]. Por último, este interesante matiz a los fieles reunidos en la plaza de San Pedro, ya por la noche: «Mi viaje no ha sido sólo un hecho singular y espiritual; ha sido un hecho que puede tener grande importancia histórica y el comienzo quizá de grandes acontecimientos que pueden ser beneficiosos para la Iglesia y para la Humanidad»[10].
El propio Pablo VI vuelve a la idea en un documento al que se le ha dado poco relieve con tenerlo tanto, pues se trata de una Exhortación Apostólica al Episcopado católico en la que recomienda de forma especial las súplicas a realizar en fecha próxima para pedir por la unidad de los cristianos. Firmado el 15 de enero de 1964, o sea próxima la Semana de oración por la unidad de los cristianos, evoca el Papa en él su reciente viaje a Tierra Santa. He aquí un fragmento significativo: «En especial tenemos grabado en nuestro espíritu el encuentro con los jefes espirituales de las veneradas Iglesias orientales, de las que en el pasado nos han separado dolorosas rupturas, y de forma especial el encuentro con el patriarca ecuménico de Constantinopla, que también fue en peregrinación a Tierra Santa. Nos dimos el abrazo santo que se dan los discípulos de Cristo; a una releímos la oración solemne que Cristo elevó al Padre, antes de su Pasión, para pedir la unidad de sus discípulos, para que el mundo crea;  a una recitamos el Pater noster que nos hace invocar a Dios como nuestro Padre y nos enseña el perdón mutuo de las ofensas; acontecimientos estos, que queremos considerar la primicia de la unión total en la única Iglesia de Cristo, aunque esta unión esté todavía lejana»[11].
Respondía este viaje, pues, a una decisión de antemano meditada, inscrita en lo más profundo de la espiritualidad y de la eclesiología montinianas, muy acorde, si bien se analiza, con lo que venía él mismo asimilando en sus asiduas lecturas de san Agustín. Baste de prueba el discurso del 5 de enero en Nazaret, bellísimo cántico a la Virgen María en el que cita expresamente al obispo de Hipona[12].
El padre Stjepan Schmidt, secretario y biógrafo del cardenal Bea, refiere, de hecho, que Su Eminencia le había oído decir más de una vez a Pablo VI: «Voy a Palestina como simple peregrino, sin llevar ni tiara ni mitra. Algunos han hecho dificultad respeto a la restitución de la visita al Patriarca Ecuménico, pero yo no encuentro ninguna. También Jesús visitó a los propios amigos; ¿por qué no podría hacerlo su vicario en la tierra?»[13]. Pablo VI, por tanto, quería encuadrar su viaje-peregrinación dentro del más puro Evangelio, sin notas ni añadiduras político-religiosas.
De todo aquello se cumplen ahora los 50 años con la carga de emotividad, evocación y trascendencia que dicho evento conlleva. Mi reflexión, no obstante, quiere abordar aquí sólo su faceta ecuménica. Porque, de las muchas que el viaje ofrece, incluso en el ámbito estrictamente religioso, ninguna, a mi entender, brilla tanto, por lo que luego diré, como la del ecumenismo. Prueba de ello es que ya el 4, primer día de la peregrinación, avanzaba en el discurso a los fieles de rito oriental pronunciado en la iglesia de Santa Ana, este hermoso pensamiento vibrante de eclesiología litúrgico-patrística: «Sabéis que hemos venido como peregrino, para seguir los pasos de Cristo, en la Santa y gloriosa Sión, madre de todas las Iglesias, por decirlo con una expresión de la antigua liturgia jerosolimitana de Santiago».
Y a renglón seguido proseguía: «En efecto, el lugar de la vida, pasión y resurrección de Nuestro Señor es el lugar de nacimiento de la Iglesia. Nadie puede olvidar que Dios ha querido, en cuanto hombre, escoger para sí una patria, una familia y una lengua en este mundo y que esto se lo ha pedido al Oriente. Al Oriente ha pedido sus Apóstoles: Porque fue primero en Palestina donde los apóstoles establecieron la fe e instalaron sus Iglesias. Luego, partieron a través del mundo y anunciaron la misma doctrina y la misma fe (Tertuliano) […]. Si la unidad no es católica sino respetando la diversidad de cada uno, la diversidad tampoco es católica sino en la medida en que mira a la unidad, que sirve a la caridad, que contribuye a la edificación del pueblo santo de Dios. n nuestra alegría por encontrarnos aquí reunidos, en este Oriente que es el vuestro, no podemos dejar de sentir viva y profundamente, la exigencia del testimonio de la unidad, el gran signo dejado por Cristo para la fe del mundo: Que sean uno, para que el mundo crea (Jn 17,21)»[14].
2. Los otros viajes papales a Tierra Santa
En lo relativo a las relaciones Roma-Jerusalén, fue un viaje, dicho sea en resumen, sin el menor significado político. La Santa Sede no había entablado aún relaciones diplomáticas con Israel y esta visita, por tanto, querida en contexto estrictamente espiritual, tampoco promocionó su desarrollo. Procedente de Jordania (sitio entonces de la mayoría de los lugares santos cristianos), Pablo VI llegó a Israel a través de la Galilea en vez de la capital del estado. Las autoridades israelíes debieron recibirlo en Meggido. Una vez allí, pasó menos de 24hs en el estado judío y rehusó reunirse con oficiales israelíes en Jerusalén. En ningún momento se dirigió al presidente israelí por el título de su investidura, sino como «su excelencia». Se las ingenió para evitar en todo momento las palabras «Israel» o «estado judío». Antes de regresar, hizo una defensa pública –en suelo israelí– del ya entonces controvertido Pío XII: « Todos saben –llegó a decir– lo que Pío XII hizo por la defensa y rescate de todos aquellos que estaban en infortunio, sin ninguna distinción…»[15].
De vuelta en Roma, envió un telegrama de agradecimiento a Tel-Aviv y no a Jerusalén, lugar de residencia del presidente. Pese a estarse celebrando el Vaticano II, Pablo VI tampoco aprovechó su presencia en Israel para renovar ni las relaciones religiosas con los judíos ni los lazos políticos con los israelíes. Ciertamente aún no existía la Nostra aetate. Y menos, claro es, la Comisión para las relaciones religiosas con el Judaísmofundada el 22 de octubre de 1974[16]. ¿Cabría ver en todo esto algún indicio de por qué faltó en aquel viaje el cardenal Bea, futuro arquitecto de la Nostra aetate?[17]Ha de afirmarse, en todo caso, que el viaje fue espiritual, sí, pero muy especialmente ecuménico, y a fuer de precisos: ecuménico más que interreligioso. En tal sentido no vendrá mal recordar su marco eclesial: el Concilio Vaticano II aún no había dado luz verde al Decreto Unitatis redintegratio. Es más, analizado éste de cerca[18], sabemos hoy que su elaboración condujo más tarde a las declaracionesDignitatis humanae[19] y Nostra aetate[20]. Y ya puestos en ello, digamos que tampoco Pablo VI había publicado aún la encíclica Ecclesiam suam[21].
Treinta y seis años después, la visita de Juan Pablo II en el 2000 fue también anunciada como peregrinación espiritual, pero discurrió en un contexto histórico muy distinto[22]. El Papa Wojtyla había reconocido diplomáticamente al estado judío y había fomentado más que ningún otro pontífice en la historia del Vaticano armoniosos vínculos con el pueblo hebreo. Aquel fue su viaje internacional número 91 (20-26/3/2000) como Papa, de los 104 que hizo a 129 países durante su pontificado. Bien es verdad que de joven Arzobispo de Cracovia ya había estado por allí en 1965. Ahora, en cambio, como anciano Papa, visitó Jerusalén, se reunió con oficiales israelíes, rindió visita al Museo del Holocausto (Yad Vashem), participó de un encuentro interreligioso, y rezó en el Muro de las Lamentaciones. Esta imagen simbólica fue luego motivo de una estampilla israelí y posteriormente un ministro viajó a Roma a presentarla. La visita, claro es, no estuvo exenta de polémicas, pero fue de todos modos extraordinariamente positiva y dejó mensajes como éste: «La Iglesia católica desea mantener un diálogo interreligioso sincero y fecundo con las personas de fe judía…»[23].
Ante dos precedentes tan marcadamente dispares, llegó una nueva visita papal, ansiosamente esperada[24], por lo demás[25]: la del 8 al 15 de mayo de 2009 a cargo del papa Benedicto XVI[26]. Tampoco esta vez faltó la foto del Papa plantando un olivo. Simple detalle que tal vez indique mejor que otros de mayor bulto las diferencias entre el de Pablo VI y el de Benedicto XVI. Pablo VI había plantado un prometedor olivo, sí, pero en el huerto de Getsemaní: allí se ve hoy, robusto, crecido y saludable, frente a los nudosos, bimilenarios y mudos testigos del drama de Getsemaní. Benedicto XVI, en cambio, lo hizo con Simon Peres a su lado, en el jardín de la residencia presidencial de Jerusalén (11/5/2009)[27].
La labor más importante de Pablo VI fue, indudablemente, terminar y llevar a buen puerto los trabajos del Vaticano II. Y junto a ésta, otras dos de no menor importancia: el problema de la paz mundial y el de la unidad de los cristianos. Montini, con un temperamento tan distinto al de Roncalli, se mostró, sin embargo, fiel heredero de su predecesor, el de la Pacem in terris. Son muy llamativos los primeros viajes de su pontificado: el primero, a Tierra Santa (1964), del que aquí y ahora me ocupo. El mismo año a Bombay, donde asiste al congreso eucarístico. A Nueva York (1965) para exponer en la sede de las Naciones Unidas su preocupación por la paz del mundo. Planeó visitar Polonia, con motivo del milenario del acceso a la fe del pueblo polaco, pero todo se vino abajo al no recibir el placet de las autoridades polacas. En 1967 viaja a Fátima para asistir a las celebraciones del cincuentenario de las apariciones. En ese mismo año, por cierto, y en calidad de jefe de Estado (caso excepcional y único), visita Turquía y vuelve a entrevistarse con Atenágoras. Al año siguiente, vuela a Bogotá (1968) para asistir al congreso eucarístico e inaugurar en Medellín la II asamblea general del Consejo Episcopal Latino Americano (CELAM).
En 1969 se traslada a Ginebra con el fin de pronunciar en la sede de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) un discurso pidiendo la superación del desequilibrio entre países ricos y pobres, lo que de allí a poco empezaría a denominarse Diálogo Norte-Sur, con las consabidas y subsiguientes conferencias de la ONU al respecto, por ejemplo la célebre Conferencia de El Cairo[28]. La coyuntura le permite igualmente visitar la sede del Consejo Ecuménico de las Iglesias (CEI). El mismo año se traslada a Uganda. Y por último, en 1970, a los 73 años de edad, realiza un viaje más largo y agotador (diez días) a extremo oriente, con el triste episodio del frustrado atentado de Manila[29]. Pero volvamos a Tierra Santa y a su ecumenismo[30].

