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Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

viernes, 11 de julio de 2014

EL PAPA JUAN XXIII Y EL ECUMENISMO

"El primado del corazón. Juan XXIII y el ecumenismo"

Por Luis Marín de San Martín, OSA


No hay duda de que el santo papa Juan XXIII marcó el inicio de una nueva época en la Iglesia. El Concilio Vaticano II, por él convocado, supuso un profundo aggiornamento, también en lo que respecta a la búsqueda de la unidad entre los cristianos. Varias fueron las decisiones del papa Juan que orientaron este camino, hasta el punto de poder ser considerado una de las figuras más significativas entre las que han marcado los primeros pasos del ecumenismo católico. Ahora bien, Angelo Giuseppe Roncalli (1881-1963) fue hijo de su tiempo y producto de una formación determinada: la de los inicios del siglo XX; su evolución vendrá marcada por sus vivencias en Oriente, que encontraron terreno abonado en un temperamento particularmente fraterno y cordial y en una marcada sensibilidad religiosa. El suyo fue fundamentalmente un ecumenismo del corazón o de la caridad y sólo posteriormente se abrió a lo que podemos llamar ecumenismo institucional o teológico, tal vez sin comprenderlo del todo.


1. FORMACIÓN EN EL UNIONISMO ROMANO

Roncalli recibió en Bérgamo (1892-1900) y sobre todo en Roma (1901-1904) una formación eclesiástica en la que el tema de la unidad de la Iglesia, muy secundario en las preocupaciones eclesiales, se consideraba desde una óptica latinizante y desde una actitud de clara superioridad católica. Los ortodoxos, los protestantes y los anglicanos eran “cismáticos” y “herejes”, como se les denominaba habitualmente, que se habían separado en actitud de indisciplina y rebeldía, frutos de la cual eran la atomización y el pluralismo confesional, la negación en gran medida de las fuentes de la gracia sacramental y la manifestación de un cúmulo de rarezas y excentricidades. A lo más que se llegaba era al paternalismo unionista, desarrollado sobre todo a partir del pontificado de León XIII, por el que se invitaba más o menos cordialmente a los llamados cismáticos a regresar a la Iglesia católica, única y verdadera Iglesia de Cristo, que ellos habían abandonado culpablemente.

Sin embargo, ya ordenado sacerdote, dos personas enriquecieron esta concepción tradicional y, en parte, hicieron posible una perspectiva más amplia. La primera fue monseñor Giacomo Maria Radini-Tedeschi, obispo de Bérgamo, uno de los prelados de mayor implicación social de su época, de quien Roncalli fue secretario (1905-1914). Él puso en contacto a Roncalli con los ambientes culturales de Lovaina y con su amigo el cardenal Desirè-Joseph Mercier, arzobispo de Malinas entre 1906 y 1926 y protagonista de las conversaciones entre anglicanos y católicos, que tomaron nombre de su diócesis. La segunda persona fue monseñor Vincenzo Bugarini, antiguo rector del Seminario Romano, sabio orientalista y experto en la sección de Oriente en Propaganda Fide. Ya jubilado, Bugarini fue a vivir al apartamento de Roncalli en Roma, desde 1921 hasta su muerte en 1924, en la época en que Roncalli era presidente para Italia de la Obra Pontificia para la Propagación de la fe (1921-1925). No cabe duda de que el viejo monseñor enriqueció la perspectiva eclesial roncalliana y le aportó matices de enorme utilidad para afrontar la importantísima etapa que se abrió a continuación en su biografía.

2. LA EXPERIENCIA EN ORIENTE

Angelo Giuseppe Roncalli estuvo destinado en Oriente durante veinte años. Primero como visitador (1925-1931) y delegado apostólico (1931-1934) en Bulgaria, y luego como delegado apostólico en Turquía y Grecia (1934-1944). Durante estos años Roncalli vivió con fuerza la realidad ecuménica. Y él consideró una parte de su servicio, en lo que respecta a las relaciones con los ortodoxos, “realizar aquella norma que es fundamental para un representante pontificio en países de cristianos separados y no solamente allí, es decir, hacer conocer al papa y a la Iglesia católica y hacerlos amar”[1].

2.1. Relaciones con la Iglesia ortodoxa

Ya desde el inicio de presencia en Bulgaria, el tema de las relaciones con la poderosa Iglesia ortodoxa estuvo presente en el horizonte de su labor. Bulgaria era un país de abrumadora mayoría ortodoxa, mientras que los católicos eran solo unos 35.000 fieles, en gran parte de tradición latina, aunque existía también una minoría uniata de rito bizantino-eslavo. Roncalli procuró inmediatamente establecer relaciones personales, acercándose a la alta jerarquía ortodoxa en una época en la que gestos similares eran bastante inusuales. De hecho, a finales de mayo o principios de junio de 1925 (Roncalli no da la fecha exacta), se encontró discretamente con el metropolita de Sofía, Stepan, en un pueblo a 24 kilómetros de la capital. Inmediatamente siguió la visita al Santo Sínodo, el 26 de agosto, y ya que el metropolita Stepan estaba en Estocolmo en la conferencia ecuménica promovida por Vida y Acción, se encontró con el vicepresidente Kliment, metropolita de Vratzda. Según indicó en la relación enviada a Roma, consideraba esta visita al Santo Sínodo “como un acto de homenaje por mi parte a la mayor autoridad religiosa de Bulgaria, en nombre de aquellos principios que nos unen en la búsqueda del bien de las almas”[2]. Si los cristianos tienen por santo y seña la caridad, deben mostrarla en sus relaciones para ser creíbles; además las buenas relaciones y el conocimiento mutuo no cabe duda de que darán fruto: “Fue un coloquio en conjunto muy amplio pero sin ninguna importancia, más allá de haber agradado mucho al Santo Sínodo, que ha visto cómo se le tenía en consideración, y de haber establecido buenas relaciones que se volverán, creo, preciosas para el futuro”[3].

