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Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

martes, 8 de octubre de 2013

ECUMENISMO, cuatro autores (2ª parte)


3. Periodo tercero: El tiempo del concilio y la era posconciliar, participación de la Iglesia católica. 

La Iglesia católica se ha negado durante mucho tiempo a tomar parte en el movimiento ecuménico, ni teológica, ni psicológicamente estaba aún preparada para ello. La Iglesia quería impedir que los católicos aceptaran de manera no católica el planteamiento de la cuestión ecuménica. En esta línea se hallan la negativa de Benedicto XV (cardenal P. Gasparri) a las invitaciones de “Faith and Order” (18-12-1914; 16-5-1919), la prohibición del santo oficio de tomar parte en la conferencia de Lausana (8-7-1927: AAS 19 [1927] 278; Dz 2199), la encíclica Mortalium animos (6-1-1928: AAS 20 [1928] 5-16), y el monitum del santo oficio con la prohibición de acudir a Ámsterdam (5-6-1948: AAS 40 [1948] 257). 

La Iglesia católica mantuvo una actitud completamente negativa frente al Consejo ecuménico, que ha estado bajo fuerte influjo protestante. Respecto a los ortodoxos, Roma ha mostrado una actitud mucho más positiva, sobre todo porque las Iglesias ortodoxas poseen la misma realidad sacramental y dogmática. Durante mucho tiempo la Iglesia católica perseveró en su punto de vista y, si ofreció reiteradamente la reconciliación, fue tan sólo a condición de reconocer el primado romano; pero con el tiempo se comenzó a ver la necesidad de información recíproca, así en 1927 se creó en Roma el Instituto oriental y, en 1929, el Russicum; fuera de Roma, en 1925 se creó el monasterio unionista Amay-Chevetogne y en 1927 el centro Istina. Pero no se llegó a un encuentro oficial con las Iglesias, y menos a un efectivo diálogo teológico. Sin embargo, tampoco en la Iglesia podía ya detenerse el movimiento ecuménico. 

Por obra de pequeños grupos bajo la dirección de hombres carismáticos (por ejemplo el movimiento Una Sancta en Alemania y círculos agrupados en torno al padre Couturier y al padre Congar en Francia), la idea ecuménica cobró cada vez más auge y, sobre todo en los años calamitosos de la segunda guerra mundial, echó raíces indestructibles. 

Cada vez más se fue propagando la semana mundial de oración por la unidad de los cristianos (celebrada cada año del 18 al 25 de enero). Los muchos contactos personales con cristianos de otras confesiones, el esfuerzo de renovación partiendo de las fuentes (Escritura, liturgia, patrística), que condujo a una amplia colaboración internacional, el estudio a fondo de la historia de la Iglesia y el triste espectáculo de la separación en las misiones han fortalecido de año en año el ansia de unidad. 

El movimiento espiritual partió de abajo, pero la suprema dirección de la Iglesia católica no pudo ya cerrar los ojos a él. Todavía lo hizo al principio de manera vacilante, como en la instrucción Ecclesia catholica (20-12-1949 (AAS 42 [1950] 142-147); pero con ella las muchas iniciativas privadas quedaban ancladas positivamente en la Iglesia. En 1952 se fundó, sin carácter oficial, una «conferencia católica internacional para cuestiones ecuménicas» (J.-G. M. Willebrands). Pero el giro decisivo no vino hasta Juan XXIII, que hizo de la idea ecuménica una de las intenciones capitales del concilio Vaticano II, convocado por él. Con el motu propio Superno Dei nutu, (5-6-1960 (AAS 52 [1960] 433-437), este papa erigió el Secretariado para la unidad de los cristianos. 

El concilio Vaticano II vino a ser un gran acontecimiento ecuménico. Casi todas las Iglesias no católicas se hicieron representar por medio de sus observadores, que ejercieron sobre la marcha del concilio influjo considerable. El empeño ecuménico del concilio se refleja en todos los documentos emitidos pero se ha plasmado principalmente en la declaración sobre la libertad religiosa y en el decreto sobre el ecumenismo promulgado el 21-11-1964. Además de los resultados que se hallan en los textos conciliares, los muchos contactos personales y el nuevo espíritu que se abrió paso en el concilio serán de importancia decisiva. Este nuevo pensamiento se expresó simbólicamente cuando, el 7-12-1965, tanto el papa como el patriarca levantaron la excomunión con que León IX y Miguel Cerulario se habían excomulgado mutuamente. 

En la época posconciliar el trabajo ecuménico dentro de la Iglesia católica se coordina por medio del Secretariado para la unidad de los cristianos, que se ha convertido en una institución permanente. Las relaciones entre la Iglesia católica y las Iglesias del Consejo ecuménico se han reforzado de forma esencial. Existen grupos mixtos de trabajo que colaboran con el Consejo ecuménico, con la alianza mundial luterana, con la comunión anglicana y la alianza mundial metodista. En estas comisiones internacionales se lleva a cabo un serio trabajo teológico y se procura dar pasos hacia la unidad. Con las Iglesias ortodoxas no se ha llegado hasta ahora a un diálogo teológico oficial. Sin embargo, no hay duda de que se ha producido un mayor acercamiento, como lo prueban, por ejemplo, las visitas mutuas de Pablo VI y Atenágoras en 1964 y 1967. 

Al servicio del trabajo ecuménico dentro de la Iglesia se ordena el Directorio ecuménico (disposiciones para ejecutar el decreto sobre ecumenismo), cuya primera parte fue publicada en 1967 por el Secretariado para la unidad de los cristianos. 

Aquí no podemos mencionar con detalle lo que sucede en las comunidades e Iglesias locales; mas para el futuro del movimiento ecuménico el trabajo en este campo podría tener la misma importancia que los muchos coloquios multilaterales o bilaterales a escala internacional. En cuanto la unidad de los cristianos es también fruto del esfuerzo humano, ésta dependerá decisivamente de que las Iglesias estén dispuestas a una reforma y renovación real. 

August B. Hasler

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