3. Contexto ecuménico previo al viaje
Los analistas consideran la segunda sesión del Vaticano II como la más delicada y difícil del Concilio. Clausurada el 4 de diciembre de 1963 en un clima de incertidumbre y de nada fácil evaluación, fue precisamente entonces cuando, dentro de aquella atmósfera, «cayó como una bomba el anuncio, dado por el Papa en el discurso de clausura, de su peregrinación a Tierra Santa», según palabras del  cardenal Bea[31]. ¿Qué había pasado? ¿Por qué la sorpresa? Y sobre todo, ¿qué hacer?
El proyecto de peregrinar a Tierra Santa data, en realidad, de, por lo menos, dos meses antes, según permite deducir el manuscrito del mismo Pablo VI[32]. O sea, de los días anteriores a la apertura de la segunda sesión conciliar, en la que, por cierto, tampoco figuró delegación oficial alguna del Patriarcado Ecuménico. Pese a ello, un matiz nada baladí ha de contar, sin embargo, en este somero contexto previo: el 20 de septiembre, antes, pues, de la fecha del citado manuscrito, y también de la segunda conferencia panortodoxa de Rodas[33], antes de reabrirse, en fin, los trabajos conciliares, Pablo VI había escrito una carta personal al patriarca Atenágoras participándole su intención de hacer cuanto estuviera de su mano para restablecer la perfecta concordia entre los cristianos[34].
Un gesto aquel de relevancia histórica, ciertamente, ya que desde casi 400 años atrás ningún papa había escrito a un patriarca[35]. El tono del mensaje, por lo demás, es diverso de cualquier otra declaración romana precedente. En un primer momento, no obstante, su recepción no pareció haber producido nada especial en el entorno del Fanar. Pero hete aquí que, de pronto, el 6 de noviembre vio la luz en primera página del boletín Apostolos Andreas. ¡Y de qué manera!
Detallista siempre, Atenágoras había colocado esta carta en el espacio reservado a los mensajes que los jefes de las otras Iglesias ortodoxas solían enviar al Santo Trono. Y por si fuera poco, bajo un vistoso titular, sumamente expresivo a la postre: Las dos hermanas. Había nacido así el diálogo de la caridad entre los patriarcados de Roma y Constantinopla. Cierto es que una serie de pequeños detalles de prolija y ahora, por ende, inoportuna enumeración hacía sospechar que Atenágoras concentrase tales sentimientos en la persona de Montini, no, desde luego, que los hiciera extensivos a todo el aparato romano, acerca del cual el inquilino del Fanar seguía manteniendo sus reservas, más aún: clara reluctancia.
De hecho, llegó a confiar por entonces a un amigo suyo anglicano –Stterthwaite (26 / 10 / 1963)–: «Juan XXIII era más sentimental que teológico en el acercamiento a las otras Iglesias. Papa Pablo es más directo, pero él podría suscitar una mayor oposición entre los elementos conservadores de la Iglesia católica romana»[36]. De modo que la noticia de viajar Pablo VI a Tierra Santa encuentra en Constantinopla, gracias a esta carta personal,  terreno abonado: ir Pablo VI a Jerusalén se interpreta inmediatamente como iniciativa insólita y un gesto cargado de significado altamente simbólico para el mundo cristiano todo[37]. La reacción de Atenágoras esta vez no se hace esperar: si Roma vuelve a Jerusalén, a los lugares de la Iglesia indivisa, esta es la ocasión de oro para que los cristianos todos, sin discriminaciones, vuelvan también a aquellas raíces. Parece, pues, llegada la hora de realizar aquelrecíproco verse, que había constituido por tanto tiempo su objetivo íntimo.
Atenágoras, por otra parte, encuentra un significado aún más profundo, si cabe, en la decisión papal: a su ojo avizor, de pupilas tal vez cansadas, pero que no dejaba de avizorar los movimientos del Vaticano II, esta valiente decisión de Pablo VI haciéndose peregrino le parece que esté inaugurando –y lo estaba— una nueva eclesiología en la Iglesia latina: «Entiende ahora mi desconcierto del 4 de diciembre (le puntualizó luego explicativo a su interlocutor Olivier Clement): la Iglesia católica recentrada sobre Jerusalén no sólo se redescubre en peregrinación, sino que se recoloca toda entera en el misterio de Cristo»[38]. En esta fina perspicacia comparte ideas, como luego se verá, con la manera de entender dicho viaje el P. Henri de Lubac.
Desdichadamente –suele pasar en casos así–, tampoco faltaron dentro de la misma Ortodoxia opositores y francotiradores a mansalva[39], mayormente al principio, negados en redondo a secundar al Patriarca en su plausible deseo de que también las Iglesias ortodoxas acudieran a Jerusalén[40]. Incluso el gobierno turco se cerró en banda impidiendo al metropolita Melitón, vicario patriarcal encargado de acudir a Roma para estudiar el protocolo del encuentro con el Papa, salir de Turquía. Atenágoras tuvo que valérselas echando sutilmente mano del archimandrita Andrej Scrima, ciudadano rumano, amigo personal e hijo espiritual suyo, que acabaría haciendo el papel de intermediario entre Roma y Constantinopla[41].
Pero Atenágoras era mucho Atenágoras, y aquellas dificultades, lejos de abatir su ánimo, no hicieron sino elevarlo y reforzarlo, convencido él ahora más que nunca de que la unidad de las Iglesias era la respuesta más eficaz que podía darse a los nacionalismos y particularismos étnicos. Otros impedimentos venían de ambientes curiales interortodoxos: según Scrima, no se quería reconocer al patriarca ecuménico el título de Su Toda Santidad (panaghiótes), ya que el protocolo pontificio –decían los elementos renuentes y oponentes- no contemplaba llamar Santidad a otra persona fuera del papa. Pero aquello, en definitiva, no era sino ganas de enredar y poner palos en la rueda del carro por ver si la entrevista terminaba desechada de puro bloqueada. Menos mal que todo se resolvió gracias al reglamento de las Naciones Unidas, según el cual en los encuentros internacionales cada uno ha de mantener el título que le es propio dentro de su orden jerárquico. Y Atenágoras a la postre, intentos necios aparte, representaba la antigua tradición ortodoxa[42].
A los periodistas que lo interrogaron, llegado él a Tierra Santa, sobre las divergencias entre la Iglesia católica y la ortodoxa, respondió así de sencillo: «Donde hay amor y comprensión, no hay diferencias de opinión». Curiosamente inquisitivos ellos y sin darse por vencidos, volvieron a la carga: «¿Concuerdan en eso los teólogos?». El Patriarca entonces, con aquel adarme de fino humor que de vez en cuando se gastaba, repuso: «No lo sé, porque ha habido tantos teólogos… Lo que yo sé es aquello que afirma la teología, y no hay más que una teología»[43]. En resumen: la diferencia de actitud con Pablo VI entre los jefes de las Iglesias ortodoxas locales y Atenágoras salta bien a la vista: recelosa y distante en los primeros, que llegaron alguna vez a tensar el protocolo más de la cuenta. ¡Qué cosas hay que ver a veces entre los mismos hijos de Dios! Rica de gestos y de calor humano, por el contrario, en Atenágoras, comprendido el célebre abrazo cuyas históricas imágenes la televisión se encargó de difundir por el mundo entero[44].

4. El abrazo al patriarca Atenágoras y su icono
Las Iglesias y Comunidades no católicas estuvieron representadas de la siguiente manera: la Iglesia greco-ortodoxa, por los Arzobispos Aristovulos, Artemios y Stephanos, por el Arzobispo Jacovos de América, por algunos Archimandritas y por numeroso clero; la Iglesia Rusa por el Archimandrita jefe de la misión rusa en Palestina, representante del Patriarca Alexis I;  la Iglesia Armena por el Patriarca de Jerusalén con el obispo auxiliar  y numeroso clero y por un Arzobispo y dos Archimandritas, representantes del Catholicosado de Cilicia (del Líbano); la Iglesia Copta, Etiópica y Siria, cada una por un Obispo y por miembros del clero; la Iglesia Anglicana, por el Arzobispo McInnes, el Obispo de Jordania Cubain y numeroso clero; la Iglesia Luterana, en fin, por el Propst dr. Malsch[45].
Ya de vuelta en el Vaticano, Pablo VI, hablando a los cardenales de sus impresiones, se refería a tales encuentros en estos términos: «Y así [después de él, o sea, Atenágoras y su séquito], han venido los otros patriarcas, han venido los anglicanos, han venido los protestantes, y todo para estrechar la mano y para decir cómo podemos encontrarnos en nuestro Señor»[46]. Por supuesto que el momento principal, el que luego ha perdurado sobre todos, es su encuentro con Atenágoras.
Sus palabras ante los cardenales lo describen con acentos tan descriptivos como definitorios: «Con once metropolitas ha venido a mi encuentro y me ha querido abrazar, como se abraza a un hermano. Ha querido estrecharme la mano y conducirme él, la mano en la mano, al cuarto contiguo donde se debían intercambiar algunas palabras, para decir: debemos, debemos entendernos, debemos hacer la paz, hacer ver  al mundo que nos hemos vuelto hermanos. Y el Patriarca me añadía a mí esta mañana:Dígame qué debemos hacer, dígame qué debemos hacer»[47].
Posiblemente sea ésta la estampa de más bibliografía en ecumenismo posconciliar[48]. Qué diré estampa, un verdadero icono de la reconciliación entre el Oriente y el Occidente cristianos, en el lugar más altamente simbólico de la Iglesia indivisa[49]. El tiempo andando, Atenágoras se encargará de que en la Escuela iconológica de Athos un pintor experto lleve su pincel a la tabla-lienzo de un icono el espíritu de aquellas horas resumido en el  abrazo entre los hermanos Andrés (el protocletos [el primer llamado]) y Pedro (el corifeo), de quienes Atenágoras y Pablo VI respectivamente son herederos[50]. El icono más tarde llegó en forma de regalo a Pablo VI, quien se lo entregó al Pontificio Consejo para la unidad de los cristianos para que luciese en sus dependencias.
En realidad marca un programa. Bajo la figura del Cristo Pantocrátor que extiende los brazos bendecidores para atraer todo a sí (Jn 12,32), figura esta inscripción: Los santos hermanos Apóstoles. San Pedro y san Andrés se abrazan volviendo juntos la mirada hacia los que tienen delante. Al lado de san Pedro, la cruz invertida sobre la cual, según la tradición, fue martirizado el Príncipe de los Apóstoles, y estas palabras en griego: Pedro el corifeo (o sea el primero, el jefe). Del otro lado de la imagen: la cruz aspada de san Andrés, y las palabras igualmente en griego: Andrés el protocletos (es decir, el primer llamado [Jn 1,31]), con la dedicatoria debajo: Para Su Santidad el Papa en Roma, Pablo VI, del Patriarca de Constantinopla Atenágoras, en recuerdo del encuentro de Jerusalén, el 5 de Enero de 1964.