Dentro de estos coloquios de cortesía con las autoridades ortodoxas merece especial mención el encuentro de Roncalli con el patriarca ecuménico de Constantinopla, Basilio III, el 31 de marzo de 1927, que tuvo lugar en Estambul donde Roncalli había ido para la ordenación episcopal del arzobispo de Atenas, Giovanni Battista Filippucci. El patriarca Basilio manifestó una enorme sensibilidad y expresó su ferviente deseo de encontrarse con el papa en Roma para tratar sobre la unión de las Iglesias. Roncalli, tal vez evidenciando una cierta superioridad latina, pero con una indudable perspicacia, advirtió la dificultades prácticas y así lo indicó a sus superiores: “Pero ¿qué puede hacer él sin el Sínodo ortodoxo? Nada. Es un simple presidente de una república democrática. No puede entablar ninguna relación con otras Iglesias ni con los gobiernos sin una delegación de la asamblea sinodal. En cuanto a la dignidad, de hecho parece reducida a una magnis nominis umbra: nada más”. A pesar de esta dura consideración, Roncalli reconocía que “la espontaneidad [del patriarca] de abrirse con un prelado de Roma sobre un tema ante cuya sola mención sus antecesores prorrumpían en rechazos e invectivas desdeñosas, aun teniendo en cuenta las circunstancias actuales que lo explican en gran parte, sorprende agradablemente al espíritu de quienes, como el pobre que suscribe, como tantos y tantos trabajadores más que beneméritos por la causa de la unión, con ardiente afecto -como diría Dante-, esperan el sol mirando fijamente hasta que el alba nazca…y suscita la esperanza de que algo bueno pueda seguir una vez que se crea haber tomado el hilo que nos ofrece la Providencia, de una forma inesperada y no carente de naturalidad”[4].

Sobre la relación enviada por Roncalli, el cardenal Sincero escribió: “Respóndase a mons. Roncalli agradeciéndole su interesante relación, que le ha sido transmitida a Su Santidad”. Pero las autoridades vaticanas no siempre reaccionaron del mismo modo. Una tercera iniciativa de Roncalli, el envío de un mensaje de saludo[5] al consejo plenario de los obispos ortodoxos búlgaros, en diciembre de 1927, provocó una áspera respuesta vaticana y el envío por parte de la Congregación de una carta reprobatoria a Roncalli, en la que se ponían ya de manifiesto profundas diferencias no solo de actitud, sino también de concepción eclesial. La carta comenzaba diciendo que “esta S[agrada] C[ongregación] considera que v.s. debería haber pedido primero la autorización de la Santa Sede”. Añadía que consideraba impropio “que v.s. haya escrito como representante del Santo Padre y como tal haya enviado a una reunión de prelados cismáticos ‘una palabra humilde y fraterna’ y deseado ‘a sus trabajos la gracia del Espíritu Santo, que los haga provechosos’. […] Creo superfluo recomendar a su ferviente celo mucha circunspección y prudencia al tratar con las autoridades religiosas cismáticas”. Y remataba con una referencia a Pío XI: “El propio Santo Padre, leído su mensaje a los obispos búlgaros, aun contando con su afecto hacia usted, no ha podido no exclamar: ‘bonus quandoque dormitat Homerus’ […]“[6]. Roncalli archivó esta carta, pero añadió una significativa nota: “No había tiempo para pedir a la Congregación la autorización para el mensaje del 23 de diciembre de 1927 al Consejo Plenario de los obispos ortodoxos, una vez que a última hora había considerado oportuno enviarlo in Domino. En cuanto a considerar impropia ‘la palabra humilde y reverente de religioso respeto y de fraternidad’, no se logra comprender fácilmente si se piensa que los cismáticos son llamados muchas veces por el papa mismo hermanos separados: separados, por tanto, pero siempre hermanos”[7].

Los gestos de recíproca cercanía, sobre el camino de la fraternidad, continuaron durante la etapa turca (1934-1944). El 1 de enero de 1936, con ocasión del fallecimiento del patriarca Focio II, el delegado apostólico acudió al Fanar para visitar la capilla ardiente; al día siguiente, envió una pequeña delegación oficial a los funerales, así como una carta personal de felicitación al nuevo patriarca Benjamín I. Se había abierto el camino. Con motivo de la muerte del papa Pío XI, en febrero de 1939, la Iglesia ortodoxa de Constantinopla envió también una delegación oficial a los funerales celebrados en la catedral del Espíritu Santo de Estambul[8], en los que estuvieron presentes el obispo armenio-gregoriano de Beyoglu, el vicario del gran rabino de Estambul y el presidente del consejo de la comunidad hebrea; la presencia de la delegación ortodoxa se repitió en el Te Deum con motivo de la elección de Pío XII. La última visita de Roncalli a un patriarca ecuménico de Constantinopla tuvo lugar el 27 de mayo de 1939. Fue un encuentro oficial de agradecimiento, que se inició con un significativo gesto de Benjamín I, que abrazó al delegado apostólico mientras le dirigía el saludo pascual oriental: “Haec est dies quam fecit Dominus”[9]. Roncalli anotó en su agenda: “No tocamos nada la cuestión de la unión ni ninguna otra, evitamos cualquier escollo, y sin embargo no faltó materia de conversación animada e interesante: apostolado de paz por parte de todos los jefes de confesiones religiosas, estudios bizantinos, mis estudios sobre san Carlos, los dos papas Pío, el centenario de san Vladimiro. En conjunto con feliz impresión recíproca”[10].

Los encuentros con otras personalidades de las Iglesias orientales fueron frecuentes, tanto en lo que se refiere a los ortodoxos[11]como también a otras confesiones. Especial importancia tuvo el caso del patriarca armenio Mesrob Naroyan, que se había lamentado por la visita de agradecimiento de monseñor Roncalli a Benjamín I y no a él. De la cordialidad de esta entrevista dio cuenta el propio Roncalli en la relación enviada el 20 de diciembre de 1939 al cardenal Eugène Tisserant, secretario de la Congregación Oriental: “La conversación fue sencilla y sin obstáculos, hablando mi interlocutor suficientemente el francés. Me dijo cómo, para los armenios, el papa goza siempre de la más sincera estima y veneración -el papa difunto y el papa nuevo, del que a continuación me habló con entusiasmo. Quiere también subrayarme las buenas relaciones con los armenios católicos, complaciéndose en ver presente a s.e. mons. Kiredian”[12].

Por lo que se refiere a las acciones concretas emprendidas por monseñor Roncalli en el campo ecuménico, tenemos el primer intento por crear en Bulgaria una casa orientada a la búsqueda de la unidad y confiada a los benedictinos: para ello contaba con la presencia a su lado, durante los primeros meses de la misión búlgara, del benedictino flamenco dom Constantin Bosschaerts en calidad de secretario[13]. El asunto no llegó a buen puerto debido a diferentes reticencias tanto dentro de la orden benedictina como en Roma.

2.2. Avanzando entre espinas: la diplomacia roncalliana

Resulta interesante advertir cómo en su tarea diplomática, Roncalli procuró siempre, como principio, buscar más lo que une que lo que divide o separa, dando siempre prioridad a la caridad y a las actitudes espirituales. Para Roncalli ser obispo era una responsabilidad ante Dios, Padre de todos, en la que se fundamentaba su actividad diplomática y nunca al revés.”Hago el bien y estoy contento”, escribió [14], porque “yo en mis cosas no me esfuerzo sino en hacer triunfar la caridad, la paciencia y las buenas maneras con todos. Me puedo equivocar, pero no tengo parcialidad con nadie. Sólo me preocupa imitar más y más la bondad del Señor que me enseña a tomar todo por la parte mejor, también a sufrir, pero no a dejar nunca de perdonar y hacer el bien”[15].