Así anunciaba Juan Pablo II el viaje a la Iglesia de Constantinopla, cuyo patrono es san Andrés (29-30/11/1979, durante su alocución dominical del 18 de noviembre de 1979 desde la ventana del Palacio apostólico: «Hoy quisiera daros la primicia de una gran noticia: el Papa irá próximamente a Oriente. Al final de este mes iré a Turquía. Visitaré primeramente Ankara, la capital de ese gran país, donde tendré un encuentro con las autoridades de esa nación y les presentaré mi deferente aludo. Luego a Estambul, para visitar a Su Santidad el patriarca Dimitrios I, y para participar en la celebración de la fiesta de san Andrés Apóstol, el hermano de san Pedro. San Andrés es el Patrono de la Iglesia de Constantinopla. De este modo, el hermano responde a la invitación del hermano: Pedro, a la invitación de Andrés. Los dos responden –en conformidad con las múltiples voces de nuestra época— a la invitación del Señor para bien de la cristiandad y de la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo»[51]. La implícita referencia al espíritu de Jerusalén recogido en el predicho icono está, pues, más que sobrentendida.
Para la Ortodoxia en general, al menos aquella parte de la misma que no le hace ascos a reconocerse en el gesto de su patriarca ecuménico Atenágoras, seguir al titular del Santo Trono es acceder a que la vía del diálogo recorra el camino, anhelado por Atenágoras, del encuentro personal, de eso que meses después pasará a denominarse –parece que debido a una feliz expresión de Melitón de Calcedonia-diálogo de la caridad. La entrevista, en todo caso, discurre llena de símbolos. Los momentos del encuentro son conocidos y, al menos en parte, están recogidos en el Tomos Agapis: el patriarca de la Nueva Roma, segundo en el orden jerárquico de la Iglesia indivisa, se llega hasta la delegación apostólica para visitar al papa de Roma. Luego, con un significativo cambio en el protocolo pontificio (innovación según arriba indico), el papa devuelve la visita a Atenágoras en la sede estival del patriarcado ortodoxo de Jerusalén, sobre el monte de los Olivos. Esto ocurre al día siguiente 6 de enero por la mañana. En el curso del primer encuentro, ambos recitan juntos el Padrenuestro. Al día siguiente por la mañana, durante el segundo encuentro oficial, leen alternativamente por una pequeña Biblia en lengua griega y latina el capítulo 17 de san Juan, o sea el del Ut unum sint (17,21)[52].
Fue al término del primero en la delegación apostólica, una vez anunciado el protocolario extra omnes, cuando Atenágoras y Pablo VI se retiraron a una estancia contigua para mantener en privado un coloquio que debiera haber permanecido en secreto, si el inoportuno -¿u oportuno?- olvido de un operador televisivo de la RAI no hubiese dejado abierta la conexión, permitiendo así la indiscreta –¿o discreta?– grabación. Lo traigo aquí por entender que encaja a las mil maravillas en el contexto de cuanto digo.
5. Diálogo entre Pablo VI y Atenágoras I[53].
El Patriarca comienza la entrevista en inglés. El Papa le comenta que entiende el inglés, pero no lo habla con fluidez. El Patriarca entonces le propone hablar en francés. Pablo VI comenta que «así será más fácil para mí… quiero comunicarle toda mi alegría, mi emoción. Verdaderamente pienso que es un momento en que vivimos en presencia de Dios»[54].
A: En presencia de Dios, lo repito.
P: Y no tengo otro pensamiento que el de hablar con Dios mientras hablo con Ud. Estoy muy bien, Su Santidad.
A: Profundamente emocionado. Las lágrimas me vienen a los ojos.
P: Y como es verdaderamente un momento de Dios, hay que vivirlo con toda la intensidad, toda la verdad, todo el deseo de seguir adelante (A:… por los caminos de Dios).
P: ¿Tiene Su Santidad alguna idea, algún deseo, al cual yo pudiera corresponder?
A: Tenemos el mismo deseo…
P: Así es, nosotros somos dos caminos que quizás van a encontrarse.
A: Tenemos el mismo deseo. No bien leí en los diarios que Ud. había decidido visitar este país, inmediatamente se me ocurrió que nos encontrásemos aquí y estaba seguro que recibiría de Su Santidad la respuesta… (P: afirmativa) afirmativa, ya que confío en Su Santidad. Yo lo veo, yo lo veo, sin querer adularlo, en los Hechos de los apóstoles, yo lo veo en las Cartas de San Pablo, de quien Ud. toma su nombre, yo lo veo aquí, sí, yo lo veo.
P: Le hablo como hermano: sepa que tengo la misma confianza en Ud. Pienso que la Providencia lo eligió a Ud. Para continuar esta historia.
A: Yo pienso que la Providencia lo eligió a Ud. para abrir el camino de su predecesor.
P: La Providencia nos eligió para que nos entendiésemos.
A: Los siglos lo esperaban, para este día, este gran día… qué alegría… en esta pequeña pieza. Qué alegría había en el Sepulcro, qué alegría había en el Gólgota, qué alegría en el camino que Ud. hizo ayer [el Vía crucis].
P: Estoy de tal manera rebosante de impresiones que hará falta mucho tiempo para dejar que se calmen [sonrisa] e interpretar toda esta riqueza de emociones que tengo en mi espíritu. Pero quiero aprovechar este momento para expresarle la lealtad absoluta con la cual siempre trataré con Ud.
A: Digo lo mismo.
P: Nunca le ocultaré la verdad.
A: Siempre tendré confianza.
P: No tengo ningún deseo de decepcionarlo, de abusar de su buena voluntad. No deseo otra cosa que seguir el camino de Dios.
A: Tengo una confianza absoluta en Su Santidad. Absoluta, absoluta. Siempre tendré confianza, siempre estaré de su lado.
P: Para no faltar a merecerla, sepa Su Santidad ahora que rezaré todos los días por Ella y por las intenciones que tenemos en común para el bien de la Iglesia.
A: Dado que tenemos este gran momento, estaremos juntos. Caminaremos juntos… Ver a Su Santidad, a su Gran Santidad enviada por Dios, sí, el papa de gran corazón. ¿Ud. Sabe cómo lo llamo?Mégalo-kardos, el papa de gran corazón
P: Nosotros somos pequeños instrumentos.
A: Es necesario ver las cosas así.
P: Cuanto más pequeños somos, somos mejores instrumentos, es decir que la acción de Dios debe prevalecer (A: prevalecer) y ser dueña de todas nuestras acciones. Por mi parte, vivo en la docilidad, en el deseo de ser lo más obediente a la voluntad de Dos, y de ser hacia Ud., Santidad, hacia sus hermanos, hacia su medio, lo más comprensivo posible.
A: Lo creo, sin pedirlo, lo creo.
P: Yo sé que es difícil, yo sé que hay dificultades, que hay una psicología pero sé también… (A: por ambos lados), que hay una gran rectitud y el deseo de amar a Dios, de servir a la causa de Jesucristo. Es sobre esto (donde) yo tengo confianza.
A: En esto tengo confianza, junto, juntos…
P: No sé si es el momento, pero veo lo que haría falta, es decir estudiar (A: estudiar) juntos o designar a alguien.
A: Sí, de ambos lados.
P: Me gustaría conocer cuál es la idea de Su Santidad, de su Iglesia sobre la constitución de la Iglesia. Es el primer paso.
A: Seguiremos sus opiniones.
P: Le diré lo que creo, que es lo exacto, lo que deriva del Evangelio y de la voluntad de Dios y de la auténtica tradición. Le diré. Si hay puntos que no coinciden con su idea de la constitución de la Iglesia…
A: Lo mismo de mi parte.
P: Discutiremos, buscaremos encontrar la verdad.
A: Lo mismo de nuestra parte y estoy seguro que siempre estaremos juntos.
P: Yo espero, yo pienso, que quizás será más fácil que lo que uno piensa. Hay dos o tres puntos de doctrina en los que hemos evolucionado, ya que se ha progresado en su estudio, y que querría explicar -–a su criterio si le parece— a sus teólogos el porqué de esto, sin poner en esto nada de artificial ni accidental, sino lo que creemos es el pensamiento auténtico (A: en el amor de Jesucristo). Y otra cosa que parece secundario pero que tiene su importancia: todo lo referente a la disciplina, los honores, las prerrogativas, estoy bien dispuesto a escuchar lo que Su Santidad crea lo mejor.
A: Lo mismo de mi parte.
P: Ninguna cuestión de prestigio, de primacía que no sea la que ha sido fijada por Cristo; pero en lo que hace a honores, privilegios, nada de eso. Veamos lo que Cristo nos pide y que cada uno tome su posición pero no con parámetros humanos de prioridad, de elogios, de ventajas, sino de servicio.
A: ¡Cómo me es Ud. querido en lo más profundo de mi corazón![55]
De la última parte del coloquio no tenemos noticias ciertas. Parece, sin embargo, que ambos interlocutores afrontaron, entre otras cosas, el problema de futuro de la ciudad de Jerusalén[56]. Sea como fuere, lo que hasta la fecha tenemos gracias al indiscreto / discreto trabajador de la RAI permite apreciar la altura de dos almas sencillas pero conscientes de su enorme responsabilidad eclesial. Llenas de Dios, bajo su bondadosa mirada de Padre, van retejiendo, armoniosamente diríase, una sutil e invisible túnica, la inconsútil de Cristo, claro signo de la unidad de la Iglesia. Y lo hacen, además, ajenos a que en tales minutos alguien pueda seguir tan sublime conversación, excepto, por supuesto, Dios y su Hijo Jesucristo. De ahí que lo menos que quepa decir es que su delicada manufactura y fino bordado llevan la inequívoca huella del mismo Espíritu Santo. Porque tan sublimes palabras sólo puede inspirarlas el Espíritu Santo.
Ambos protagonistas son de ello muy conscientes. Incluso el intercambio de dones preludia un exitoso desarrollarse del diálogo entre ambas Iglesias y sugiere la meta del camino emprendido. Cuando, llegado el momento del intercambio de dones al día siguiente, Atenágoras circunde el cuello del pontífice con un engolpion, el medallón símbolo de la dignidad episcopal, la gente gritará jubilosa:¡Aghios!, según es tradición durante las consagraciones en Oriente. El Papa, por su parte, ofrece al Patriarca un cáliz. Para el ortodoxo, el don reviste las características todas de una promesa y de un compromiso en el camino de la celebración eucarística común, es decir, hacia lo que actualmente denominamos intercomunión: algún día después, Atenágoras hace llegar al papa vino de Patmos para la misa[57]. Atenágoras escribió a Pablo VI todavía poco antes de su muerte, según diré al final, insistiendo en este extremo.