Esta actitud se puso de relieve al abordar los momentos más difíciles de su actividad diplomática, relacionados con el tema ecuménico. Fueron principalmente de dos tipos: los relacionados con el matrimonio del rey Boris III de Bulgaria y los provocados por la hostilidad del clero ortodoxo. El rey, de confesión ortodoxa, contrajo matrimonio con la princesa católica Juana de Saboya, hija de los reyes de Italia, el 25 de octubre de 1930, en Asís. La ceremonia se realizó según el rito católico y habiendo aceptado expresamente los contrayentes las normas establecidas por el Código de Derecho Canónico para los matrimonios mixtos[16]. El clero ortodoxo consiguió que el 31 de octubre tuviese lugar una segunda ceremonia en la catedral de Sofía, que supuso, en la práctica, la repetición del matrimonio. Además, en enero de 1933, Boris III hizo bautizar a su primogénita en la fe ortodoxa, contraviniendo lo establecido en el canon 1061 sobre los matrimonios mixtos. El papa Pío XI protestó públicamente y se temió una posible expulsión del visitador apostólico. Algunos han afirmado que el papa culpó a Roncalli de esta situación y le reprochó su credulidad y excesiva confianza. No es verdad. Roncalli sabía bien dónde estaba la razón de todo este problema y años más tarde comentó que, por aquel entonces, dijo “claramente a la Secretaría de Estado que no había que tener confianza en las garantías del rey; él podía ser sincero, pero la Iglesia ortodoxa búlgara no habría tolerado jamás el bautismo del príncipe heredero en el rito católico”[17]. Su actitud distaba mucho de la ingenuidad: “Estamos ante la mala fe evidente en los representantes de la ortodoxia, ayudada por sus luchas internas y también por la ignorancia”[18]. Como escribió a un amigo: “Naturalmente esos barboni de la ortodoxia no me pueden mirar bien tras lo ocurrido, testigo como soy de sus fechorías, y respecto a ellos estoy aquí sicut agnus inter lupos; pero soy demasiado grande para que me puedan despedazar. Gruñen y me soportan”[19]. Pío XI no sólo no reprocho nada a su delegado apostólico (como afirmaba la difundida leyenda), sino que le expresó su confianza y le renovó su afecto. Roncalli recibió con alegría “la expresión de la augusta complacencia del Santo Padre sobre mi humilde obra en las circunstancias del pasado invierno. No es necesario que diga lo emocionado y agradecido que estoy por esas palabras que in humanis, tras el testimonium bonae conscientiae, son para un servidor de la Santa Sede, por modesto que sea, el estímulo y el consuelo más eficaz en las dificultades cotidianas”[20].

Las dificultades también se dieron en Grecia, sobre todo al comienzo de su misión, debido a la hostilidad del clero ortodoxo, que reaccionaba con dureza frente a todo lo católico, herencia de muchos siglos de incomprensiones, y donde el recuerdo de la cuarta cruzada y de los desmanes latinos había dejado una profunda huella, de modo que a los sacerdotes católicos aún se les llamaba “francopapas”. Roncalli escribió a su madre, con tristeza: “En este país hay tantas cosas que arreglar; pero como todos son ortodoxos y, por tanto, contrarios y temerosos de la Santa Sede y del papa, tengo que ir despacio, con cautela y con delicadeza suma”[21]. Por eso le parecía necesario tener una gran paciencia: “Sabéis cómo me desenvuelvo con los turcos. pero con los griegos las dificultades son mayores. Aquella buena gente me da palabras, pero respecto a los hechos conocéis que los ortodoxos tienen miedo del papa. Necesito, pues, mucha paciencia. Ya sabéis que más vale que sobre. Un arrebato, una sola vez, puede comprometerlo todo. Rezad por mí a fin de que el Señor siga asistiéndome con esta gracia de la paciencia, que yo también me esfuerzo en adquirir. Hacedlo también vosotras, conscientes de que al final todo acaba en una gran bendición”[22].

El siempre trató de comprender a los demás, en esa diplomacia del corazón, comprensiva, afable, fundamentalmente pastoral, dispuesta siempre al acercamiento cordial, fiel a su consigna “guta cavat lapidem”[23]. Es significativo que Roncalli no se arredrase ante las actitudes anticatólicas de la jerarquía ortodoxa, sobre todo griega. Baste como ejemplo la actitud mantenida ante el arzobispo Crisóstomos de Atenas, hostil y nacionalista, con quién se encontró de forma fortuita en la nave Kefallonia el 24 de agosto de 1937 y con el que mantuvo un coloquio que se prolongó alrededor de tres cuartos de hora. A su muerte, escribió: “Fue enemigo implacable de la llamada propaganda católica […]. Por la tarde me acerqué a visitar el cadáver, expuesto en la catedral ortodoxa, y a firmar en el arzobispado. En señal de perdón, como acto de respeto a la autoridad religiosa de la que estaba revestido, como expresión de cortesía ante el luto de la Iglesia ortodoxa griega y de los griegos, también para renovar con el espíritu de Jesús el pater dimitte illi: quia nesciunt quid faciunt. Ah, este problema de la buena fe de los no católicos. ¡Qué misterio!”[24]. Las relaciones mejoraron cuando Damaskinos fue elegido arzobispo de Atenas. Con él se encontró Roncalli el 10 de septiembre de 1941, en la residencia privada de un profesor de la universidad de Lipsia. Escribió en su agenda: “La conversación duró dos horas y fue, creo, feliz y fructuosa. Así se resolvió una cuestión de etiqueta. Nos hemos encontrado. Un apretón de manos al principio terminó al final con un abrazo cordial. He aquí al representante del papa en buenas relaciones con el jefe de la Iglesia ortodoxa, tan pomposa y tan pobre. Deo gratias”[25]. No era poco. Y fue el primero de otros encuentros que abrieron un camino de comprensión y ayuda en esa época convulsa.

La colaboración humanitaria con las autoridades ortodoxas se llevó a cabo con eficacia a través de múltiples iniciativas durante todo el triste periodo de la Segunda Guerra Mundial, procurando Roncalli dejar siempre claro que actuaba como hijo de la Iglesia católica, delegado de la Santa Sede y representante del papa.

2.3. Charitas Christi urget nos

En el pensamiento ecuménico de Roncalli, basado en la idea de retorno a la unidad en la Iglesia católica, apreciamos sin embargo algunos matices que muestran la presencia ya de una orientación ecuménica en una perspectiva más amplia que la de los restrictivos criterios oficiales de la época. Aunque la práctica vigente en los diplomáticos de la Santa Sede era de reserva absoluta respecto a los no católicos, monseñor Roncalli comprendió enseguida que era preciso esforzarse por crear una sólida relación de amistad basada en Cristo, que hiciera posible la apertura fraterna al otro y la superación de viejas condenas y pasadas controversias[26]. Seguía así en la línea esbozada por dom Lambert Beauduin sobre el primado de la caridad, expresado en la revista Irénikon, por él fundada. Un precioso testimonio sobre el tema lo tenemos en una carta escrita por Roncalli a Adelaide Coari desde Sofía: “Se pide a la caridad de los católicos apresurar la hora del retorno de los hermanos a la unidad del rebaño. ¿Comprende? A la caridad; más todavía que a las discusiones científicas. A la caridad explicada exactamente según el elogio de san Pablo”[27].

El amor, pues, manifestado en la relación de caridad que lleva a insistir en lo que nos une y que se convertirá para los “hermanos separados” en verdadera fuerza de atracción hacia el regreso a la única Iglesia de Cristo. Así lo indicó en una preciosa homilía pronunciada en la basílica del Espíritu Santo de Estambul con motivo del octavario para la unidad de los cristianos: “No nos detengamos en los recuerdos de lo que nos divide; que se pare en nuestros labios toda palabra amarga, toda inútil recriminación. Miremos al futuro a la luz del designio de Cristo. La unidad de la Iglesia debe ser reconstruida de forma plena. Debe llegar un día en el que uno solo será para todos el rebaño, uno solo el pastor (Jn 10,16)”[28]. Una segunda consecuencia la tenemos en la terminología y el lenguaje. Roncalli denominará “Iglesias” a las comunidades cristianas no católicas y “hermanos” a sus miembros, eliminando de su vocabulario términos como “cismáticos” o “heréticos”, y mostraba una profunda aversión a la idea de “cruzada”.

Aunque en esa época aún era prematuro hablar de “diálogo”, Roncalli estaba decidido a mantener relaciones amigables con ellos, con la esperanza de que un día regresaran a la Iglesia que habían abandonado. En efecto, Roncalli procuró siempre adecuar su pensamiento sobre tema ecuménico a los criterios oficiales de la Santa Sede expresados en la encíclica Mortalium animos[29] del papa Pío XI, en la que se reafirmaba que el único camino posible era el retorno de los disidentes al seno de la Iglesia católica, la única y verdadera Iglesia de Cristo, por lo que no se podía participar en plano de igualdad en ninguna reunión ecuménica[30]. Roncalli no era en absoluto ingenuo y sabía que el proceso iniciado era de largo recorrido. Lo mismo que había sido larga la división, también sería largo y complicado el proceso de unidad, pero era preciso empeñarse en él con interés y entusiasmo.”Tal vez los resultados no se tendrán sino a largo plazo; pero no llegarán nunca si no se preparan con tenacidad y con ardor de trabajo”[31]. En la misma línea escribía años después que la unión de la Iglesia era “un misterio del Señor” y que su cumplimiento “quizás está reservado a los últimos siglos de la historia del mundo. Pero el deber perenne de la Iglesia santa es el de prepararlo con cada estudio, con cada esfuerzo, como si fuera inminente”[32].

3. EN PARÍS Y VENECIA

La etapa de monseñor Roncalli como nuncio en Francia (1944-1953) estuvo marcada por diversos problemas que hubo de gestionar (deposición de los obispos colaboracionistas, curas obreros, nouvellle théologie) y que restaron visibilidad y protagonismo al empeño ecuménico. No obstante su interés y su disposición sobre el tema permanecieron vivos. Hay algunos casos significativos. Por ejemplo, cuando Pío XII proclamó en 1950 el dogma de la Asunción de la Virgen, Roncalli, aun afirmando creer sin problema en esta verdad de fe, tuvo ciertas reservas sobre la oportunidad de la definición dogmática porque le parecía podían crearse nuevas dificultades a la relación con los hermanos separados”[33]. Siendo un hombre de profunda piedad mariana, su actitud fue siempre opuesta a los proyectos de nuevos dogmas (corredentora, mediadora de todas las gracias) e incluso de nuevos títulos. Como patriarca de Venecia, manifestó claramente que no firmaría ninguna petición semejante. Y la razón principal era siempre ecuménica[34].

En el periodo como patriarca de Venecia (1953-1958) encontramos también algunos rasgos indicativos de cómo el interés ecuménico había arraigado en su ánimo de forma clara y muy por encima de lo que era habitual tanto en el episcopado como en los fieles de la época. En 1954 predicó personalmente el octavario de oración por la unidad de los cristianos[35] y llamó con insistencia a la participación de los fieles en él. En sus palabras, el cardenal Roncalli recomendó que la fe en la unidad de la Iglesia (unam sanctam) fuera no sólo profesada sino también practicada. Esta exigencia pastoral la hizo de forma animosa y fuerte, aunque los resultados no convencieron ni siquiera al orador[36]. En cualquier caso, para el cardenal Roncalli Venecia, por su historia, arte y cultura, estaba llamada a ser siempre un puente entre Oriente y Occidente y cauce de una vocación ciertamente ecuménica.

4. LA PRIMAVERA DE LA IGLESIA

4.1. El viento del Concilio
 
Desde los primeros momentos se consideró que el tema unionístico debía ser uno de los objetivos del Vaticano II. Ya en el borrador para el discurso del 25 de enero de 1959 en el que Juan XXIII, elegido papa apenas tres meses antes, anunció la convocatoria del Concilio, se incluía un llamamiento a “los fieles de las Iglesias separadas a que participen con nosotros en este convite de gracia y de fraternidad”, orientación ratificada también en la nota que publicó L’Osservatore Romano el día 26 de enero, en la que se afirmaba que el gran acontecimiento anunciado “mira no sólo a la edificación del pueblo cristiano, sino que quiere ser también una invitación a las comunidades separadas para buscar la unidad que tantas almas de todos los puntos de la tierra anhelan hoy”[37]. Hay que recordar el hecho significativo de que el anuncio del Concilio se hiciera en el marco de la clausura de la semana de oración por la unidad de los cristianos.