6. Reacciones de los protagonistas
Pablo VI volvió a Roma positivamente impresionado de lo vivido durante aquellas breves horas en Tierra Santa. De modo particular por su encuentro con Atenágoras, al que atribuía profundo significado y enorme importancia, visto sobre todo a la luz de las anteriores relaciones: «Esta tarde os diré solamente una cosa: que he tenido la gran suerte esta mañana, de abrazar, después de siglos, al patriarca ecuménico de Constantinopla y de intercambiar con él palabras de paz y de fraternidad, deseos de unión y de concordia»[58]. Significativas desde todos los puntos de vista las circunstancias, más únicas que raras, del encuentro. A todo ello habría que añadir los elementos del lugar: tierra santificada por la vida, la pasión, la muerte y la resurrección del divino Redentor, la ciudad santa.
De ahí las expresiones de Pablo VI en la primera audiencia general a los fieles después del viaje: «En medio de un inmenso gozo y llenos de admiración hemos sido honrados con un recibimiento tan entusiasta y general, en todos los lugares y en todos los momentos de nuestra peregrinación, que hemos de atribuir a estos efectos causas superiores a las normales; verdaderamente nuevos motivos, extraños y superiores, han influido en el feliz éxito de nuestro viaje; ha sido como un golpe de arado, que ha removido un terreno duro e inerte hasta ahora, y ha despertado las conciencias a pensamientos y designios divinos que estaban sepultados, pero no olvidados por una secular experiencia histórica, que ahora parece manifestarse en voces proféticas; quizá nunca el pasado –el de la Sagrada Escritura en especial-  ha estado tan presente en la memoria y en el afecto de algunos sencillos, pero espléndidos particulares, y tan lleno de presagios, tan inclinado hacia un futuro, desconocido todavía, pero intuido como pleno de cosas buenas y grandes»[59].
Según la bella metáfora del Metropolita Atenágoras de Tiatira saludando a Pablo VI, «parece que estéis llamados a subir la misma montaña, la montaña del Señor, a la que Vuestra Santidad se dirige por un lado y el patriarca ecuménico por el otro. Los que comprenden el sentido de esta audaz empresa ruegan porque os encontréis los dos en la cumbre, en la tierra santificada por nuestro común Redentor; cerca de su cruz, de su sepulcro vacío, y porque, a partir de ella, caminéis unidos, intentando bajo la cruz reconstruir, en solidaridad cristiana, los puentes destruidos y reformar los caminos abandonados, sabiendo que Cristo no enseña más que una única y vieja lección de amor: que seamos uno, como Él es uno con el Padre»[60].
Tampoco ha de olvidarse el carácter del encuentro. No fue sólo cordial y fraterno, sino que discurrió en una atmósfera sobremanera espiritual: la lectura en latín y en griego de la oración que Jesús, Sumo Sacerdote, elevó al Padre después de la última Cena, inmediatamente antes de la pasión, y que contiene aquella ardentísima súplica por la unidad de todos los creyentes en Él; la recitación –cada uno en su lengua- del Padrenuestro, enseñada a todos por el propio Jesús, y finalmente –a propuesta del Pontífice- la bendición impartida conjuntamente por el Papa y por el Patriarca a todos los presentes.
A juicio del cardenal Bea resultó asimismo de gran importancia la participación de largos estratos de fieles en el acontecimiento. A pesar de las dificultades de orden técnico con que se tropezaban los periodistas, sobre todo en lo relativo a la transmisión de los despachos, la peregrinación papal fue seguida, al parecer, por 1.500 periodistas de todo el mundo. De otra parte, se ha de tener en cuenta que los sentimientos comunes fueron, a causa del efecto multiplicador de los medios, largamente potenciados gracias al poder del periódico, de la radio y de la televisión. Todo lo cual, unido también al enorme interés de la opinión pública mundial, contribuyó a hacer de este encuentro, más allá de un acontecimiento de tipo histórico, un evento de magnitud mundial[61].
El mismo cardenal, preguntado al respecto, declaró: «El encuentro es, sin duda, un acontecimiento de enorme alcance histórico en el campo de la unión de los cristianos, si se considera desde el punto de vista del pasado. Este, de hecho, ha roto barreras creadas en el curso de los cinco siglos de dolorosa historia, superando montañas de obstáculos de orden psicológico, y ha cambiado de golpe la atmósfera existente entre la Iglesia Católica de Roma y la Ortodoxia. De otra parte, es también verdad que el encuentro constituye sólo un inicio, el primer paso de un largo camino todavía erizado de grandes dificultades. Pero esto no disminuye en absoluto su importancia y alcance»[62].
De todo lo cual salía, como es de sentido común, la cuestión de qué tratamiento dar en adelante al tema y cómo proceder en el futuro. Algo así planteó Pablo VI a las pocas semanas en una reunión con los cardenales. Y el mismo Bea tampoco dejó de subrayar las diversas posibilidades y cometidos emergentes: la urgencia del trabajo por la unidad, la necesidad de manifestar la unidad ya existente, la práctica de la caridad que, a su modo, ayudase también a preparar la unión en la doctrina. Tal práctica llevaría a la colaboración en varios campos: publicaciones, exégesis bíblica, espiritualidad, pastoral, y así seguido[63].
Las declaraciones del patriarca Atenágoras a raíz del viaje tampoco le van a la zaga. «Para mí, el encuentro en Jerusalén con el Papa ha sido, más que la realización de un hecho, la realización de un sueño. Todavía dos meses hace, ¿quién podía pensarlo?»[64]. No es extraño que W. de Vries llegase a escribir que «Pablo VI con las Iglesias ortodoxas ha ido más allá del Concilio»[65]. Algún tiempo después, el propio Atenágoras afirmaba: «Mi actitud en relación a Roma ha cambiado completamente después de mi encuentro con papa Pablo»[66]. Y añadía: «He quedado profundamente conmovido. Es tan gentil, humilde, tan abierto… Es abierto en la mente y en los brazos. Ha llorado cuando nos hemos parado juntos a mirar abajo hacia Jerusalén, y también yo he hecho lo mismo. He podido reconocer su grandeza, su humildad y su gran corazón»[67].
A su vuelta de Jerusalén, el Patriarca, en diálogo con los periodistas que le preguntaban sobre los tiempos y modos de la unión, no tuvo inconveniente alguno en responder así: «De una parte a otra los caminos que conducen a la unión podrán ser largos y llenos de dificultad. Pero estos dos caminos convergen el uno hacia el otro y, en definitiva, alcanzan las fuentes del Evangelio. El hecho mismo de que el encuentro haya sido en Jerusalén demuestra inconfundiblemente la voluntad de todos los cristianos sinceramente dignos de este nombre de trabajar por remontarse, por abatir las barreras, la voluntad de encaminarse resueltamente hacia el camino que conduce a la reconciliación»[68].
Y añadió: «Ya lo he dicho muchas veces…No hablemos de unión hoy. Hagamos algo juntos, en la unidad. Conozcámonos mejor. No perdamos más tiempo en las discusiones. Son siglos los que llevamos discutiendo sin obtener nada. Todos hemos quedado con las manos vacías… Yo rezo, como el papa, en la unidad del Evangelio»[69]. Y concluía: «Si acertamos a permanecer grandes, la unión se hará»[70].
En un intercambio de mensajes con el presidente  de los Estados Unidos Lyndon B. Johnson, éste le escribe, entre otras cosas: «Estos días siguientes a su regreso de Jerusalén son esperanzadores para todos los hombres. Los estadounidenses de todas las religiones están profundamente impresionados por el espíritu de hermandad demostrado en sus reuniones históricas con el papa Pablo». A lo que Atenágoras responde días después: «Fue de lo más gratificante y alentador comprobar su interés sobre la reunión entre Su Santidad el papa Pablo VI y yo mismo. Creo que puedo decir que nos quedamos ambos igualmente conmovidos por esta reunión y la aprobación con que la ha recibido todo el mundo. Esto muestra cuán profundamente arraigado está el espíritu de hermandad, una señal alentadora para todos los que se dedican a la promoción de la moral en las relaciones entre los hombres y los pueblos»[71].
El 13 de enero de 1972 publicaba Chiara Lubich en el periódico Avvenire un artículo contando algunos recuerdos suyos sobre Atenágoras. A propósito concretamente de un mensaje dirigido por el Patriarca al Movimiento de los Focolares, refería estas palabras textuales: «Los tres encuentros ocurridos con Pablo VI: en Jerusalén el 5 de enero de 1964; el de aquí en Estambul el 25 de enero de 1967 y el de Roma el 26 de octubre de 1967, constituyen el signo sorprendente y glorioso del triunfo del amor de Cristo y de la grandeza del Papa, y estos encuentros nos han puesto definitivamente, con firme fe y esperanza en el camino bendito para la realización de la voluntad de Cristo, es decir el encuentro de nuevo en el mismo cáliz de su sangre y de su cuerpo»[72].
Este viaje-peregrinación a Tierra Santa constituye en la vida de Atenágoras como un punto de inflexión: representa, de hecho, el cumplimiento de uno de los proyectos más arduos y audaces del anciano Patriarca. Se abre para él, a su avanzada edad, un tiempo de mucho quehacer, de mucha tarea ecuménica. Y de no poco sufrimiento también. Porque de Atenas, según es ya costumbre, llegan reacciones durísimas contra su encuentro con Pablo VI. Ekklisia pone en guardia contra «todo optimismo y quimera» y amonesta que «cualquier encuentro con la Iglesia católica es inútil…esta no da muestras de arrepentirse de tantas injusticias perpetradas»[73]. Entre reuniones y mociones de disenso, hay quien llega a pedir «la denuncia (deferimento) del patriarca ecuménico a un tribunal eclesiástico por delito de lesa ortodoxia»[74].
7. Trascendencia ecuménica
Que aquel encuentro pilló con el pie cambiado a muchos ortodoxos y católicos no hace falta ni demostrarlo. Entre los primeros, es preciso recordar la renuencia de no pocos obispos y clérigos y hasta algún famoso metropolita, incluso la misma Iglesia ortodoxa de Grecia, a quienes no les hacía ninguna gracia que su Patriarca Ecuménico acudiera a Jerusalén para encontrarse nada menos que con el Papa de Roma. Y en cuanto a los segundos, lo prueba el hecho de que ni siquiera hoy faltan dentro de la Jerarquía católica quienes se oponen al ecumenismo, no acierto a comprender bien si debido a temperamento y rechazo del diálogo o por crasa ignorancia de lo que representa y es la santa causa de la unidad, por la que Cristo pidió ardientemente al Padre en la noche de la última Cena, cuando el ut unum sint (Jn 17,21). Faltaban todavía en el mismo Vaticano II muchos TourmaletMont Ventoux, y Alpe d’Huez por escalar y no pocas etapas a cubrir llaneando, o a descender a tumba abierta, antes de ver la luz el Decreto Unitatis redintegratio, del Concilio Vaticano II, aprobado y promulgado en noviembre de 1964. Claro que tampoco se había publicado todavía la Ecclesiam suam,célebre encíclica de Pablo VI en torno al diálogo. O sea, que la cosa andaba por esas fechas peor que chunga.