Unos meses después, el papa insistió en la misma idea, recordando que el Concilio afectaba a toda la Iglesia universal, en su más amplio sentido y, por tanto, también a los hermanos separados, ya que “marcará el ferviente intento de todos los cristianos, de todos los católicos, de todos aquellos que corresponden a la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, para que unánime sea la cooperación no para la lucha, la guerra, las discordias, las divisiones, sino para la paz, la elevación espiritual; para Cristo”[38]. Debido a estas reiteradas afirmaciones algunos pensaron que el término “ecuménico”, con el que se designaba en los textos oficiales al nuevo Concilio, indicaba que también eran convocados los representantes de todas las confesiones cristianas para tratar el tema de la unidad de la Iglesia y juntos, como cristianos, dar una respuesta eficaz a los problemas del mundo. Evidentemente, el término no se refería a esto a esto, sino a un Concilio de la oikoumene, en el que participaban todos los obispos del mundo, en comunión con Roma, a diferencia de otros concilios de carácter provincial o regional. Sin embargo, Juan XXIII no excluía una repercusión de cara a los “hermanos separados”, que influyera de forma positiva en el camino hacia la unidad entre las Iglesias, preparando “la recomposición de toda la mística grey de nuestro Señor”[39]. ¿Cómo podía influir? Ante todo con el ejemplo de una Iglesia católica unida, que impulsara a los demás grupos cristianos a volver a ella: “Si los hermanos que se han separado, y que están también divididos entre sí, quieren concretar el común deseo de unidad, podremos decirles con vivo afecto: ésta es vuestra casa; esta es la casa de todos los que llevan la señal de Cristo. Si, por el contrario, se quisiera comenzar con discusiones y debates, nada se conseguiría”[40]. Para el papa el primer paso es el ejemplo que se ofrece a partir de la consolidación y refuerzo de la unidad interna de la Iglesia, para que “aun los que están separados de la Sede Apostólica sientan una nueva y válida llamada a la unidad, que Cristo dio a su Iglesia y a la que muchos de ellos aspiran ya”[41].

La unidad fundamental es la de la fe en Cristo. El bautismo nos vincula a él, haciéndonos hermanos llamados a formar parte del único rebaño bajo el Supremo Pastor, de quien el papa es vicario. El sentido de fraternidad y, si se quiere, de familia, no desaparecen aunque estos cristianos no católicos no estén en perfecta comunión con la Iglesia; siguen siendo nuestros hermanos. Todos estos conceptos los repitió varias veces durante su pontificado, por ejemplo en la tercera parte de su primera encíclica Ad Petri Cathedram, en la invitación al Concilio de los representantes de las Iglesias separadas y en el discurso pronunciado durante la audiencia a los observadores en el Concilio, en octubre de 1962.

4.2. El Secretariado para la Unidad de los Cristianos

En esta época Juan XXIII continuaba considerando la unidad como un retorno de los cristianos no católicos a la casa que abandonaron, entendiendo la separación entre los cristianos como separación de la Iglesia católica, que sólo podía resolverse con la vuelta de los que se fueron. Esta idea del “retorno” es una constante en los discursos y escritos del papa sobre tema ecuménico, sobre todo hasta el año 1961. A partir de entonces apenas aparece, posiblemente por sugerencia del cardenal Bea y del Secretariado para la Unidad de los Cristianos, que pronto advirtieron el desagrado que dicha forma de entender la unidad provocaba en las otras confesiones cristianas. Detengámonos brevemente en la creación de este Secretariado, que resultará de capital importancia tanto en el desarrollo ecuménico como en los trabajos del Concilio.

El papa Juan creó el Secretariado[42] siguiendo las sugerencia del cardenal Augustin Bea, S.J., antiguo rector del Pontificio Instituto Bíblico y confesor de Pío XII, que presentó al papa un proyecto elaborado por el arzobispo de Paderborn, Lorenz Jaeger. El 5 de junio de 1960 se hizo pública la creación de las comisiones preparatorias del Concilio y la institución del Secretariado para la Unidad de los Cristianos, “para mostrar más nuestro amor y benevolencia hacia quienes se llaman cristianos, pero están separados de esta Sede Apostólica, para que también ellos puedan seguir los trabajos del Concilio y encontrar más fácilmente el camino para alcanzar aquella unidad por la que Jesucristo dirigió al Padre celestial tan ardientes súplicas”[43]. Como presidente se nombró al cardenal Bea y como secretario a monseñor Johannes Willebrands. La finalidad, en palabras de Bea, era doble: “Una inmediata, ayudar a los cristianos no católicos a seguir los trabajos del Concilio; la otra, más amplia y general, ayudar a los mismos a encontrar la unidad con la Iglesia católica romana”[44].

La actividad de este Secretariado fue importantísima tanto en la preparación como en el desarrollo del Vaticano II[45] y resulta imprescindible para comprender la postura del mismo Juan XXIII respecto al tema ecuménico, ya que la influencia de Bea se dejó sentir en múltiples aspectos. El apoyo de Juan XXIII al Secretariado, e incluso su entusiasmo por él, creció con el paso del tiempo, unido al progresivo conocimiento del tema ecuménico por parte del papa. De esta forma, la relaciones con los hermanos separados quedó sustraída, ya para siempre, de la exclusiva competencia del Santo Oficio, como había sido hasta entonces.

Una de las acciones más significativas vinculada al Secretariado fue la invitación hecha a las Iglesias cristianas no católicas para que enviaran observadores al Concilio y estuvieran presentes en él, como era el deseo del papa[46]. Aunque hubo algunos problemas internos en el ámbito de la Iglesia ortodoxa, estuvieron presentes desde el principio nueve Iglesias y comuniones protestantes, siete ortodoxas, la Iglesia anglicana y los viejos católicos. Este hecho de la presencia de observadores, sin duda singular, se debió en gran medida al nuevo clima creado por el papa Juan y, como recordaba el cardenal Willebrands, logró superar “la barrera psicológica que durante siglos había impedido que los cristianos separados estuvieran presentes en los Concilios de la Iglesia, no obstante las invitaciones que les habían sido dirigidas. […] Pienso que este resultado se explica por la autenticidad de la fe del amor con la que habían sido invitados por parte del papa”[47].

Al recibirles en audiencia, Juan XXIII les expresó, con gran sencillez y belleza, cómo concebía el trabajo ecuménico: “Nunca, que yo recuerde, hubo entre nosotros confusión en los principios, o desavenencia en el plano de la caridad sobre el trabajo común que las circunstancias imponían para asistir a los que sufrían. No hemos parlamentado, sino hablado; no hemos discutido, sino que nos hemos amado. Un día ya lejano di a un venerable anciano, prelado de una Iglesia oriental que no estaba en comunión con Roma, una medalla del pontificado de Pío XI. Este gesto quería ser -y fue- un sencillo acto de amable cortesía. Poco tiempo después, aquel anciano, a punto de cerrar los ojos a la luz de este mundo, quiso que, a su muerte, se le pusiera la medalla sobre el corazón. Lo vi en persona, y el recuerdo me enternece todavía. He aludido deliberadamente a este episodio porque, en su conmovedora sencillez, es comparable a una flor del campo, que el renovarse de las estaciones permite recoger y ofrecer”[48].