He aquí un breve texto de la revista Ecclesia que abona lo que digo. Pertenece al citado editorial del viaje: «Los discursos pontificios pronunciados en esta ocasión merecen mención aparte, sobre todo el mensaje al mundo entero desde Belén. Todos ellos, al igual que el hecho mismo de la peregrinación con sus detalles y menudas incidencias, constituyen una lección insuperable del mejor ecumenismo católico, de la más acertada pastoral y de la más amplia acción misionera»[75]. El editorialista deEcclesia se ve que andaba punto menos que vuelta la vista hacia las cruzadas escribiendo del mejor ecumenismo católico. Literariamente le hubiera quedado algo descompensado suprimiendo lo de católico, pero doctrinalmente hubiera ganado un montón. Porque no hay ningún ecumenismo católico, ni protestante ni ortodoxo ni anglicano. Sólo hay un ecumenismo. Sin adjetivos. De modo que, señor editorialista, esto es como las lentejas: si quieres las comes y si no las dejas. De no ser así, más vale que deje usted en paz al ecumenismo.
Tampoco la revista Religión y Cultura anduvo fina titulando su editorial «Shalom, Shalom, Shalom»[76], en respuesta al discurso del Presidente de Israel en la Puerta de Yaanach, en Meggido. Escribo en cursiva Presidente, porque Pablo VI jamás utilizó dicha palabra, ya que la Santa Sede no tenía entonces relaciones diplomáticas con Israel, según he dicho antes. Y si Religión y Cultura se fue por las ramas escogiendo ese punto del viaje y nada diciendo, en cambio, del abrazo de Pablo VI y Atenágoras I (que hubiera sido lo ideal), tampoco Ecclesia dio una a derechas titulando Saludo del Presidente de Israel al santo Padre o Respuesta de Pablo VI al Presidente de Israel y resbalando su corresponsal Cipriano Calderón en lo de hermanos separados, cuyo empleo denuncia por sí mismo la ignorancia ecuménica del autor[77].
Uno de los más agudos conocedores de Pablo VI, director que fue de la Sala de Prensa de la Santa Sede (1976-1984) y luego Nuncio en Irán (1992-1999), a quien Khatamí largó la célebre expresiónAlianza de civilizaciones[78], nos dejó antes de su muerte una página admirable, que es toda una semblanza de Pablo VI. Me refiero a monseñor Romeo Panciroli, quien escribió, entre otras cosas, que «Montini era un papa sencillo, humano, en la vida de todos los días y en sus encuentros con las muchedumbres, en la soledad diaria, en los frecuentes contactos con sus colaboradores y en los momentos de las decisiones más importantes»[79].
«Hoy –sigue diciendo Panciroli– todo el mundo reconoce la lúcida inteligencia con la que condujo y llevó a cabo el Concilio y la dolorosa sabiduría con que rigió la Iglesia en el atormentado periodo del postconcilio. Algunas decisiones valientes, que marcaron puntos firmes y que en aquel entonces unos consideraron intransigencias, después, por muchos aspectos, fueron consideradas proféticas […]. Lo definieron frío y despegado, y quizá se le demostró avaricia de amor, incluso por parte de muchos cristianos que no supieron descubrir el tesoro encerrado en una persona aparentemente tan frágil. Su carácter absorto no favorecía desde luego la fácil retórica, pero su humanidad tenía siempre algo sencillo que conquistaba. Todo encuentro con él, incluso breve, era una experiencia que dejaba huella. Se presentaba con discreción, casi inadvertidamente, pero nada escapaba a la mirada aguda de sus ojos azules con reflejos grises, vivaces y expresivos, atentos en penetrar en la intimidad de su interlocutor. No era impetuoso, sino persuasivo; animaba con palabras apropiadas, palabras que te resonaban durante mucho tiempo.
Su paternidad y su facilidad de palabra nacían de su capacidad de escuchar y de su intuición […]. Fue el primer papa que llevó la Iglesia al mundo, a todo el mundo, definiéndose y firmándose Viator Christi[…]. Fue el constructor de la Iglesia del futuro: Iglesia sencilla, hermana, de comunión; sacramento de salvación, cuyas principales fuerzas en el mundo han de ser la palabra de Dios, la Eucaristía, los sacramentos, las comunidades vivas con sus pastores, unidos con el supremo pastor. Iglesia que él llevó a dimensiones más humanas, accesibles, fraternas, casi imagen de su índole sencilla y dialogante; Iglesia que él ama, es su Iglesia, Cristo se la ha encomendado para que la custodie como pastor supremo. La Iglesia es nuestro amor constante, afirmaba, nuestra solicitud primordial, nuestro pensamiento fijo; el primer y principal hilo conductor de nuestro humilde pontificado. Es el Papa de la renovación de la Iglesia de acuerdo con el Concilio. […] Allá donde fue quiso siempre visitar a los pobres y enfermos, darse cuenta personalmente de sus condiciones, llevar palabras de consuelo y ayuda material, hablar y rezar con ellos. En Palestina, India, Fátima, Turquía, Colombia, Uganda, Polinesia, Bangladesh, Filipinas, Indonesia, Sri Lanka. Al volver de su viaje a América Latina dijo que había visto, en las infinitas y devotas multitudes que fueron a saludarle, el reflejo del amor del Señor sobre la pobreza». La cita es larga, pero merecía la pena traerla.
El que a mi entender dio en la diana interpretando este viaje, y sin recurrir a tópicos ni a bandazos, sino simplemente siendo teólogo, fue el Padre de Lubac, tal vez el más grande de los teólogos del siglo XX. Lo resumió con su habitual pericia y hondura al decir: «Pablo VI fue a Jerusalén, en nombre de toda la Iglesia, para arrodillarse ante el Santo Sepulcro y mostrar que todos los cristianos son los fieles de Cristo. Fue para testimoniar que la Iglesia no es nada, si no es la sierva de Cristo…»[80]. Uno comprende su disgusto por la conferencia del pastor Lukas Vischer: el pastor reformado suizo parece que llegó a mostrarse contrariado porque Pablo VI hubiera elegido este viaje y este encuentro. Dice De Lubac: «El 18 de enero de 1964, en la Sala Santa Helena, conferencia del Pastor reformado de Suiza, Lukas Vischer, secretario del departamento de FC y observador delegado del CEI en el Concilio».  De Lubac la califica de très mauvaise, par endroits hargneuse, critiquant “ce nouveau style de la papauté”(muy mala, en algunos puntos hasta huraña, criticando este nuevo estilo del papado), porque Pablo VI osa dejar el Vaticano y encontrarse con Atenágoras ailleurs qu’à (en otra parte que en) Ginebra, etc. »[81].
Congar, por su parte, viniendo ya al histórico abrazo, afirma: «Todavía tenemos ante los ojos, gracias a la RAI, el abrazo con Su Santidad Atenágoras I, perdido el Santo Padre, abordado, casi confundido en medio de la multitud de Jerusalén, aquella Eucaristía del Santo Sepulcro en la cual la intensidad y la interioridad de la oración de Pablo VI han dominado la muchedumbre y los incidentes técnicos»[82]. Al hilo precisamente de este encuentro, merece la pena recordar otro testimonio excelso: El del cardenal Justin Francis Rigali, quien al recibir el palio de manos de Juan Pablo II en presencia del patriarca Bartolomé I, destacó la estima y el cariño de Pablo VI por Atenágoras en estos términos: «Cuando (yo) prestaba servicio en la Secretaría de Estado hacía de intérprete para Pablo VI. Recuerdo como si fuera hoy mismo que durante una audiencia privada, cuando el interlocutor evocó la figura del gran Patriarca ecuménico, el rostro del Pontífice se iluminó de gozo»[83].
Y subiendo de rango, si se quiere, tampoco estará de sobra traer a la memoria el testimonio de quien hoy es sucesor de Atenágoras, o sea Bartolomé I. Lo escribió al cumplirse el 40º aniversario del viaje: «Nuestros beatísimos predecesores, el papa Pablo VI y el patriarca Atenágoras, tenían este deseo de la unidad de todos, y su simbólico abrazo en los Lugares Santos, hace cuarenta años, abrió una nueva página en la historia de la cristiandad. Lo que ha sucedido en los últimos cuarenta-cincuenta años en el terreno del diálogo ecuménico, del acercamiento y de la colaboración entre las Iglesias, tuvo origen en Jerusalén, en enero de 1964»[84]. Se podrá decir con más palabras, pero no más claro.
Y de fechas inmediatamente anteriores y posteriores al 50º aniversario de aquel memorable abrazo Pablo VI-Atenágoras I son también las numerosas celebraciones de estos últimos meses y las que se anuncian para los por venir. Así reza, por ejemplo, el título del congreso celebrado en Milán a mediados de noviembre de 2013: 4-6 enero 1964. Pablo VI peregrinación a Tierra Santa: un evento histórico para la Iglesia Universal. Y esto dice el Servicio Informativo del Vaticano (VIS): «Es el título del congreso que se celebra hoy en el Auditorio de San Fedele, en Milán, con el que la archidiócesis de la ciudad y su arzobispo, el Cardenal Angelo Scola, quieren rendir homenaje a uno de sus más ilustres arzobispos, el cardenal Giovanni Battista Montini, en el 50 aniversario de su elección al solio pontificio, 1963. El congreso se centrará en el viaje a Tierra Santa de Pablo VI, que le convirtió en el primer pontífice que peregrinó a esta tierra siguiendo las huellas de San Pedro. Un viaje histórico que se recordará con la proyección del documental Regreso a los inicios – Pablo VI en Tierra Santa, producido en 1964 por la Custodia de Tierra Santa y restaurado para la ocasión, en el que se muestra una Tierra Santa antes de la guerra de los Seis Días. Entre las imágenes destaca el conmovedor encuentro en Jerusalén entre el Pontífice y el patriarca ecuménico de Constantinopla Atenágoras»[85].
El 5 de enero de 2014, fecha exacta del 50º aniversario de aquel evento, era domingo. Francisco anunció al término del Ángelus lo que desde semanas atrás venía siendo un rumor creciente. Sus palabras fueron estas: «En el clima de alegría típico de este tiempo de Navidad, deseo anunciar que del 24 al 26 de mayo próximo, Dios mediante, cumpliré una peregrinación a Tierra Santa. La finalidad principal es conmemorar el histórico encuentro entre el papa Pablo VI y el patriarca Atenágoras, encuentro que se realizó exactamente el 5 de enero, como hoy, de hace cincuenta años atrás. Las etapas serán tres: Amman, Belén y Jerusalén, tres días. En el Santo Sepulcro celebraremos un encuentro ecuménico con todos los representantes de las Iglesias cristianas de Jerusalén, junto al patriarca Barlomé de Constantinopla. Desde ya les pido que recen por esta peregrinación que será una peregrinación de oración»[86].