4.3. Encontrar al hermano

Antes de la apertura de la primera sesión conciliar, el papa Juan recibió a numerosos líderes cristianos no católicos[49], inaugurando así un nuevo talante en los contactos ecuménicos. El primero de estos encuentros y, por eso, el que más expectativas suscitó, fue el mantenido el 2 de diciembre de 1960 con el arzobispo de Canterbury, doctor Geoffrey Fisher, a petición propia. Era la primera vez desde el cisma anglicano que un arzobispo de Canterbury se encontraba con el papa.

La visita provocó enormes recelos en la Secretaría de Estado y en otros ambientes de la Curia, así como entre los obispos ingleses católicos. Pensaban que era una estudiada estrategia anglicana para obtener ventajas unilaterales. Y por eso se procuró por todos los medios marcar distancias y atenuar la repercusión de la visita. Tenemos unos interesantes comentarios a propósito de la visita de Fisher hechos por Juan XXIII al P. Roberto Tucci, S.J., entonces director de La Civiltà Cattolica. Escribía Tucci el 24 de diciembre de 1960: “[El papa] ha dicho que en estos encuentros se requiere prudencia. El encuentro se desarrolló bien porque el arzobispo se presentó de modo muy sencillo y afable. [El papa] ha resumido sus ideas sobre la unión y la unidad y no las encuentra fuera de lugar. En el fondo el arzobispo reconoce que, por ahora, la unión no es posible porque significaría sujeción a Roma; él insiste en la unidad de espíritu, para la que se insiste más bien sobre lo que hay de común entre nosotros, evitando combatirse, pero quedando cada uno en su sitio y en sus creencias. Ahora bien, según el papa, esto es un progreso y no ve por qué se deba tener temor. Ha añadido que ‘aquí’ no todos comprenden estas cosas: querrían que todo fuese perfecto o nada. Se ha mostrado informado sobre los temores de la jerarquía católica inglesa, que es de origen irlandés, llena de fe, pero un poco demasiado intransigente”[50].

Apertura, cercanía, fraternidad, acogida, diálogo, dejar a un lado lo que divide, relegar al olvido las antiguas ofensas, los seculares prejuicios y desarrollar un profundo y sólido sentido eclesial basado en la confianza fruto de la caridad. Roger Shultz, prior de Taizé, que fue recibido tres veces por Juan XXIII, nos ha dejado un precioso, significativo y tal vez sorprendente testimonio: “Antes de su muerte [el papa] me dijo: ‘La Iglesia está constituida por círculos concéntricos, siempre más grandes: está el más grande y está el más pequeño pero todos forman parte de la Iglesia, tanto el que está cerca del centro como el que está lejos’. Yo le he invitado a decirnos en qué círculo estábamos nosotros. ‘Todos estamos en la Iglesia’, respondió. Y añadió: ‘Vosotros estáis en la Iglesia como todos los demás. […] Todos los que se refieren a Cristo tienen una cierta relación con el obispo de Roma, con el ministerio de la pastoral ecuménica de Pedro: todos estos son parte de la Iglesia’. Juan XXIII nos dijo estas palabras sorprendentes, confiándonos que Dios mismo se las inspiraba. […] Yo le dije: ‘¿Qué ve en nuestro mañana? ¿Qué testamento deja a Taizé?’ Juan XXIII hacía siempre un discurso muy claro: ‘No busquemos quién se ha equivocado y quién ha tenido razón, sino reconciliémonos’. Cuando hayamos comprendido aquel discurso de Juan XXIII, ‘no busquemos…”, habremos comprendido todo sobre él. No busquemos saber. Terminemos con las disputas y con las polémicas. Las disputas nunca han edificado el cuerpo de Jesucristo”[51].

El papa Juan no fue un iluso ni un ingenuo. El 9 de febrero de 1963, ya casi al final del pontificado, Juan XXIII precisaba sus opiniones, respecto a los encuentros con representantes de las confesiones cristianas no católicas. Escribe Tucci: “[El papa] me habla de sus relaciones con los hermanos separados, marcados por la benignidad unida a la prudencia y sin ilusiones: no sirve de nada ofenderles con afirmaciones de ‘retorno’, aunque es verdad que ese es el único camino. A Fisher, que insistía en hablarle de ‘unión’ y de ‘unidad’, le hizo comprender que no debía seguir y cambió al discurso sobre la Imitación de Cristo y temas similares y el prelado anglicano se fue satisfecho. Lo mismo ayer el prelado metodista”[52].

5. CONCLUSIÓN: UN HOMBRE ENVIADO POR DIOS

La preocupación ecuménica acompañó al papa hasta el lecho de muerte, donde hizo su última referencia a la unidad, como labor de toda la Iglesia, que brota del deseo expresado por el Buen Pastor: “Et alias oves habeo quae non sunt ex hoc ovili. Esos brazos abiertos dicen que él [Cristo] ha muerto por todos, por todos; ninguno es rechazado de su amor y su perdón. Pero es particularmente el unum sint lo que Cristo ha confiado como testamento a su Iglesia… Mi jornada terrena termina, pero Cristo vive y la Iglesia continúa su tarea. Las almas, las almas: ut unum sint, ut unum sint”[53].

Juan XXIII fue hijo de su tiempo y representante de una cultura determinada pero, profundamente enraizado en la tradición cristiana y en el primado del amor, supo abrir caminos nuevos e inaugurar una época de esperanza también en lo que respecta al ecumenismo del que, sin duda alguno, puede considerársele un pionero. El cardenal Willebrands recuerda que “en el momento en el que se ha hablado entre los católicos y los hermanos separados de elegir un patrono para el movimiento hacia la unidad de los cristianos, y nosotros los católicos proponíamos a san Josafat, los mismos observadores risos pidieron que se considerase como patrono de dicho movimiento ecuménico al propio papa Juan”[54]. Sin duda alguna supo predisponer benévolamente a los cristianos separados, incluidos a los católicos para, avanzando en la cercanía del corazón, iniciar también el diálogo doctrinal.

De carácter resuelto, jovial y expansivo, y con una formación religiosa tradicional, Angelo Giuseppe Roncalli estuvo dotado de extraordinarias cualidades: piedad sólida y profunda, sentido de la historia, amplitud de miras, astucia campesina, capacidad ejecutiva, gran fuerza de voluntad. Como le ha definido en numerosas ocasiones su secretario, cardenal Capovilla, Juan XXIII fue el conservador que mira al mañana. Disponible al Espíritu y dócil a las inspiraciones divinas, supo inaugurar un tiempo nuevo para la Iglesia, familia de Dios, a la que todos estamos convocados.

“Fuit homo missus a Deo cui nomen erat Ioannes” (Jn 1,6)[55].