8. El viaje conmemorativo de Francisco y Bartolomé I
Los comentarios a tan plausible iniciativa no se han hecho esperar. El vaticanista Andrea Tornielli, autor del blog Sacri Palazzi y uno de los pocos periodistas que ha tenido el privilegio de entrevistar a Francisco, acaba de hacerlo en una entrevista. Preguntado sobre qué cabe esperar del viaje, he aquí su respuesta: «Será sobre todo una peregrinación para hacer memoria de aquel viaje histórico realizado hace cincuenta años por Pablo VI, marcado por el abrazo con el patriarca de Constantinopla Atenágoras. Pero creo que será una ocasión para manifestar amistad y espíritu de diálogo con los hebreos y con los fieles islámicos»[87]. O sea que junta, aunque sin confundirlos, ecumenismo y diálogo interreligoso, que es lo que ahora parece que más se lleva por allí.
No todos los comentaristas, claro es, dan en la diana ecuménica. Algunos, como se ve, abundan ya más en las posibles repercusiones interreligiosas con judíos o musulmanes, y no falta quien ni toca siquiera el recuerdo de aquel abrazo entre Pablo VI y Atenágoras y, por ende, tampoco su trascendencia estrictamente ecuménica. Así el obispo auxiliar y vicario patriarcal para Jerusalén y los Territorios Palestinos, Mons. William Shomali. Le pregunta Iván de Vargas en nombre de Zenit qué espera la Iglesia Madre de este encuentro, y responde: «Tiene diferentes dimensiones. A nivel ecuménico, queremos una mayor apertura con los ortodoxos. En segundo lugar, esperamos una mayor apertura hacia el islam y el hebraísmo. Es decir, que el diálogo sea más intenso y haya más frutos. Que haya un mayor respeto recíproco. También esperamos una palabra del papa Francisco para que haya mayor libertad religiosa en Oriente Medio»[88].
«Todos y no sólo los cristianos esperan al Papa, que despierta enorme entusiasmo incluso en el mundo musulmán» –precisa, por su parte, el patriarca latino de Jerusalén–. Fouad Twal ha manifestado su deseo de que la visita ayude a «estrechar las relaciones entre las comunidades locales católicas y ortodoxas». Reconoce incluso que «la visita tendrá una dimensión política, porque esta dimensión –dice— es nuestro oxígeno», pues en la zona «se respira la política en cada acción, en cada reunión, en cada ceremonia, en nuestro contexto, que es el de la crisis en la región, incluyendo a Siria y la ocupación israelí». De modo que «todo el mundo, jordanos, palestinos e israelíes, tratarán de sacar el máximo provecho de esta visita, cada uno también para servir a su propaganda»[89].
Asimismo, en el 50º aniversario del histórico abrazo, y a la espera de la proyectada visita del Francisco y Bartolomé, una delegación internacional de la Comunidad de Sant’Egidio está desde primeros de año en Jerusalén para recorrer los pasos de Pablo VI y Atenágoras. Ha empezado a reunirse estos días primeros de año con los líderes de las Iglesias cristianas, los representantes del Gran Rabinato, del Islam y de otras comunidades religiosas de la Ciudad Santa, para renovar el espíritu de diálogo y de fraternidad de aquel primer encuentro[90]. Salta bien a la vista, pues, que el campo se ha vuelto más dilatado y espacioso desde que por allí anduvieron dándose abrazos y bendiciendo conjuntamente Pablo VI y Atenágoras.
A medida que la fecha se acerque va a ser esto un puro ir y venir de entidades más o menos implicadas en la feliz idea. Cosa bien distinta es que se haga ceñidos a los parámetros estrictamente ecuménicos de la cita. Porque se me hace muy de temer que lo acaparen todo problemas interreligiosos de la Iglesia católica con judíos y musulmanes, si es que no con políticos. Y no es que uno esté en contra de abrir tan apasionante y espacioso horizonte, ni que se obstine en silenciar que durante los últimos 50 años han ido surgiendo nuevos e incitantes acuerdos de carácter más interreligioso que inter-eclesial. Bastaría con desplegar sobre la mesa un mapa. Los territorios en Tierra Santa han experimentado un cambio espectacular con la Guerra de los Seis Días, y los subsiguientes problemas en Cisjordania y los asentamientos palestinos. Las fronteras hoy no son ni de lejos las que regían cuando Pablo VI y Atenágoras I se fundieron en un abrazo histórico que dejó huella en todo el mundo.
Lo cual dicho, conviene no perder de vista tampoco el genuino alcance espiritual y en concreto ecuménico que presidió aquellas horas de 50 años atrás. Subsisten en el ecumenismo problemas que distan mucho de haber hallado solución. La pregunta del nueve sonaría, poco más o menos, así: ¿Están los ánimos de Francisco y Bartolomé I prontos para dar, si preciso fuere –y lo es–, el paso valiente de una concelebración eucarística en el Santo Sepulcro? ¿O es que todo se va a reducir a recitar juntos el Credo o el Pater Noster, o tal vez unas letanías conjuntas, pero nada más? Si la respuesta a dicho interrogante fuere positiva estaríamos de enhorabuena: se trataría entonces de una conmemoración por todo lo alto de aquel evento que sucedió en Jerusalén 50 años hace. El Santo Sepulcro –la Anástasis—habla de resurrección. Y la ocasión es inmejorable para que las Iglesias católica y ortodoxas vuelvan a fundirse en fraterno abrazo hasta resucitar convertidas en Iglesia indivisa. Si, por el contrario, es negativa, la conclusión a sacar es que, en un supuesto así, tampoco caben novedades de relieve. Y si lo que allí se va a escenificar no pasa de ser una de esas euforias a las que similares eventos nos tienen acostumbrados ya desde varios decenios atrás de andadura ecuménica, en ese caso habrá que concluir diciendo que la cosa se habrá quedado en puro acto para la galería y poco más.
El 7 de julio de 1972 Atenágoras I rendía su alma a Dios y se iba para siempre a la Casa del Padre para celebrar con Cristo la Pascua eterna de la unidad[91]. Poco más de un año antes, exactamente el 21 de marzo de 1971, había respondido a una carta que Pablo VI le había escrito el 8 de febrero de 1971 relativa al desarrollo de las relaciones entre las dos Iglesias. El anciano Patriarca le decía a Pablo VI, entre otras cosas: «Os escribimos desde Oriente poco antes de la pasión del Señor. La mesa está preparada en la habitación de arriba y nuestro Señor quiere comer la pascua con nosotros. ¿Rehusaremos?»[92]. Imposible, pues, ser más explícito en el ferviente deseo de inter-comunión de aquel bondadoso anciano llamado Atenágoras I.
Por supuesto que no se le despintaba la dificultad del paso a dar, claro. Tampoco las razones de necesidad en darlo, según permite deducir del subsiguiente fragmento: «Ciertamente, los obstáculos heredados de la historia subsisten todavía y el enemigo del reino de Dios los mantiene. Pero nosotros, ¿no hemos creído en Aquel que dijo lo que es imposible a los hombres, es posible a Dios, y que todo es posible para aquel que cree?». Lo que seguidamente agrega no parece sino que lo hubiera escrito para el encuentro de mayo entre Francisco y Bartolomé I: «Sigamos en la fe, en la esperanza y en la paciencia a los apóstoles, de quienes tenemos la gracia, la fraternidad y la comunión»[93]. Un reto. Una meta. Ecumenismo a tope.
SIGLAS
AAS = Acta Apostolicae Sedis. Commentarium officiale. Annus LVI, Series III, Vol. VI Typis Polyglottis Vaticanis M-DCCCC-LXIV
BAC = Biblioteca de Autores Cristianos
BAC 345 = Tomos Agapis, editado en español por la BAC con el título Al encuentro de la Unidad. Documentación de las relaciones entre la Santa Sede y el Patriarcado de Constantinopla 1958 – 1972. (B.A.C. 345), Madrid 1973
CEI = Consejo Ecuménico de las Iglesias
CV = Ciudad del Vaticano
DE = Diálogo Ecuménico. Salamanca Ecclesia, Núm. 1174 = Ecclesia, Año XXIV / Núm. 1174 (Sábado 11 de enero – Madrid, 1964)
EDES = Ediciones Escurialenses
EOR = Église Orthodoxe Russe [Site officiel du Départament des affaires ecclésiastiques extérieures du Patriarcat de Moscou]
FC = Movimiento Fe y Constitución (del CEI)
OR = L’Osservatore Romano
OSA = Orden de San Agustín
PE = Pastoral Ecuménica. Madrid
RC = Religión y Cultura. Madrid
RV = Radio Vaticano
BIBLIOGRAFIA
  • BARTOLOMÉ I, El deseo de nuestros beatísimos predecesores. El patriarca ecuménico de Constantinopla recuerda al papa Wojtyla, por Bartolomé I: 30Días: TESTIMONIOS / Sacado del n. 04 – 2005.
  • CARDINALE, G., Aquella vez que el rostro de Montini se iluminó de alegría, por Gianni Cardinale. EE.UU.. Entrevista al arzobispo de Filadelfia:30Días–Sacado del n.06/07– 2004.
  • CONGAR, Y., «L’ecumenismo di Paolo VI», en: ID., Saggi ecumenici. Il movimiento, gli uomini, i problemi. Note introduttive di Alberto Ablondi. Città Nuova Editrice, Roma 1986.
  • DESSEAUX, J. E., Introducción a Le libre de la Charité, París 1984, pp. 17-19.
  • Di SCHIENA, L., Karol Wojtyla, Roma 1991,
  • DIAZ, G., OSA – MISCIOSCIA, St. (coed.), Pablo VI cita a San Agustín. Apuntes del Papa Montini (1954-1978). En memoria del P. Carlos Cremona. Introducción, traducción y notas: Gonzalo Díaz, OSA – Stefania Miscioscia . Ediciones Escurialenses (EDES) 2004.
  • FERRARI, S., Vaticano e Israele. Firenze 1991.
  • HERA BUEDO, E. de la, Pablo VI. Timonel de la Unidad. Ediciones Monte Casino, Zamora 1998, esp. 5.1. Tierra Santa: Enero 1964, pp. 363-366. También 1.1. Los encuentros con las Iglesias Orientales: 1.1.1. Con el Patriarca de Constantinopla [Primero: Desde el abrazo de Jerusalén (enero de 1964) hasta la visita de Atenágoras a Roma (octubre de 1967)], pp. 382-389. [con abundante bibliografía].