  

[1]Apuntes para una conferencia, 18 enero 1954: L.F. CAPOVILLA, Natale 1975-Capodanno 1976, Roma 1976, 18.

[2] Relación al cardenal Pietro Gasparri, 4 de septiembre de 1925: L. BOTRUGNO, L’arte dell’incontro. Angelo Giuseppe Roncalli rappresentante pontificio a Sofia, Venezia 2013, 165.

[3]Ibid., 166.

[4]Relación al cardenal Luigi Sincero, 8 de abril de 1927: Ibid., 173-174.

[5]El mensaje decía: “Que el Espíritu del Señor haga provechosas sus reuniones y deliberaciones para la afirmación del Reino de nuestro Señor Jesucristo, para la santificación de las almas, para el bien de todo este querido país”: Ibid., 175.

[6]Ibid., 177.

[7] Ibid., 178.

[8] En la homilía Roncalli hizo referencia a la deseada unidad de la Iglesia e indica el camino a seguir: la caridad, la fe común, la oración: “El tiempo todo vela y todo desvela. Un día, quizás aún muy lejano, la visión de Cristo, el unum ovile et unus pastor, será la realidad deliciosa del cielo y de la tierra [...]. Sea unánime entre tanto, os lo ruego en su nombre [de Pío XI], el esfuerzo por acrecentar el fervor de la fraterna caridad. Continuemos repitiendo la común profesión de fe: Et unam, sanctam, catholicam et apostolicam Ecclesiam. Este acto de fe colectiva es una súplica. Hay quien la escucha y la atenderá”: A. MELLONI (a cura di), La predicazione a Istambul. Omelie, discorsi e note pastorali (1935-1944), Firenze 1993, 168-169.

[9] V.U. RIGHI, Papa Giovanni XXIII sulle rive del Bosforo, Padova 1971, 151.

[10]Anotación del 27 de mayo de 1939: A.G. RONCALLI – GIOVANNI XXIII, La mia vita in Oriente. Agende del delegato apostolico 1935-1939, Bologna 2006, 191-192.

[11]En junio de 1939 se encontró dos veces con Tomás, metropolita de las Islas; el 29 de julio de nuevo con Tomás y con el metropolita Emiliano de Filadelfia (“buena y edificante conversación”, escribirá Roncalli); el 29 de julio visitó la escuela de Teología de Halki y también se encontró con el archimandrita Costantinidis; el 7 de agosto se encontró con el metropolita Constantino de Irinopolis.

[12] A. MELLONI, Fra Istambul Atene e la guerra. La missione di A.G. Roncalli (1935-1944), Genova 1992, 193.

[13]La elección había sido hecha de acuerdo con dom Lambert Beauduin, quien le habría indicado el nombre de su colega durante la visita de Roncalli al colegio San Anselmo el 21 de marzo de 1925, dos días después de la consagración episcopal.

[14]Carta a su hermana Maria, Sofía 20 de diciembre de 1925: GIOVANNI XXIII, Lettere familiari. 152 inediti dal 1911 al 1952, a cura di G. Farnedi, Casale Monferrato 1993, 50.

[15]Carta a sus hermanas Ancilla y Maria, Sofía 24 de febrero de 1929: JUAN XXIII, Cartas a sus familiares, Madrid 1978, 1g4.

[16] Cf. cánones 1060-1065.

[17]Testimonio de monseñor Roncalli en la primavera de 1942, según el diario del P. Francesco Trusso, OMI: G. CAPRILE, Ancora su Giovanni XXIII: La Civiltà Cattolica 131 (1980-II) 51-52.

[18]Relación al cardenal Eugenio Pacelli, 11 de diciembre de 1930: L. BOTRUGNO, L’arte dell’incontro…, 272-273.

[19]Carta a mons. Luigi Drago, 31 de marzo de 1931: A.G. RONCALLI – GIOVANNI XXIII, corrispondenza del 1911 al 1963 con i preti del Sacro Cuore di Bergamo, Padova 1982, 199-200.

[20] Relación al cardenal Eugenio Pacelli, 10 de mayo de 1933: L. BOTRUGNO, L’arte dell’incontro… 304.

[21] Carta a su madre, Atenas, 24 de mayo de 1936: JUAN XXIII, Cartas a sus familiares…, 320,

[22]Carta sus hermanas Ancilla y Maria, Estambul 19 de junio de 1937: Ibid., 345.

[23] Carta a mons. Francesco Vistalli, Atenas 27 de abril de 1936: L.F. CAPOVILLA, XII anniversario della morte di papa Giovanni, Roma 1975, 70.

[24] Anotación del 22 de octubre de 1938: A.G. RONCALLI – GIOVANNI XXIII, La mia vita in Oriente…,

[25]Anotación del 10 de septiembre de 1941: A.G. RONCALLI – GIOVANNI XXIII, La mia vita in Oriente. Agende del delegato apostolico 1940-1944, Bologna 2008, 279.

[26] “Los católicos y los ortodoxos no son enemigos, sino hermanos. Tenemos la misma fe, participamos en los mismos sacramentos, sobre todo en la misma Eucaristía. Nos separan algunos malentendidos sobre la constitución divina de la Iglesia de Jesucristo. Aquellos que fueron la causa de estos malentendidos han muerto hace siglos. Dejemos las antiguas controversias y, cada uno en su campo, trabajemos para hacer buenos a nuestros hermanos, ofreciéndoles nuestros buenos ejemplos”: Carta a Christo Morcefki, Sofía 27 de julio de 1926: F. DELLA SALDA. Obbedienza e pace. Il vescovo Angelo Giuseppe Roncalli tra Sofia e Roma (1925-1934), Genova 1988, 49.

[27] Carta a Adelaide Coari, Sofía 9 de mayo de 1927: L.F. CAPOVILLA, XII anniversario…, 49.

[28] Homilía en la misa pontifical durante el octavario por la unidad de los cristianos, Estambul 25 de enero de 1935: L.F. CAPOVILLA, Natale 1976…, 22-23.

[29]Acta Apostolicae Sedis 20 (1928) 5-14.

[30] El propio Roncalli juzgaba duramente los encuentros ecuménicos promovidos por Life and Work y Faith and Order: “Mientras termino la carta me llega L’Osservatore Romano con el decreto del Santo Oficio en el que se prohíbe a los católicos la participación en las reuniones de Lausana para la Unión de las Iglesias Cristianas. Parecerá un poco duro a los ortodoxos, pero es perfectamente lógico para nosotros. Estas reuniones, aparte la buena fe de alguno que participa en ellas, son la iniciación de una nueva forma de protestantismo. El decreto del S[anto] O[ficio] servirá indudablemente para clarificar la situación”: Carta al P. Kyril Korolevskij, Sofía 13 de julio de 1927: L.F. CAPOVILLA, Papa Giovanni, gran sacerdote come lo ricordo, Roma 1977, 147.