  • HERA BUEDO, E. de la, La noche transfigurada. Biografía de Pablo VI. BAC 627, Madrid 202, esp. c. xx.”Reemprendamos el camino” (1963-1964), 525-571; esp. II. El Papa peregrino, 542-547; y III. El patriarca de la cascada blanca, 547- 557. [con abundante bibliografía].
  • JUAN PABLO II, Nuevo paso hacia la unidad. Ankara – Estambul – Éfeso – Esmirna. Librería Editrice Vaticana – Biblioteca de Autores Cristianos (B.A.C. minor), Madrid 1980, 5-6.
  • KONIDARIS, G., The importance of the Meeting between the Ecumenical Patriarch and the Pope in January 1964: «International Relations», Special Issue dec. 64-apr.65, pp. 18-24;
  • LANGA, P., «Balance ecuménico del año 2009 (28.29.30 y 31/XII/ 2009)»: RV; Infoekumene.
  • LANGA, P., «La Iglesia ortodoxa y la beatificación de Atenágoras»: Ecclesia, N.º 3.053 (16/6/ 2001), Año LXI, pp. 6-7 [886-887].
  • LANGA, P., «Decreto “Unitatis redintegratio”. De su elaboración a su promulgación»: PE 22 /64-65 (Enero-Agosto 2005: Actas del Congreso de UR), 29-54;
  • LANGA, P., «Participación de los teólogos en la elaboración de “Unitatis redintegratio”»: RODRÍGUEZ GARRAPUCHO, F (ed.), 40 años del Decreto conciliar “Unitatis redintegratio”. Evocación histórica y perspectiva de futuro: DE 39/ 124-125 (2004) 315-356.
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  • LEWY, M., BENEDICTO XVI. Imágenes, recuerdos y balance de su peregrinación. «… Y del fuerte salió dulzura»: 30Días, 05 – 2009.
  • LUBAC, H. de, Carnets du Concile, II. Les éditions du Cerf. París 2007.
  • LUBAC, H. de, Memoria en torno a mis escritos. Segunda edición revisada y aumentada, Ediciones Encuentro, Madrid 2000.
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  • MACCARRONE, M., Il pellegrinaggio di Paolo VI in Terra Santa, Città del Vaticano 1964.
  • MARTANO, V., Athenágoras il Patriarca (1886-1972). Un cristiano fra crisi della coabitazione e utopia ecuménica. Il Mulino, Bologna 1996, esp. Parte terza: Il camino verso l’unità (1959-1972), c. x. La stagione del Concilio, pp. 445-483; y más esp. 2. Incontrare il papa, pp. 453. Para el encuentro de Jerusalén, p. 472, en la n. 113 (abundante bibliografía).
  • O’MALLEY, SJ, J., W., ¿Qué pasó en el Vaticano II? Sal Terrae, Santander 2012.
  • PANCIROLI, R., La humanidad de Pablo VI, por el arzobispo Romeo Panciroli: 30Días: Papas / Sacado del n. 10 – 2004.
  • RICCARDI, A., Da Giovanni XXIII a Paolo VI, en ALBERIGO, G. – RICCARDI, A. (a cura di), Chiesa e Papato nel mondo contemporaneo, Bari 1990, pp. 233-234.
  • SCHMIDT, Stj., Agostino Bea il cardinal dell’unità. Città Nuova Editrice, Roma 1987, esp. 7. Gli sviluppi dell’ecumenismo durante il Concilio, 495-563, y más esp. Il significato ecuménico del pellegrinaggio di Paolo VI in terrasanta, 518-524.
  • SCHVINDLERMAN, J., Un Papa en Tierra Santa (http://www.delacole.com/cgi-perl/medios/vernota).
  • TSAKONAS, D., A man sent by God, Brooklin 1973 (biógrafo y amigo personal de Atenágoras).
  • WENGER, A., Les trois Rome, DDB, Paría 1991, pp. 145-147.
[1] Lo hizo en un DC 8 de Alitalia que despegó el sábado 4 a las 8:30h del aeropuerto internacional Leonardo da Vinci (Roma-Fiumicino) rumbo al aeropuerto internacional de Amán (Jordania) y, a su regreso el lunes 6, a las 12:30h, del citado aeropuerto jordano rumbo al de Ciampino en Roma. Yerra, pues, en su editorial Peregrinemos con él la revista Ecclesia, Núm. 1173, p. 3, escribiendo un DC-4.
[2] Recogidos, para su versión oficial, en Acta Pauli PP. VI. Summi Pontificis peregrinatio in Palestinam: AAS, N.1, pp. 158-182. Para la española, en Ecclesia, Núm. 1174, cuyo corresponsal –Cipriano Calderón—envió algunas crónicas donde el tema ecuménico no fluye a veces con precisión. Usaré a menudo la versión de la Santa Sede en su portal digital: vatican.va. En lo que atañe al encuentro con Atenágoras sigue siendo fundamental el Tomos Agapis: en BAC 345.
[3] Cf. O’MALLEY, 266-267.
[4] La revista Ecclesia, tirando de la euforia, publica en su editorial frases como esta: «Audaz e histórica iniciativa que ya ha producido ubérrimos frutos y los habrá de seguir produciendo, sin duda, en el futuro» (Proyección del viaje papal: Núm. 1174, p. 3).
[5] Vid. HERA BUEDO, La noche transfigurada. Biografía de Pablo VI, esp. II. El Papa peregrino, 542-553.
[6] Respuesta de Pablo VI al rey HusseinEcclesia, Núm. 1174, p. 6.
[7] Discurso del Santo Padre Pablo VI al señor Salman Shazar, presidente de la República de Israel.         Meggiddo, domingo 5/1/1964 (vatican.va).
[8] Discurso del Santo Padre a las autoridades y a la población de Jerusalén ante la Puerta de Damasco, Sábado 4/1/1964 (vatican.va). Abundando en la idea, vid. HERA BUEDO, Pablo VI. Timonel de la Unidad, esp. 5.1. Tierra Santa: Enero 1964, p. 363.
[9] Declaración de Su Santidad a su regreso de Tierra Santa (Ciampino, 18.13): Ecclesia, N. 1174, p. 22; AAS, N. 1, p. 180.
[10] Saludo a la multitud desde la ventana del VaticanoEcclesia, N. 1174, p. 22¸ AAS,  N. 1, p. 182.
[11] Oraciones y sacrificios por la unidad. Exhortación Apostólica del Santo Padre Pablo VI al Episcopado católico [Texto latino e italiano en OR del 18/1/1964]: Ecclesia, Núm. 1176 (Sábado 25/1/1964), pp. 5-6.
[12] «Porque Dios uno […] dio, por medio de los santos profetas y siervos suyos, preceptos menos perfectos al pueblo que aún convenía sujetar con temor y por medio de su Hijo dio mandamientos muchos más perfectos al pueblo que con amor había querido libertar» (De serm. D. m.. 1, 2): Cf. Filial homenaje del Santo Padre Pablo VI a la Madre de Dios, y Madre nuestra, la Virgen María. Iglesia de la Anunciación de Nazaret. Domingo 5/1/1964 (vatican.va).  Vid. DIAZ, G., OSA – MISCIOSCIA, St. (coed.), p. 1045, núm. 110, nota 74.
[13] SCHMIDT, esp. 7. Gli sviluppi dell’ecumenismo durante il Concilio, p. 495-563, y más esp. Il significato ecuménico del pellegrinaggio di Paolo VI in terrasanta, p. 518-524: 520, n. 113, donde ofrece otras fuentes y llega incluso a precisar: «En el restituir las visitas, el Papa siguió un protocolo que no había tenido precedentes por siglos».
[14] Discurso a los fieles de rito oriental. Iglesia de Santa Ana. Sábado 4/1/1964 (vatican.va). ¡Admirable el juego entre unidad y diversidad. Cómo ambas deben complementarse y respetarse!
[15] Palabras de despedida del Santo Padre a las autoridades Israelíes. Domingo 5/1/1964 (vatican.va).
[16] Pablo VI dispuso que fuera organismo distinto, aunque vinculado al Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. Su objetivo es promover y estimular las relaciones religiosas entre judíos y católicos, con la eventual colaboración de otros cristianos. Esta Comisión es responsable de todas las cuestiones que afectan a las relaciones religiosas con el Judaísmo.
[17] Acompañaron a Pablo VI sólo 3 cardenales: Amleto Giovanni Cicognani, secretario de Estado, Eugenio Tisserant, decano del Sacro Colegio, y Gustavo Testa, secretario de la Congregación para las Iglesias Orientales. Monseñor Angelo Dell’Acqua no era todavía cardenal. Y en cuanto a Bea, expresamente dice su biógrafo St. SCHMIDT que no estuvo (518-524).
[18] Vd. LANGA, P., «Decreto “Unitatis redintegratio”. De su elaboración a su promulgación»,  29-54; ID., «Participación de los teólogos en la elaboración de “Unitatis redintegratio”», 315-356.
[19] La declaración sobre la libertad religiosa fue promulgada el 7 de diciembre de 1965.
[20] La declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas fue promulgada el 28 de octubre de 1965.
[21] Cuya fecha es 6/8/1964. Y trata del “mandato” de la Iglesia en el mundo contemporáneo. Argumento príncipe, sin duda, el diálogo.
[22] «Muchas cosas han cambiado en las relaciones entre la Santa Sede y el Estado de Israel desde que mi predecesor el Papa Pablo VI vino aquí en el año 1964. El establecimiento de relaciones diplomáticas entre nosotros, en 1994, coronó los esfuerzos encaminados a inaugurar una nueva era de diálogo sobre asuntos de interés común como la libertad religiosa, las relaciones entre la Iglesia y el Estado, y, más en general, entre cristianos y judíos» (Discurso de Juan Pablo II durante la ceremonia de bienvenida en el aeropuerto de Tel Aviv, Martes 21 de marzo de 2000 (vatican.va).
[23] «… y con los seguidores del islam. Ese diálogo no es un intento de imponer a los demás nuestros puntos de vista. Lo que nos exige a todos es que, permaneciendo fieles a  lo que creemos, nos escuchemos respetuosamente unos a otros, procuremos discernir todo lo que hay de bueno y santo en las enseñanzas de cada uno, y contribuyamos a apoyar todo lo que favorece el entendimiento mutuo y la paz» (Discurso del Santo Padre Juan Pablo II durante el encuentro interreligioso en el Instituto pontificio “Notre Dame” de Jerusalén, Jueves 23/ 3/ 2000) [vatican.va].
[24] «Desde los primeros días de mi pontificado, y de modo particular durante mi reciente visita a la sinagoga de Colonia, expresé mi firme determinación de seguir las huellas trazadas por mi amado predecesor el Papa Juan Pablo II. El diálogo entre judíos y cristianos debe seguir enriqueciendo y profundizando los vínculos de amistad que se han desarrollado, mientras que la predicación y la catequesis deben esforzarse por asegurar que nuestras relaciones mutuas se presenten a la luz de los principios enunciados por el Concilio» (Carta de Su Santidad Benedicto XVI al presidente de la Comisión para las relaciones religiosas con el Judaísmo con ocasión del XL aniversario de la “Nostra Aetate”. (Vaticano, 26/10/ 2005) [Copyright © Libreria Editrice Vaticana] vatican.va.
[26] Langa, P., «Balance ecuménico del año 2009».
[27] LEWY, M.: 30Días,  05 – 2009. Embajador de Israel ante la Santa Sede, el autor compara la visita del papa Benedicto XVI a Tierra Santa con la de Pablo VI en 1964 y la de Juan Pablo II en 2000. Y cita una frase del Libro de los Jueces para explicar las relaciones actuales entre el Estado judío y Roma.
[28] Vid. LANGA, P.: RC 40/191 (1994) 865-875.
[29] Panorama contemporáneo 1963 – 1980 (http://mercaba.org/Iglesia/Sintesis/383-408.htm).
[30] CONGAR, Y., «L’ecumenismo di Paolo VI», p. 142.
[31] SCHMIDT, p. 479. Cf. también Irénikon 1 (1964) 81-88; y MARTANO, 466.
[32] El cual lleva fecha del 21/9/1963, y puede verse en MACCARRONE, M., pp. 9-10.
[33] Vid. el comunicado de la convocatoria en Apostolos Andreas 16/10/1963. La asamblea se reunió el 26 de septiembre, tres días antes de reabrirse el Vaticano II. Cf.  MARTANO, 460, nn. 65-67.
[34] Vid. publicada en la edición oficial Tomos Agapis: BAC 345, pp. 32-33.
[35] El Papa respondía, de este modo, al mensaje telegráfico enviado por Atenágoras a Juan XXIII, poco antes de su muerte.  La última carta de un papa a un patriarca de Constantinopla había sido escrita en 1584 por Gregorio XIII a Jeremías II, y trataba de la reforma del calendario.  Cf. MARTANO, 464, n. 79.
[36] Cf. MARTANO, 466.
[37] Vid. KONIDARIS, G., 18-24; RICCARDI, A.,  233-234; MARTANO, 467.
[38] Citado por CLÉMENT, O., en sus famosos Diálogos con Atenágoras (cf. MARTANO, 468, n.95).
[39] LANGA, P., «La Iglesia ortodoxa y la beatificación de Atenágoras», pp. 6-7.
[40] Vid. una detallada exposición de tales repulsas en MARTANO, 468-471.
[41] Vid. MARTANO, pássim, esp. 455-471.
[42] Vid. MARTANO, 472.
[43] Cf. TSAKONAS,  57 (biógrafo y amigo personal de Atenágoras, que en dicha ocasión formó parte del séquito del patriarca).
[44] Vid. MARTANO, 471-473.
[45] Vid. tal referencia en SCHMIDT, 520; HERA BUEDO, Pablo VI. Timonel de la Unidad, 365, n. 131.
[46] Discurso de Pablo VI al Sacro Colegio, 6 de enero de 1964 (vatican.va). Cf. MACCARRONE, 114; SCHMIDT, 520, n. 117.
[47] Discurso de Pablo VI al Sacro Colegio, 6 /1 / 1964 (vatican.va); HERA BUEDO, E. de la, Pablo VI. Timonel de la Unidad,  365, n. 130.
[48] Vid. la copiosa bibliografía que aporta HERA BUEDO, E. de la, Pablo VI. Timonel de la Unidad, p. 366, n. 134. Y también La noche transfigurada, esp. III. El Patriarca de la cascada blanca, 547-553, nota 44. Otro tanto decir de MARTANO, 472, n. 113.
[49] Vid. DESSEAUX, 17-19.
[50] Yo mismo lo he podido ver luciendo en la Sede del Pontificio Consejo para la unidad de os cristianos.
[51] Vid. El sagrado deber de trabajar por la unión. Extracto de la alocución dominical del 18 de noviembre: JUAN PABLO II, Nuevo paso hacia la unidad,  5-6.
[52] BAC 345,  n. 48. Atenágoras a Pablo VI, p. 42s (la traducción francesa fue leída por el archimandrita Simeón); n. 49. Pablo VI a Atenágoras, p. 43-45; n. 50. Comunicado común del papa y del patriarca publicado después de su encuentro, p.45-46.
[53]  Se produjo en Jerusalén el 5/1/1964 a propósito de la visita que hiciera el papa Pablo VI a Tierra Santa. Texto en francés en: WENGER, 145-147. Di SCHIENA, L.,  38-42; MARTANO, 474, n. 121.
[54] En la transcripción A es = Atenágoras. Y P es = Pablo VI.
[55] WENGER, 147.
[56] Vid. FERRARI, 196.
[57] Vid. MARTANO, 473-474; HERA BUEDO, La noche transfigurada, esp. II.2. Un cáliz para el futuro, 549-553.
[58] Saludo a la multitud desde la ventana del VaticanoEcclesia, N. 1174, p. 22¸ AAS,  N. 1, p. 182.
[59]  Nunca han estado tan ligados Roma y Jerusalén. Alocución del Papa en la audiencia general (8/1/ 1964: texto italiano en OR del 9): Ecclesia, Núm. 1176 (sábado 25/1/1964),  p.13.
[60] Tomos Agapis, n.44 (28/12/1963):  BAC 345, pp. 39-40.
[61] SCHMIDT, p. 522.
[62] SCHMIDT, p. 523, n. 126.
[63] SCHMIDT, pp. 523 – 124.
[64] SCHMIDT, pp. 521.
[65] Ortodossia e cattolicesimo, Brescia 1983, p. 158.
[66] Cf. el diario del viaje de John Stterthwaite, 26/2/1965, en Lambeth C.F.R., Box O4F.
[67] Cf. «International Relations», Special Issue, dec. 1964-apr. 1965, p. 100.
[68] Cf. Oikoumenikon (1964), p. 91.
[69] Cf. Oikoumenikon (1964), p. 260
[70] Cf. Oriente Cristiano (1964), p. 61. MARTANO, 475-476.
[73] Vid. Ekklisia 16/1/1964. Asimismo, MARTANO, 477.
[74] Se trata del archimandrita Candiotis de Atenas. También el periódico Ortodoxos Tipos se distingue por los tonos particularmente violentos. Vid. recogido todo ello en MARTANO, 477. También, y sobre todo, LANGA, P., «La Iglesia ortodoxa y la beatificación de Atenágoras», pp. 6-7 [886-887].
[75] Proyección del viaje papalEcclesia, Núm. 1174, p.3.
[76] RC IX / 33 (1964) 3-7.
[77] Núm. 1174, p. 11.
[78] El expresidente de Irán, Mohamed Khatamí, ya había propuesto a las Naciones Unidas en 1988 el Diálogo de civilizaciones. El domingo, 10 de enero de 1999, Khatami recibió al nuncio apostólico de Juan Pablo II en Irán, monseñor Romeo Panciroli. El líder iraní volvió a tocar durante el encuentro su proyecto de diálogo entre las civilizaciones. Para eliminar guerras y violencias es necesario el espíritu de las religiones, dijo. Ya con motivo del mensaje de final de año 1998, Khatami lanzó el proyecto de «diálogo entre civilizaciones». Según Khatamí, en la doctrina de Jesucristo hay que apreciar «la compasión por los propios semejantes, el respeto de los demás, el diálogo con el enemigo, la tolerancia y la disponibilidad hacia los demás». Y añadió: «Espero que el 1999, año que une a ambos milenios, sea un año marcado por bendiciones, paz, cordialidad y amor entre los hombres»: J. C. ( Roma),  Juan Pablo II se encontrará con el Presidente de Irán. Un nuevo viento sopla en TeheránAlfa y Omega,  Nº 155 / 4-III-1999 - Mundo (tomado de Zenit).  También en El Observador Nº 191-5 (1999).
[79] PANCIROLI, La humanidad de Pablo VI: 30Días: n. 10 – 2004.
[80] LUBAC, H. de, Diálogo sobre el Vaticano II (Madrid 1985) 30; ID., «Paul VI, pélerin de Jérusalem»: Christus 11 (1964) 97-102.
[81] LUBAC, Henri de, Carnets du Concile, II, 60s, n.3; ID., Memoria en torno a mis escritos, 385-386.
[82] CONGAR, Y., «L’ecumenismo di Paolo VI», p. 149.
[83] CARDINALE: 30Días, n. 06/07 – 2004.
[84] BARTOLOMÉ I: 30Días, n. 04 – 2005.
[85]  Pablo VI, siguiendo las huellas de San Pedro por Tierra Santa: Ciudad del Vaticano, 15/11/2013 (VIS)
[86] El papa Francisco anunció su peregrinación a Tierra Santa. Lo hizo después del ángelus. Será del 24 al 26 de mayo, en Amán, Belén y Jerusalén. Habrá un encuentro ecuménico en el Santo Sepulcro. Por Redacción: CV, 05/1/ 2014 (Zenit).
[87] ‘Lo que me ha conmovido del papa Francisco’ . El vaticanista Andrea Tornielli cuenta su encuentro con Bergoglio y los desafíos que esperan al Pontí­fice. Por Federico Cenci. CV, 07/1/ 2014 (Zenit).
[88] Mons. Shomali: ‘El Papa viene a rezar por la paz, el diálogo y la reconciliación’ . Entrevista con el obispo auxiliar del Patriarcado Latino de Jerusalén sobre la visita de Francisco a Tierra Santa en el mes de mayo. Por Iván de Vargas. Madrid, 07/1/2014 (Zenit).
[89] El patriarca de Jerusalén: tratarán de politizar la visita del Papa . Su Beatitud Fouad Twal. Francisco en su viaje a Tierra Santa cenará con refugiados, pobres y discapacitados a orillas del Jordán. Además, presidirá una misa en el estadio de Amman y otra en Belén Por Redacción. Madrid, 09/1/2014 (Zenit).
[90] Vid. Una delegación internacional de Sant’Egidio visita estos dí­as Jerusalén. El motivo del viaje: renovar el espíritu de diálogo y de fraternidad del histórico encuentro entre el papa Pablo VI y el patriarca AtenágorasPor Redacción Madrid, 09/1/2014 (Zenit)
[91] Celebradas las exequias, fue enterrado en el Monasterio de la Madre de Dios en la fuente, Balikli, Estambul, Turquía (BONNICI, E., 27/4/2012): http://www.findagrave.com/cgi-bin/fg.cgi?page =gr&GRid= 6379709.
[92] BAC 345, n. 284, p. 239-241: 241.
[93] BAC 345, n. 284, p. 239-241: 241.
 Artículo publicado en la Revista Pastoral Ecuménica. 
Por Prof. Dr. Pedro Langa Aguilar, OSA.



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