[31] Relación al cardenal Eugenio Pacelli, 2 de diciembre de 1929: L. BOTRUGNO, L’arte dell’incontro…, 161-162.

[32]Relación al cardenal Eugene Tisserant, 25 de diciembre de 1938: Ibid., 162.

[33] Testimonio de don Angelo Rossi: Romana beatificationis et canonizationis servi Dei Ioannis Papae XXIII, summi pontificis (1881-1963), Roma 1997, 735.

[34] Cf. en este sentido los testimonios de Eugenio Bacchion, Algelo Altan, Augusto Gianfranceschi, Girolamo Bortignon, Loris Capovilla: Romana beatificationis… 200, 281, 328, 397, 5051.

[35] Cf. A.G. RONCALLI, Scritti e Discorsi, vol. I, Roma 1959, 138.

[36]Cf. Anotación del 19 de enero de 1954: A.G. RONCALLI – GIOVANNI XXIII, Pace e Vangelo. Agende del patriarca, 1953-1955, Bologna 2008, 207.

[37] J.L. MARTÍN DESCALZO, El Concilio de Juan y Pablo. Madrid 1967, 43.

[38] Alocución a los peregrinos belgas ciegos, 6 de abril de 1959: DMC I, 654. En una exhortación al episcopado de las Tres Venecias firmada el 21 de abril de 1959, Juan XXIII indicaba las etapas del proceso ecuménico. “Primero la aproximación, luego el acercamiento y la reunión perfecta de tantos hermanos separados con la antigua Madre común”: Discorsi Messaggi Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. I, Roma 1960, 903.

[39] Alocución al capítulo general de la congregación del Santísimo Sacramento, 28 de junio de 1961: Discorsi Messaggi Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. III, Roma 1962, 575. Cf. Carta Mirabillis ille, 6 de enero de 1963: Acta Apostolicae Sedis 55 (1963) 157.

[40] Alocución a la junta central de la Acción Católica italiana, 14 de febrero de 1960: Discorsi Messaggi Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. II, Roma 1961, 571.

[41] Alocución a la Comisión antepreparatoria del Concilio, 30 de junio de 1959: Discorsi Messaggi Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. I, Roma 1960,, 690.

[42] Cf. M. VELATI, “La proposta ecumenica del Segretariato per l’Unità dei cristiani”: G. ALBERIGO – A. MELLONI (dirs.), Verso il Concilio Vaticano II (1960-1962). Passaggi e problemi della preparazione conciliare, Genova 1993, 273-343.

[43] Motu proprio Superno Dei nutu, 5 de junio de 1960: Acta Apostolicae Sedis 52 (1960) 436.

[44] Conferencia de prensa, 17 de junio de 1960: G. CAPRILE, Il Concilio…, I/I, 199. En algunos ámbitos de la Curia Romana, sobre todo del Santo Oficio se mantenía que el Secretariado no era ninguna comisión, sino un organismo destinado a informar a los no católicos sobre el Concilio. Cf. G. ALBERIGO, “Passaggi cruciali della fase antepreparatoria (1959-1960)”: G. ALBERIGO – A. MELLONI (dirs.), Verso il Concilio…, 37.

[45] M. RONCALLI, Giovanni XXIII. Angelo Giuseppe Roncalli una vita nella storia, Milano 2007, 494-495.

[46]Cf. L.F. CAPOVILLA, Quindici letture, Roma 1970, 285. Ya el 30 de agosto de 1959, Juan XXIII hizo referencia a la participación de los no católicos en el Concilio.

[47] Testimonio del cardenal Johannes Willebrands: Romana beatificationis…, 58.

[48]Alocuciòn a los observadores delegados en el Concilio, 13 de octubre de 1962: Acta Apostolicae Sedis 54 (1962) 815. El prelado a quien hace referencia era Stephanosse Hovaghimian, arzobispo armenio de Bulgaria y el encuentro tuvo lugar el 20 de agosto de 1927.

[49]Son los siguientes: doctor G. F. Fisher, arzobispo de Canterbury, primado de la comunión anglicana (2-XII-1960); B. Pawley, representante personal de los arzobispos de Canterbury y York (12-VI-1961); doctor A. Lichtenberger, presidente de la Iglesia episcopaliana de los Estados Unidos (5-XI-1961); doctor J. Jackson, presidente de la Convención nacional baptista de los Estados Unidos (20-XII-1961); doctor A. Craig, moderador de la Asamblea general de la Iglesia de Escocia, presbiteriana (28-II-1962); doctor M. Stockwood, obispo anglicano de Southwark, Inglaterra (7-IV-1962); profesor E. Schlink, representante del Consejo de la Iglesia evangélica en Alemania (27-IV-1962); doctor A. Morris, obispo anglicano de San Edmundsbury e Ipswich (10-V-1962); metropolita Damaskinos de Volos, Grecia (17-V-1962); doctor J. de Blank, arzobispo anglicano de El Cabo, Sudáfrica (20-VI-1962): L.F. CAPOVILLA, Natale 1975- Capodanno 1976. Roma 1976, 51-53.

[50] G. SALE, Giovanni XXIII e la preparazione del Concilio Vaticano II: nei diari ineditidel direttore della “Civiltà Cattolica” P. Roberto Tucci, Milano 2012, 109-110.

[51]R. Schultz, Discurso en el encuentro europeo del Concilio de los jóvenes, París 29 de diciembre de 1978: A.G. RONCALLI – GIOVANNI XXIII, Pater amabilis. Agende del Pontefice 1958-1963, Bologna 2007, 504-505, nota 74.

[52] G. SALE, Giovanni XXIII…, 158. Las últimas palabras se refieren al doctor L. Davison, presidente de los metodistas de Gran Bretaña, que visitó al papa el 8 de febrero de 1963.

[53]Palabras pronunciadas el 31 de mayo de 1963: L.F. CAPOVILLA, Giovanni XXIII. Quindici letture, Roma 1970, 484-485.

[54]Testimonio del cardenal Johannes Willebrands: Romana beatificationis…, 59.

[55]Fue el patriarca de Constantinopla, el inolvidable Atenágoras, el primero en aplicar estas palabras evangélicas a Juan XXIII cuando fue elegido papa. Cf. V. MARTANO, Athenagoras il patriarca (1886-1972), Bologna 1996, 391. El 27 de octubre de 1967, durante su visita a Roma, el patriarca oró ante la tumba del papa Juan y depositó sobre ella unas espigas de oro, con el versículo: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo” (Jn 12,24).

Artículo publicado en la Revista Pastoral Ecuménica



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